sábado, 30 de abril de 2011

Una inesperada visita esperada

Cuando estamos comiendo en casa, frecuentemente me preguntas si aparecerán algunos de mis amigos para que te los “presente”. Y sé el morbo que esa idea te produce. Pero, por cuestiones de horario, me resulta difícil amañar una cita adecuada para darte la sorpresa.

Te había hablado de un antiguo conocido al que reencontré en un bar y lo agradable que me resultó volverlo a ver. Omití decirte que le informé sobre ti y de lo bueno que estás, cosa que avivó su interés en encontrarse con nosotros dos. Asimismo aceptó de buen grado mi propuesta de aparición por sorpresa y las instrucciones que para ello le di.


Así pues el día concertado empezamos con nuestras actividades habituales: compras, cocina, comida…, tratando yo de disimular lo que no tardaría en suceder. Tú, una vez duchado, con el uniforme habitual de camisa abierta y slip, que te queda tan insinuante. Yo, más friolero, portaba un chándal fino. Para no variar el guión tomamos ya el café y tú te dedicaste al ritual imprescindible de la copa generosa y el puro. Mientras los disfrutabas en el sofá, yo sabía que faltaba ya poco para la visita. Sentado a tu lado me afané en los sobos que tanto nos gustan, pero con la intención añadida de irte calentando para la ocasión.
 
Cuando estabas en las últimas caladas, y con la polla tiesa, sonó el interfono en la cocina. Me levanté rápidamente y me limité a pulsarlo. Te dije que no era para aquí, pero ya intuiste que había gato encerrado, porque te levantaste, volviste a ponerte el slip y noté que dudabas si recibir de esa guisa a lo que fuera u optar por cierta discreción. Mi sonrisa también me delató y te dije que no había problema. Al poco llamaron a la puerta y fui a abrirla. Recibí con un beso en la boca al visitante y pasé a la presentación. Os besasteis más tímidamente en la cara, pero era evidente el buen efecto que tu porte e indumentaria le causaba. Él, de tu misma edad, algo más bajo, regordete y afable, también pareció que te caía bien.
 
Para ir tanteando el terreno le ofrecimos un café, que nosotros repetiríamos. Nos sentamos en la cocina y muy obsequioso te pusiste a prepararlo. Esta fue la ocasión para poner en práctica tu  deseo de “conocer a mis amigos”. Al moverte manipulando la cafetera, yo te acariciaba las piernas desnudas y, en una de esas, te bajé el slip por detrás descubriendo tu culo. No te inmutaste, para deleite del visitante, y cuando viniste con las tazas, tu delantera mostraba ya una ostensible erección. Te atraje hacia nosotros y ya los dos la acariciábamos y metíamos los dedos por el borde del slip. Aparentabas mansedumbre, pero bien sabía yo que te ponía de lo más cachondo. Al fin te sentaste y consumimos el café en paz.
 
El visitante manifestó su deseo de darse una ducha. Cuando empezó a quitarse la ropa, te tomaste la revancha y le tirabas del slip para sacarle la polla. Lo acompañamos al baño y mientras él se remojaba, tú y yo nos abrazábamos y besábamos, al tiempo que te quitaba la camiseta y me despojabas del chándal. Él nos miraba y su polla, de muy buen tamaño, destacaba entre la espuma. Le ayudamos a secarse y tú, agachándote, te pusiste a chupársela. Me atrajiste para ponerme a su lado e ibas alternado con las de los dos. Por fin el visitante, te bajó el slip, que picaronamente seguías llevando, y se lanzó a comerte la polla. Yo me puse a tu lado y también recibía. Me encantaban esas mamadas, bien pegado a ti y acariciándote el culo.

Fuimos a parar a la cama y el amigo nos pidió que nos tumbáramos  boca arriba y le dejáramos hacer. No omitía besar y lamer ni una parte de nuestros cuerpos. Se afanaba con los pechos – ¡cómo sé lo que disfrutas con eso! –, se tragaba las pollas y chupaba las entrepiernas. Nos entregábamos encantados, bien juntos y besándonos.

Pero yo tenía preparado un juego, del que previamente había informado a mi compinche. Aprovechando tu tendencia a ponerte boca abajo, sorpresivamente te tapé los ojos con un pañuelo, y entre los dos fuimos poniéndote ataduras en muñecas y tobillos para dejarte inmovilizado en aspa, y la cama arrastrada para que tu boca quedara accesible. No era nuevo para ti, pero sí lo fue el doble ataque. A cuatro manos te íbamos masajeando con aceite, que te extendíamos por todo el cuerpo. Cuando el líquido se deslizaba por tu raja removías el culo pidiendo guerra. Uno iba metiendo los dedos y otro te sobaba huevos y polla, que sobresalía tensa y brillante.
 
Nos sacó sin embargo de nuestra concentración el interfono que volvía a sonar. Yo fui el primer sorprendido, pues no esperaba ninguna otra novedad, pero mi cómplice me hizo un gesto sonriente y me acompañó hacia la entrada, dejándote en el dormitorio sin saber lo que pasaba. Me explicó que se había tomado la libertad de invitar a su amigo, que había tenido que hacer antes unas cosas, a incorporarse a la visita. Ya me lo había presentado en otra ocasión y me pareció también muy agradable: algo mayor que él y más grueso. Cuando entró lo pusimos al corriente de la situación, a la que se dispuso a incorporarse muy gustoso. Tú empezaste a oír una nueva voz fuerte y risueña, que te intrigaba y aumentaba tu excitación, mientras el recién llegado se desnudaba, mostrando un cuerpo bien rotundo y velludo. Le hicimos los honores besándolo y acariciándolo; rápidamente su polla larga y recta se puso en forma. Se sentó a los pies de la cama y apoyado entre tus piernas se echó hacia atrás reposando la cabeza en tu culo, y así se la pudimos chupar cómodamente.
 
Tú te ponías cada vez más nervioso por la ignorancia de lo que pasaba realmente, solo orientado por los tocamientos que sentías; hasta que, con el culo vibrando, estallaste: “¡Folladme de una vez!”. Entonces nos pasamos los tres a la cabecera de la cama y levantándote la cabeza te hicimos saborear nuestras pollas: la gorda y jugosa, que ya habías catado antes; la nueva, larga y poderosa, ignorante de las características de su poseedor, y la mía bien conocida. Te conminamos a que eligieras la primera en intervenir y, para ir sobre seguro, optaste por la mía. Así que tomé posición, te unté de lubricante y caí sobre ti. Era como entrar en casa y tú también tenías ya una referencia; bombeaba y me incitabas con meneos y jadeos. Los visitantes se habían colocado de rodillas a ambos lados; te iban sobando y yo podía darles lametones en las pollas. El último en llegar, muy excitado, me pidió que le cediera el puesto. Pasé a la cabecera y descansé mi polla en tu boca mientras el otro se disponía a follarte. Te tanteó el culo y comprobó la lubricación. Seguidamente comenzó la penetración lenta pero ininterrumpida hasta llegar al tope. Más larga que la mía, la verga llegó bien adentro y tú expresaste el cambio con un bufido. Pero la disfrutabas de pleno con su mete y saca, y los azotes que te propinaba con ella cuando quedaba al exterior. Pero el tercero en discordia reclamaba ya su turno; cariñosamente apartó a su pareja, quien para que también lo chuparas. La gorda polla que ahora te atacó tuvo que forzar más la entrada; yo lo ayudé separándote los glúteos hasta que te penetró por completo. Se quedó quieto abrazado a tu barriga mientras tú te removías para darle acomodo. Le pediste que bombeara y lo ayudabas levantando el culo todo lo que podías para un placer más intenso.
 
Llegaste a quedar exhausto y pediste que te liberáramos de ataduras y antifaz. Pero aún no habíamos acabado la sesión y faltaba alguna sorpresa. Así que, manteniéndote a ciegas, te fuimos desligando, pero solo para darte la vuelta y dejarte sujeto boca arriba. El que había llegado el último te dedicó unas lisonjas al contemplarte así extendido, lo que aumentó tu intriga al no haber conseguido verlo. Así despatarrado, urgía reanimar tu polla chafada con tanto envite. Al contacto de tantas manos que te embadurnaban con aceite, no tardó en recuperar la vertical. Uno te pellizcaba los pezones, lo que te hacía saltar, y los otros te lubricaban la polla y los huevos. No cabía duda de que estabas gozando al máximo.


Tomó la vez el primer visitante y se colocó a bocajarro sobre tus muslos, masajeándote la polla hasta ponerla a su gusto. A continuación se sentó encima y se la clavó en el culo. Subía y bajaba haciéndote resoplar de gusto. Entre tanto, teniéndote así ocupado, te fuimos soltando  los amarres a la vez que recuperabas la visión. La perspectiva que por fin captaste, de un culo regordete saltando sobre tu polla y otros dos tíos, uno de ellos desconocido, rodeándote en pie de guerra, te excitó sobremanera. Así que volteaste al jinete y tomaste el control de la follada. Ya con libertad de movimientos, arremetías con ahínco liberando la tensión acumulada. El otro visitante se tendió boca abajo a vuestro lado en una inequívoca actitud participativa. No quisiste desperdiciar la ocasión  y cambiaste de culo, cayendo sobre ese otro más terso y peludo. Yo disfrutaba a rabiar con el espectáculo, meneándomela y sobándote la grupa. Tu ritmo se fue acompasando hasta que saliste, con la polla goteante. El simpático receptor aprovechó entonces para presentarse, ya que hasta ese momento solo conocías su voz.
 
Más relajados, los cuatro tomamos de nuevo posiciones sobre la cama. Mientras te recuperabas, el primer visitante se ocupó de alegrarme la polla con una mamada magistral y su compañero se excitaba mirándonos; así llegué a tener una corrida de lo más intensa. Como la pareja se afanaba ahora en darse placer mutuamente, me dirigí hacia ti para abrazarte y besarte. Mis caricias y la visión de los otros acabaron provocándote una nueva erección. Seguías caliente y necesitabas desahogarte de nuevo, así que te masturbaste hasta derramar el fluido blanco. Simultáneamente la pareja amiga acabó derramándose sobre nuestros pechos.

Con la promesa de que la próxima vez iríamos a la casa de ellos, los amigos se despidieron encantados. No menos encantado quedaste tú y, aunque ahora relajado, ya estabas deseando una nueva sorpresa.

martes, 26 de abril de 2011

Seducción en el gimnasio

Tardé bastante en tener experiencias con hombres, al menos con los que más me atraían y que, sin embargo, me parecían inaccesibles. Hombres maduros y muy varoniles que pensaba no podrían ser sino heterosexuales y por ello me resignaba a su contemplación, siempre con la mayor prudencia.

Por un problema de salud que había tenido, me recomendaron que asistiera a un gimnasio. Nunca he sido muy dado al ejercicio físico y lo tomé como una obligación. Así que me inscribí en uno que me caía cerca de casa. No era demasiado grande, aunque sí tenía una buena piscina. Como pude comprobar enseguida, la clientela de última hora de la mañana, a la que yo solía ir, era predominantemente de hombres mayores que yo. Para mí constituían una novedad los usos y costumbres de un lugar como ese. No es que detectara “rollo”, como ahora diría, pero me trastocaba la desinhibición dominante en el vestuario y las duchas, precisamente por parte de individuos que yo consideraba fruta prohibida. Mis progresos gimnásticos no eran muchos, pero desde luego no quitaba ojo cada vez que tenía ocasión, sobre todo cuando se trataba de los que me resultaban más atractivos.

En particular, utilizaba una taquilla junto a la mía un hombre de unos cincuenta años, regordete y moderadamente velludo. Era muy jovial y simpatizó conmigo enseguida. Cuando nos cambiábamos de ropa se quedaba completamente desnudo con toda naturalidad. A veces, sentado yo en la banqueta, tenía sus bien dotados genitales a un palmo de mi cara. Ni que decir tiene que había de disimular al máximo lo excitado que llegaba a ponerme.
 
Incluso en una ocasión en que había ya poca gente, se puso a bromear con el monitor, que por cierto estaba bastante bien, y otro conocido suyo, y empujándose en un jugueteo muy viril acabaron los tres desnudos en la piscina. Lo cual desde luego contravenía las reglas del local. De buena gana me habría incorporado a la mêlée, pero me contuvo el temor a que mi calentamiento me delatara.
 
Estaba casado y también vivía por la zona. Pero, como había terminado el período escolar de sus dos hijos adolescentes, la familia se había trasladado a una casa en la costa, a la que él se desplazaba por la noche. Por eso, de vez en cuando, al salir del gimnasio íbamos juntos a comer en un restaurante cercano. Se mostraba muy comunicativo y se explayaba hablándome de su vida profesional y familiar, aunque sin dejar caer la menor alusión de índole sexual, salvo las bromas con el camarero, que tenía una marcada pluma.

Una de estas veces me propuso que lo acompañara a su piso donde tenía que recoger unas cosas. Este gesto de intimidad no dejó de activarme cierta morbosidad. Aunque ya lo tenía conocido físicamente de todas las maneras posibles, que entonces para mí no alcanzaban a llegar a verlo excitado, estar con él en privado y completamente solos cambiaba las perspectivas de nuestros encuentros.
 
Me hizo los honores como anfitrión, mostrándome con orgullo las principales dependencias de la casa. Mientras, iba quitándose americana y corbata y abriendo la camisa. Me dejó un momento solo en el comedor y al poco volvió en calzoncillos. Gestos que no constituían ninguna novedad para mí, lo que no significaba en absoluto que me fueran indiferentes, pero que, en la situación en que estábamos, llegaban a provocarme una gran turbación. “Voy a ponerme cómodo y refrescarme”.
 
Se movía con rapidez y determinación, de manera que volvió a salir dirigiéndose hacia el baño. No me atreví a seguirlo y al poco me llamó. Lo primero que vi fue que, de espaldas a mí, orinaba ya sin los calzoncillos. Me esforzaba en pensar que tanta naturalidad sólo se debía a la falta de pudor que había derivado de nuestra convivencia en el gimnasio, pero a pesar de todo el corazón me bombeaba cada vez con más fuerza.
 
Siguió exhibiendo su desnudez en el lavabo y de repente preguntó y afirmó: “¿Tienes prisa? Yo no”. Y sin esperar respuesta: “Vamos a tomar algo fresco. Pero con el piso cerrado hace mucho calor, así que te recomiendo te pongas también cómodo”. ¿Quería decir que me desnudara tal como estaba él? Mi timidez me lo impedía ahora, aparte de temer que quedara al descubierto mi excitación. Así que, mientras él iba a la cocina para buscar las bebidas, me limité a quitarme la camisa y aproveché para echarme agua a la cara y  paliar mi sofoco.
 
Me lo encontré medio tumbado cómodamente en el sofá con sus atributos bien a la vista y, al reparar en mi pacato aligeramiento de ropa, esbozó una sonrisa. Inquieto como era, se levantó de pronto y dijo: “Verás qué cosa más divertida me regalaron en la empresa cuando cumplí los cincuenta”. Y con cimbreo de su apetitoso culo salió de la sala. Reapareció llevando puesto un boxer negro muy transparente, de manera que apenas sombreaba lo que no llegaba a ocultar. Lo encontré aún más seductor, si cabe, y sólo pude balbucear un tonto “caray”. “Hasta hicieron que me lo probara delante de todos”, echando más leña a mi fuego.
 
Y para avivar la pira que me quemaba por dentro: “Te lo podías probar también tú. Así vería el efecto que hace puesto en otro”.  No podía negarme, pero me horrorizaba que iba a quedar en evidencia la erección que me había producido la exhibición. Me quité pantalones y slip medio girado con la excusa de dejarlos en la butaca. Él ya se había desprendido del boxer y me lo alargaba. Afortunadamente me iba un poco grande y así la tensión no era tan patente. Se limitó a comentar: “Pues sí que es indiscreto el modelito”. “Bueno, quítatelo y vamos ya a seguir con los refrescos”, sin dejarme más opción que quedarme tan en pelotas como él.
 
Se volvió a recostar en el sofá totalmente desinhibido. Yo, en la butaca, cruzando las piernas, seguía obstinado en una ocultación cada vez más imposible de mi polla tiesa. De pronto, con expresión risueña, me dijo: “Te lo estoy haciendo pasar mal, ¿verdad? Pero no hace falta que sigas tratando de disimular. ¿Crees que no me daba cuenta de cómo me mirabas en el gimnasio? Y me gustaba… Anda, ven aquí”. Con un suspiro de desahogo me levanté, ya con mi excitación bien expuesta, y titubeante me acerqué al sofá. Me hizo sitio girándose un poco y mi piel quedó en contacto con la de su espléndido culo. Por fin, al deleite visual se unía el del contacto físico, que me inundó de calor.
 
Mientras lo acariciaba, le confesé que, en mi ignorancia, me parecía impensable que un tipo de hombre como el que él encarnaba pudiera compartir mis deseos. “Pues ya ves que te equivocas”, me contestó, añadiendo: “Lo que pasa es que sabemos controlar mejor las emociones,…menos cuando nos tocan”. Y al girarse presentaba una deliciosa erección.
 
Follamos con apasionamiento y ternura, y aprendí mucho de su experiencia. Pero lo más importante fue que, a partir de ese día, se me derribó el tabú de lo que me parecía una ilusión inalcanzable.

domingo, 24 de abril de 2011

Una gallinita ciega chic

Los relatos de tus andanzas que me haces siempre me ponen a cien y éste, por su sofisticación, desborda todo lo imaginable:

Me solicitaron para que tomara parte en una fiesta que un grupo de ejecutivos de alto nivel celebraban en un salón privado de uno de los hoteles más exquisitos de la cuidad. Nunca me dan muchos detalles sobre la índole del servicio que se espera de mí, pues confían en mi adaptabilidad a las más diversas demandas. Así que lo único que me constaba era la afición de los reunidos por el tipo de hombre que yo represento y que, de una u otra manera, habría sexo de por medio. Como el encontrarme ante retos desconocidos es una de las cosas que más me estimulan, me limité a cumplir con la indicación de presentarme correctamente vestido, como exigía el rango de los anfitriones –Pronto comprendería que este requisito sólo servía para cubrir las apariencias y que acabaría por resultar superfluo–.

Con mis mejores galas acudí, pues, al hotel y pregunté por la fiesta a la que había sido invitado. Como no figuraba en la lista oficial, y dado que todos lo que constaban en ella hacía un rato que estaban ya reunidos, tras unas consultas vino a buscarme un sujeto muy melifluo que se presentó como el organizador del evento. Me pidió que lo acompañara y subimos silenciosos varias plantas en el ascensor. Llegamos a una  pequeña antesala, donde entramos los dos y cerró la puerta. A través de otra puerta en la pared opuesta podía oírse una suave música swing  y rumor de voces y risas. La primera sorpresa fue que mi acompañante, muy circunspecto, me pidió que me desvistiera completamente. Aunque algo extrañado, no tuve inconveniente en despojarme de mi elegante indumentaria, que él iba recogiendo y colocando cuidadosamente en un galán de noche. En un momento quedé ya en total desnudez, que por cierto no le inmutó lo más mínimo, a pesar de que su pluma era evidente –quizás no sería su tipo–. Muy profesionalmente se permitió alisarme el vello del pecho e, incluso, centrarme la polla que había quedado un poco torcida al desprenderme del slip. Cuando abrió una pequeña alacena pensé que sacaría algunas prendas alternativas, pero sólo extrajo un pañuelo rojo de seda. Ante mi asombro, se limitó a enrollarlo y liarme con él una muñeca. Sólo me dijo que ya sabría su utilidad, y añadió que ni siquiera me hacía falta calzado, dada la limpieza del encerado y las alfombras. Así pues, en pelotas como estaba, me había de enfrentar a lo desconocido. Lo cual no se hizo esperar, porque el organizador entreabrió la puerta que daba al salón de la fiesta y discretamente avisó de mi presencia. Susurrando “buena suerte” me hizo pasar y cerró tras de sí.


De momento quedé algo deslumbrado por la iluminación intensa, aunque matizada, que desprendían las arañas del salón. Se hizo el silencio, sólo quebrado, en un segundo plano,  por la voz de Peggy Lee que desgranaba “Black Coffee” (Me acordé de lo mucho que te gusta esta canción). Y yo allí, en mi estado natural, ante un conjunto de quince o veinte hombres, maduros la mayoría y bastantes con sobrepeso, en trajes oscuros, incluso algún smoking, con vasos o copas en la mano. Formaban pequeños grupos y, ante mi aparición, fueron desplegándose en semicírculo, sin duda conscientes de que se trataba de la sorpresa de la fiesta. El efecto que me produjo encontrarme allí completamente desnudo frente a las miradas complacientes de un grupo tan formal fue muy excitante e hizo que recorriera mi cuerpo un agradable calorcillo.
 
Evidentemente estaba abandonado a mis propias dotes de improvisación, por lo que decidí avanzar hacia ellos con la mayor naturalidad. El semicírculo de fue entonces abriendo para formar un estrecho pasillo. Lentamente me fui desplazando por él y la proximidad física ya propició algo más que la mera contemplación. Cuando alguno más osado hacía ademán de tocarme, me detenía para dejarle hacer. Así fui siendo palpado por pecho, barriga y culo, según lo que más atrajera a cada cual. Ni que decir tiene que, a los primeros tocamientos,  mi polla se puso ya contenta y centró el interés en sopesarla, interés que se extendió también a mis huevos. Me entregaba con una agradable complacencia a contactos que se efectuaban con toda delicadeza, como si se tratara de un objeto de valor. Todo mi cuerpo quedó de este modo enardecido por el deseo que suscitaba, lo que me estimuló a dar todo de mí.
 
Una vez concluido el periplo, me mantuve expectante por un momento ante a excitación que denotaba la concurrencia, no menor que la mostrada por mí, expuesto a la vista de todos. Los murmullos y comentarios se cortaron cuando uno de los reunidos –tal vez el anfitrión, de prominente barriga y cabellera y barba canosas– se me acercó para ofrecerme una copa de cava. Pero al tiempo fue soltando el pañuelo rojo ligado a mi muñeca, cuya utilidad pronto capté. Porque con él me vendó los ojos, dejándome sumido en una rojiza penumbra. Me explicó a continuación que íbamos a jugar a una gallinita ciega un tanto peculiar. En lugar de que el atrapado por mí tuviera que sustituirme, lo que ocurriría es que se ganaría el derecho de hacerme o hacer que le hiciera lo que le viniera en gana. Ante mi alegación de que esta variante del juego podría provocar que se formara una cola para ser cogido, me aseguró que las reglas se respetarían escrupulosamente en cuanto a destreza para escabullirse y que quedaría descalificado quien diera excesivas facilidades. No pude menos que admirarme por la sofisticación incorporada al inocente juego infantil, que obligaría a un equilibrio entre el deseo de poseerme y el autocontrol exigido a los participantes.
 
Tras el ritual inicial de hacerme girar varias veces, me puse en acción, tanteando con cuidado para no tropezar con los muebles de la estancia. Al no topar en mi primera batida con ningún ser viviente, me dio la sensación de que la estancia hubiera quedado vacía. Pero tal impresión se neutralizaba por los susurros y arrastres que oía, entremezclados con la suave música que seguía sonando. En todo caso, el deseo de dar alcance a una presa que, sin embargo, me iba a someter a sus caprichos aumentaba mi excitación. La dificultad inicial de mis intentos de caza podría haber sido interpretada por otro menos optimista que yo como falta de interés en solazarse conmigo, pero yo la asumí como un acicate, estimulándome pensar en el efecto que debían producir en tantos ojos atentos mis vacilantes trasiegos, en total desnudez y sin descuidar tocarme de vez en cuando para que no decayera mi vigor.
 
Ya había llegado a rozar algo movible, aunque mi privación de visión dificultaba un agarre más certero y a la presa le daba tiempo de escurrirse. Pero por fin así con fuerza una manga y su poseedor no tuvo más remedio que rendirse. Se quedó inmóvil, lo que me dio ocasión de ir palpando su silueta. Era un cuerpo macizo y barrigón enfundado en lo que intuí como un smoking. Como me dejaba hacer, me aventuré a ir deshaciendo la botonadura. Metí una mano y toqué el vello suave de la barriga. Subiendo topé con unos pechos de marcada redondez cuyos pezones se endurecieron a mi contacto. Ahora fue cuando una mano me agarró con fuerza el paquete, tan accesible como estaba, provocándome un sobresalto. Me atrajo hacia él y, con la camisa ya abierta, hizo que restregara mi pecho por el suyo.
 
No tardó en empujarme hacia abajo para que me arrodillara. Enfrentado a sus bajos, sin duda predispuestos a un repaso bucal, dudé entre limitarme a sacarle la polla por la bragueta o bien bajarle por completo los pantalones. Aunque fuera más trabajosa, opté por la mayor y, mientras me afanaba en ello, no dejaba de pensar en el espectáculo que estarían contemplado los otros, lo que aumentaba mi calentura. Desnudo ya de cintura para abajo mi primer capturado, mi lengua dio pronto con el espolón húmedo que la esperaba. Estiré los brazos para agarrarme al sólido culo tapizado de pelusa y, antes de engullir la dispuesta polla, lamí los huevos en que ésta se asentaba. Me concentré después en una ardorosa mamada que, además del placer que me producía, quería que sirviera de muestra de mis aptitudes. Noté el temblor de piernas del que tenía sujeto y el líquido caliente que me llenaba la boca. Inmediatamente, sin brusquedad pero con determinación, fui apartado y quedé de nuevo aislado en la oscuridad. Al incorporarme, de tan excitado como estaba, de buena gana me habría pajeado ante el público oculto a mis ojos. Pero hube de contenerme y reservar mis energías para otros servicios.
 
Nuevos tanteos en el aire me condujeron al poco rato a mi segundo encuentro. Esta vez toqué la cabeza calva de alguien que debía hallarse encogido entre dos butacas. Se levantó y pude contornear un cuerpo rechoncho y no muy alto. Sorpresivamente se desasió y creí que pretendía escapar. Pero lo que hizo al zafarse de mí fue someterme a un sobeo impresionante. Me tocaba por todas partes, recreándose con presiones y pellizcos donde más le apetecía. Iba añadiendo lamidas y chupadas que me erizaban la piel. Cuando me dio la vuelta se concentró en mi culo. Lo apretaba y abría cadenciosamente, hasta que me restregó por la raja una sustancia viscosa –probablemente procedente de un manjar cuya naturaleza desconocía–. Me hizo apoyar la barriga sobre el brazo de un sillón y oí el sonido de una cremallera que de descorría. Seguidamente algo que no podía ser más que su polla buscaba acomodo en mi agujero. Era gorda y tuvo que apretar, pero no demasiado larga, por lo que enseguida quedó llena mi cavidad y la tirantez que producía me daba un gran placer. Éste se incrementó con el ritmo que imprimió a la follada, a la que yo ayudaba con mis meneos. Cuando, sin ni siquiera haberse desabrochado la chaqueta, se desplomó sobre mí, sentí al mismo tiempo el ardor de su leche en mi interior. Mi follador tuvo el detalle de ayudar a levantarme y recobrar el equilibrio. Pero inmediatamente quedé de nuevo a merced de aleatorias capturas y cada vez más excitado.
 
Sorprendente fue que uno de mis manoteos recayera sobre una espalda descubierta. En efecto, palpé el suave vello que la poblaba y que se extendía, al ir bajando mi mano, sobre un culo poderoso. Por lo visto, alguno o algunos de los participantes en la fiesta habían prescindido radicalmente de la etiqueta dominante a mi llegada. Me aventuré más y, a través de la entrepierna, vine a dar con unos huevos balanceantes y una polla que engordaba al acariciarla. Pero su poseedor sabía ya lo que quería porque, echado hacia delante me tomó una mano y la llevó hasta la raja del su culo. Estaba bien preparado porque, con un dedo, comprobé lo lubricado del agujero. La pretensión era evidente y, para mi alivio, coincidía con lo que ya me estaba pidiendo a gritos el cuerpo. Sin pensármelo dos veces, tomé posiciones, hice que separara bien las piernas, apunté mi polla con precisión y me dejé caer. Respingó firmemente apoyado sobre algo y ya fue un no parar en mis acometidas. No sólo quería satisfacer a quien tan generosamente se me había ofrecido sino también descargar la tensión acumulada en mi travesía a ciegas. Me derramé con fuertes espasmos y él apretaba en culo como para no perderme. Por fin salí y me enderecé. Pero al extender la mano para acariciar la generosa grupa, misteriosamente encontré el vacío.
 
Me tomaron por un brazo y me condujeron para que me sentara en un sofá. Por la voz reconocí al anfitrión que me instaba a tomar un merecido pero breve descanso. Me puso en una mano otra copa de cava y, cuando extendí la que estaba libre tentado por la curiosidad de comprobar si él también había optado por aligerarse de ropa, ladinamente se escabulló con una risita. El resto del personal debía estar asimismo relajándose, pues las conversaciones y carcajadas habían subido de volumen.
 
Sin embargo, al cabo de poco rato –apenas me había dado tiempo a acabar de saborear el cava– se fue apaciguando el ambiente. Entendí que debía ponerme de nuevo en acción y volver a buscar a alguien que disfrutara conmigo. Pero percibí una variación respecto a la situación anterior, pues al ruido de los desplazamientos sigilosos se mezclaban ahora sospechosos jadeos y resoplidos. Pensé que tal vez estaba perdiendo  la exclusiva y de buena gana me habría arrebatado el pañuelo para satisfacer mi curiosidad sobre lo que pudiera estar pasando. Mas el oficio es el oficio y no podía tomar iniciativas por mi cuenta.
 
Extrañamente, ahora no me resultó tan difícil la caza y casi tropiezo con mi próxima pieza. Seguía vestido y, al tantear su anatomía, su cabellera encrespada me permitió reconocer al anfitrión. Lo cual me alegró, pues desde el principio me había resultado atractivo –aparte de que siempre conviene quedar bien con quien parecía ser mi contratante–. Empezó a sobarme voluptuosamente y llegó a hacerme recuperar todo mi vigor. Traté a continuación de aligerarlo de ropa y él dejaba hacer a mis cuidadosas manos. Una vez liberado el busto me complací en acariciar y besar los bien formados pechos y la curva del estómago. Enredaba mi legua en el vello que adivinaba canoso y me abrazaba cuando le hacía cosquillas.
 
Como no ponía límites, me ocupé de las prendas inferiores. Pronto cayó el pantalón, que ayudé se sacara para mayor comodidad. Un boxer ajustado apenas contenía la protuberancia que se le había formado. Con delectación la contorneaba con mis dedos y la lamía, incrementado su dureza. Fui bajando poco a poco la prenda y, cuando la polla surgió liberada, la engullí de un solo golpe. Entonces él, con un rápido movimiento de piernas, se deshizo del boxer por los pies y me arrastró consigo hasta caer los dos sobre un sofá. En ese momento me liberó del pañuelo que me había privado de la visión.
 
Aunque atenazado por los brazos de mi pareja, no pude menos que dar una ojeada al espacio por el que me había estado moviendo a ciegas. En torno a nuestro sofá había varios individuos, desnudos o medio vestidos, dispuestos a contemplar el espectáculo que sin duda esperaban de nosotros, y que se entonaban manualmente sin el menor recato. No menos desinhibidos retozaban algunos dúos y tríos por otras zonas de la sala. Tal exhibición de sexo, desterradas ya las formas que había parecido exigir tan elegante reunión, me enardeció enormemente y ya me volqué en el placer con el que había sido mi última presa. Verlo allí a mi lado en espléndidas desnudez y excitación, confirmó la atracción por él que desde el principio había sentido.
 
A nuestro abrazo añadimos besos profundos, que extendimos mutuamente por todo el cuerpo. Metíamos la cara entre los muslos del otro y comíamos todo lo que alcanzaran nuestras bocas. Al fin se sentó en el borde del sofá y yo lo hice sobre su polla endurecida, que me entró llenándome de calidez. Un impulsivo espectador no se contuvo y arrodillándose ante mí se puso a mamármela. Así, entre los golpes de pelvis del mi follador, que me frotaban el interior, y el ardor que labios y lengua trasmitían a mi polla, me retorcía de placer. Y, como si se tratara de vasos comunicantes, al sentir el chorro que me inundaba por detrás, solté el mío en la boca receptora.
 
De nuevo abrazados, entramos en la fase de dulce reposo, mientras a nuestro alrededor seguían desahogándose las calenturas de diversas maneras. Felicité al anfitrión por lo imaginativo y sofisticado de la planificación del encuentro, y le agradecí la participación que me había correspondido, cargada de emoción y placer. Él también se mostró muy satisfecho de mi actuación, que había colmado todas sus expectativas.

Más allá de tan corteses argumentos, y puesto que la transacción comercial correspondía directamente a mi agencia, no se abstuvo de entregarme una tarjeta personal con el deseo que de volviéramos a tener un encuentro más privado.

miércoles, 20 de abril de 2011

Sigue tu carrera de actor

De nuevo me convocaron para una filmación en la que debería someterme a sesiones de “bondage” y BDSM. Mi fama de adaptable a los caprichos de los clientes y el buen resultado de mi primera experiencia como actor hacían de mí el intérprete ideal. Me tranquilizaron al asegurarme que no habría nada de tremendismo ni producción de dolor, más allá de las prácticas que me eran habituales.


Aunque el plató se ubicaba en un local auténtico de esas características, convenientemente adaptado, la escena inicial se desarrollaba en solitario en una habitación de hotel. Yo salía del baño recién duchado y anudando descuidadamente una toalla a mi cintura. Me tumbaba en la cama y ojeaba una revista donde aparecían escenas sobre esa temática. El  efecto excitante que me producían quedaba patente al pellizcarme los pezones y meter la mano bajo la toalla, que iba resbalado hasta dejar ver como acariciaba mi polla y la ponía dura. Atraído por un anuncio, descolgaba el teléfono y concertaba una visita. Abandonaba la cama, ya sin toalla, y escogía ropa del armario. Fin del prólogo, en el que no obstante quedaba indicado mi protagonismo y, de paso, hacía una primera exhibición de mi cuerpo. Ambas cosas me gustaban.
 
En la siguiente escena, y cubierto con una gabardina, llamaba a una puerta un tanto siniestra en un callejón oscuro. Un joven de aspecto oriental y con solo un tanga como taparrabos me pedía la gabardina, quedando yo ataviado con un pantalón de cuero negro, con tapas delanteras y traseras, y un chaleco corto del mismo material que no llegaba a cruzar sobre el pecho. El local era rústico y tenuemente iluminado. De momento solo vi una barra servida por un oriental idéntico al portero y algunos tipos con atuendos leather. Me acodé y pedí un güisqui. A medida que mi vista iba haciéndose a la penumbra pude observar que en varias hornacinas que se abrían en las paredes había mayor actividad. En una de ellas un negro imponente subido a una banqueta tenía fuera una gran polla con la que jugaban dos sujetos. En otra un gordo vuelto de espaldas y con los pantalones caídos movía el culo reclamando atención.
 
Mi contemplación se interrumpió cuando dos de los que estaban en la barra se pusieron a mi lado sin decir palabra. Uno musculoso y lampiño total, otro robusto y barbudo. Nuestros hombros acabaron rozándose y una mano empezó a soltar los botones de la parte trasera de mi pantalón y otra me sobaba un muslo. Yo bajé las mías a cada lado y palpé sus braguetas, que estaban ya tensas y duras. Mientras el rapado me palpaba el culo ya destapado, su colega se abrió la chaquetilla, se puso a restregarse contra mi pecho, fue bajando la cabeza y mamó con fuerza los pezones.
 
Llevándome casi en volandas nos desplazamos a una hornacina vacía. Me hicieron arrodillar y se sacaron las vergas completamente tiesas. Sujetaban mi cabeza con las manos para que se las fuera chupando. Cuando más animado estaba me subieron a una banqueta y de un tirón arrancaron la delantera de mi pantalón. Mi polla se disparó dura y húmeda. Sacaron una pequeña linterna y la enfocaban como si la estuvieran tasando. Una gotita brillaba en la punta y el barbudo la lamió. Yo estaba ya muy excitado y  esperaba que el antro en que estábamos no se redujera a aquella sala y que hubiera otras zonas con más posibilidades de realizar mis fantasías. Intenté preguntarlo a mis acompañantes pero llevándose un dedo a los labios me dieron a entender que la consigna del lugar era el silencio y la sumisión.
 
Mi indicaron que me despojara de mi ya exigua vestimenta y de un cajón oculto en la banqueta sacaron dos juegos de esposas. Tanto las que me pusieron en las muñecas como en los tobillos iban separadas por un trozo de cadena. Hicieron que les siguiera hasta una pequeña puerta a la que llamaron. Cuando ésta se abrió me empujaron adentro quedando ellos fuera –tal vez su tarea conmigo había acabado­–. Desnudo y esposado apenas podía ver nada a causa de la escasa iluminación que proporcionaban las velas dispersas por la dependencia. Cuando mi vista se fue acostumbrando pude vislumbrar diversas mesas y banquetas, escalerillas, cruces de San Andrés, slings y argollas colgadas del techo. Al fondo varias entradas como de grutas. Y de momento nadie más que yo sin saber qué hacer. Pero de pronto, y con gran sigilo, salieron de una de las grutas dos fornidos individuos encapuchados  y vestidos solo, curiosamente, con correajes y unas faldas escocesas. Juraría que eran los mismos que me habían introducido.
 
Me hicieron tumbar boca arriba sobre un banco desde la cabeza hasta las corvas. Engancharon las esposas de mis tobillos a las patas y las de las muñecas a los laterales del banco, quedando tirante sobre mi vientre la cadena que las unía. Uno de los escoceses se sentó sobre mi cara y en la oscuridad de su falda me restregaba el culo y los huevos. Tanteó con la polla hasta meterla en mi boca donde notaba su endurecimiento. Sentía a la vez cómo el otro me sobaba los muslos y el vientre provocándome una nueva erección. Cuando mi cara quedó liberada, vi  que a mi alrededor había cuatro o cinco tipos de variada catadura también encapuchados y desnudos. Miraba hacia arriba y veía sus vergas amenazantes a mi alrededor. Fuero estrechándome la polla como si me dieran la mano. Me desligaron los tobillos para subir mis pies sobre el banco. Sujetándome las rodillas, mi agujero quedó bien expuesto. Me introdujeron una cánula que vertía un líquido caliente y viscoso que, al rebosar, lo fui expulsando a borbotones. Los recién llegados desaparecieron y los escoceses me levantaron del banco –chorreantes aún mis piernas– y me hicieron entrar en una de las grutas. Me arrodillaron frente a una pared con agujeros de distintos tamaños y alturas. Por uno de ellos asomó una inmensa polla negra –probablemente la del que vi al principio en la hornacina– que me apresté a tragar sin que me obligaran pues sabía que era mi deber –y mi placer–. Pero fueron asomando otras, gordas o largas, que agitándose me reclamaban. Procuraba atenderlas con prontitud y, estando con una de ellas, un sonido tras la pared impulsó a los escoceses a sujetarme la cabeza y un río de leche inundó mi boca, no soltándome hasta que la hube tragado.
 
Dándome la vuelta encajaron mi culo en un agujero más grande, de manera que todo él pasaba al otro lado, ignorando yo lo que ahí podía suceder. No tardé en sentir que me lo abrían al máximo y me entraba un plug duro y grueso con una vibración creciente que aumentaba la sensación que se expandía por todo mi interior. Reprimí cualquier queja para evitar represalias hasta que cesó el temblor y el plug salió por sí mismo, dejándome el culo ardiendo. Mis guardianes me desencajaron del agujero y me condujeron hacia un sling  balanceante. Me tumbaron sobre él, soltaron las cadenas que unían las esposas y subiendo brazos y piernas los sujetaron a las cuatro correas laterales. Así quedé mecido en el aire y con el culo dolorido de nuevo bien expuesto. Se acercó a mí el negro de la gran polla, cuyas dimensiones ya había apreciado antes con mi boca, y empezó a jugar pasándomela por la raja y por los huevos; la ponía sobre mi polla, que ya se estaba animando de nuevo, y apretaba las dos juntas con la mano.
 
En estos preliminares mis custodios no se estaban quietos. Me  apretaban las tetas y pellizcaban los pezones, hasta que uno de ellos se levantó la falda y puso su paquete sobre mi cara. De esta forma me sujetaba y a la vez me privaba de la visión de lo que había de ocurrir por mis bajos. Sin previo aviso el negro apuntó la polla en mi agujero y la fue clavando agarrado a mis piernas subidas para hacer más fuerza. A punto estuve de morder los huevos escoceses apoyados sobre mi boca, pero aguanté hasta que las caderas del negro sobre mis muslos me indicaron que la larga penetración había llegado al tope. Pero solo era el comienzo de una follada impresionante que erizó todo el vello de mi cuerpo y me hizo sentir escalofríos. Y eso que se trataba de una ficción cinematográfica –pensé–, pero más realismo imposible… Con un espasmo que hizo retroceder al escocés que me parapetaba, el negro empezó a correrse dentro de mí, pero, cuando creía que ya estaría del todo vacío, sacó la polla y siguió meneándosela sobre mi vientre hasta que el chorro me llegó a la barbilla. Soltaron mis brazos y piernas y quedé derrengado y pringoso sobre el sling.
 
Poco duró el descanso, pues me levantaron, unieron las esposas de manos y pies, esta vez sin cadena intermedia, y me colgaron de una argolla que pendía del techo, aunque con los pies en el suelo, afortunadamente. Con una esponja limpiaron la leche del negro y luego me fueron untando aceite por todo el cuerpo. Su aplicación en la polla logró que ésta se vigorizara de nuevo. Entonces la metieron en un aparato masturbatorio y me pusieron unas pinzas en los pezones. Todo ello iba conectado por unos cables a través de los cuales llegaban intensas vibraciones que me hacía girar de cosquilleo y placer.
 
Una vez desconectado me soltaron de la argolla, quitaron todas las esposas y me pusieron los brazos pegados al tronco. Con una especie de venda elástica me fueron envolviendo desde el cuello hasta los tobillos inmovilizándome completamente, pero dejando fuera los pechos y la polla aún tiesa. Aparecieron tres de los sátiros encapuchados y dos de ellos me chupaban y mordían los irritados pezones. El tercero se ocupó de mi polla asomada entre las vendas, la lamía y succionaba el capullo. Le echó abundante aceite y me masturbaba con fuerza. Cuando mi deseo estaba a punto de reventar paraba y me dejaba ansioso, sin poder moverme y con los huevos hinchados oprimidos por la venda. Reanudaba el frote haciéndome temblar de placer y por fin me corrí sobre su boca, que acercó para recibir mi semen. Tuvieron que sujetarme para que no cayera como un fardo.
 
Deshicieron el vendaje y todo mi cuerpo se esponjó aliviado. Me pasaron a unas duchas donde me ordenaron ponerme de espaldas con los brazos abiertos en alto agarrando unas argollas y las piernas bien separadas. Con una manguera de agua templada me rociaban, la pasaban entre los muslos de forma que polla y huevos me rebotaban, metían la punta en mi culo abierto llenándolo hasta que me salía un chorro. La verdad es que todo aquello me relajaba después de las tensiones sufridas.
 
Una última sorpresa, aunque ya de otro cariz –al fin y al cabo yo era un cliente que debía quedar satisfecho de la sesión–, fue que, al acabar de secarme, uno de los escoceses se inclinó abrazándose a la cintura del otro, que le levantó la falda para ofrecerme su culo redondo y terso. La adrenalina que había ido acumulando en mis sumisiones hizo resurgir en mí el deseo y el vigor. Me abalancé sobre él y lo follé con vehemencia hasta sentir el alivio de la corrida en el cálido recipiente.

La secuencia cambiaba y yo volvía a estar dormido en la cama del hotel con la revista caída junto a mi polla tiesa. Me sobresaltaba al oír llamar a la puerta y entraba un camarero con la bandeja del desayuno, quien no era otro que el negro de mi sueño.

sábado, 16 de abril de 2011

Tus pinitos como porno-star

Me he divertido mucho leyendo este relato en el que me cuentas la oferta que te llegó, a través de tu agencia de escorts tan peculiares, para que intervinieras en un rodaje cinematográfico:

Un productor de películas porno se puso en contacto con mi agencia para que les propusiera a alguno de sus representados para tomar parte en un sketch que se disponía a filmar. Se trataba del remake de un clásico sobre osos maduros con actores nuevos y técnica mejorada. Me ofrecieron esta oportunidad y no dudé en aceptar experiencia tan excitante.


El lugar ya lo conocía, pues era el mismo en que hice mi presentación en sociedad, pero el aspecto era radicalmente distinto, lleno de telones, mamparas y focos, así como operarios moviéndose frenéticamente. Nunca había participado en este tipo de cosas pero me picaba la curiosidad, dispuesto a disfrutar de lo que fuera. Mi primera sorpresa y a la vez alegría fue la aparición  del fornido maestro de ceremonias cuya polla tanto me había impresionado… y hecho gozar. Lo acompañaba un perfecto ejemplar de oso, peludo y barbudo, sin duda actor profesional. Pensé que, si tenía que entendérmelas con semejante pareja, la aventura iba a merecer la pena.
 
En esta ocasión se cubrían con unos cortos albornoces que dejaban al aire sus robustas piernas. Yo esperaba que me correspondiera algo similar y me dispuse a  despelotarme, pero me dijeron que, de momento, estaba bien con mi pantalón corto y mi camisa abierta. Pues mi papel era el de un vecino que espiaba a una pareja mientras ésta retozaba en el jacuzzi de su jardín. Aunque no había visto la película original, no tenía que preocuparme por el guión y me aconsejaron que me dejara llevar para lograr así mayor espontaneidad.
 
Se creó una atmósfera nocturna, pese a las cámaras y flashes que iban captando el más mínimo detalle, y la pareja, entre abrazos y caricias,  se dirigió lentamente hacia el jacuzzi. Se fueron sacando el uno al otro los albornoces, besándose y tocándose tórridamente. El maestro de ceremonias estrujaba y mordía las velludas tetas del oso y éste a su vez le estimulaba los bajos, logrando que la polla que ya me era bien conocida alcanzara todo su volumen. Yo podía seguirlo por diversos monitores que emitían las tomas. La cámara se recreaba ahora en el soberbio culo de oso, quien, al girarse, lució ya una verga tiesa nada desdeñable. Empujándose juguetonamente el uno al otro acabaron metiéndose en el jacuzzi. Se formó un revuelo de cuerpos entre espuma, y ahora fue cuando comenzó mi papel. Me colocaron tras una celosía para espiar sin ser visto. Las cámaras me enfocaban pellizcándome los pezones y sobándome el paquete de manera que el capullo ya asomaba por la pernera. Todo muy espontáneo por mi excitación natural al verme así filmado y, sobre todo, por el deseo que me inspiraban mis compañeros de sketch. De buena gana me habría saltado el guión lanzándome al jacuzzi para retozar con ellos.
 
 Pero en el momento en que el maestro estaba sentado en el borde y recibía una mamada, hube de caer aparatosamente sobre la celosía llevado por mi entusiasmo y así quedar al descubierto frente a los espiados.  De un salto el que estaba sentado salió del todo y se lanzó sobre mí inmovilizándome entre sus fuertes brazos. Entretanto el oso, también ya fuera del agua, aprovechó para atarme las manos a la espalda y taparme los ojos con un pañuelo. No me pedían explicaciones ni yo tenía que darlas puesto que lo sucedido resultaba obvio, y aplicaron directamente su castigo. Me desgarraron camisa y pantalón y, mientras uno me empujaba, el otro tiró de mi polla, que conservaba la erección pese al sobresalto, para guiarme al plató que representaba un dormitorio.
 
Me hicieron sentar en una silla cerca de la cama pasando las manos atadas tras el respaldo y ligándome los tobillos a las patas delanteras. Esto hacía que mi barriga quedara resaltada y el paquete me colgara sobresaliendo del asiento. Así me quedé y lamentaba que las exigencias del guión me privaran de seguir viendo al menos la actuación de la pareja pues por las voces y gemidos que oía era evidente que había una gran follada sobre la cama. Yo simulaba forcejear para liberarme, lo que también debía ser enfocado por las cámaras.
 
Los actores comentaron que ya era el momento de dar más marcha a mi castigo. Al poco sentí que un pecho peludo se restregaba sobre mi barriga y que me soltaban las ligaduras de los tobillos. Aproveche para apretar los muslos contra el cuerpo que tenía tan próximo, pero bruscamente otras manos me los volvieron a abrir para proceder a una sustitución. El roce de la pelambre pectoral cambió a un golpeteo de algo más duro y contundente. Era la polla de quien volcado sobre mí manipulaba para desligarme los brazos del respaldo. Algo entumecido hice ademán de incorporarme, pero el de la polla dura seguía presionándome mientras su compinche me ceñía con unas correas brazos y piernas. Al fin me levantaron y a empujones, simulando un gran cabreo, me colocaron boca abajo sobre la cama. Allí quede tirado a ciegas y notaba moverse el colchón por los manejos de los otros dos.
 
Pero hubo una interrupción en el rodaje. Por lo visto, la forma en que yo movía el culo pidiendo guerra no era lo más indicado para expresar el terror a la violación que requería el guión. Así que me adapté y empecé a retorcerme como queriendo desasirme.
 
En ese trance se pusieron ya en marcha los supuestos castigos que con los ojos tapados no podía prever. Untaron aceite por todo mi culo y empecé a notar que me metían dedos por el agujero, con entradas más o menos enérgicas, lo que me picaba la curiosidad de adivinar sus poseedores. Con unos cachetes me hicieron levantar un poco la barriga para extender el aceite por los huevos y la polla. Al gusto que eso me da siempre, se añadía el morbo de los primeros planos que estarían captando. Me metieron un plug por el culo que se iba hinchando en mi interior a medida que lo bombeaban. La gracia del efecto especial era que, por la presión, acababa saliendo disparado con una pelota. Cesó el magreo en mis ingles y, al poco, unas gruesas piernas se deslizaron sobre mis hombros, al tiempo que mi cara chocaba con unos huevos coronados por una consistente polla que imperativamente se insertaba en mi boca. Cumpliendo con mi deber, y pensando de nuevo en el primer plano, la chupaba al ritmo que me marcaban las manos que sujetaban mi cabeza. En ello estaba cuando por detrás me cayó un peso importante al tiempo que en mi culo entraba un pollón cuyas excelencias no me eran desconocidas. La apariencia de dolor y humillación que con tales vejaciones debía escenificar se convertía, en mi fuero interno, en todo un gustazo. La follada, real y contundente, me ponía la piel de gallina y deseaba que el guión no fuera tacaño para dejármela disfrutar.
 
Pero la simulación de castigo giró, quedó vacío mi culo y el jinete descabalgó de mis hombros. En un cambio de tareas, este último puso un cojín bajo mi barriga y se afanó en meneármela como si me ordeñara. Pero no quedó vacía la parte superior de la cama, ya que unas manos levantaron mi cabeza y la polla que acababa de salir de mi culo se me clavó en la boca. Salía y entraba azotándome la cara. Habría deseado que se corriera dentro y saborear la leche, pero para mayor espectacularidad visual el chorro acabó vertiéndose por mi cara. Relamía lo que alcanzaba mi lengua y entonces me vacié en la mano del masturbador, que se limpió restregándola por mi culo. Al fin me soltaron y a empujones con cajas destempladas me echaron a las tinieblas. ¡Ojalá todos los castigos dieran tanto gusto!
 
 En la ducha conjunta que tomamos, me felicitaron por la naturalidad con que había representado mi papel, augurándome una brillante carrera de porno-star. Pero en aquel momento lamenté que se hubiera tratado sólo de un sketch y no de toda una serie.

martes, 12 de abril de 2011

Una aprovechada tarde de sauna

Una tarde de domingo en que estaba indolente y algo desanimado me decidí a pasar un rato en la sauna que hay cerca de casa. Iba con un cierto pesimismo sobre las posibilidades de encontrar algo interesante, ya que las últimas veces me había aburrido bastante.

No es que hubiera mucha gente pero, a primera hora de la tarde, es cuando se aprecia más movimiento. Tras ducharme y hacer una ronda por las dependencias, pasé por la sauna para entrar en calor. Como no había nadie que llamara mi atención, al poco tiempo me cambié a la sala de vapor. Aquí sí que había una gran actividad al amparo de la escasa iluminación. Me abrí paso entre cuerpos desnudos que se tocaban y abrazaban. Tanteé algunos culos y, a mi vez, recibí manoseos en mi polla. Fue a partir de aquí que empecé un no parar contra todo pronóstico.
 
Fui a dar con un conocido de otras ocasiones. Un tipo guapetón, gordote y barbudo, cuya especialidad son los besos y las mamadas. Le atraen los maduros, así que, cuando nos encontramos, siempre tenemos nuestro rato de disfrute. Entre apretujones nos enlazamos y besamos, mientras le pellizcaba los pezones, lo que le pone muy caliente. Se agachó para chuparme la polla con la maestría que lo caracteriza, pero no tardé en hacer que se levantara porque no quería ir demasiado rápido. Volvimos a los besos y, entretanto, uno más bajito se arrodilló y se puso a chupárnoslas alternativamente. En la vorágine existente, el barbudo acabó apartado y el arrodillado se concentró entonces en mi polla. Era una de esas bocas virtuosas que dan un placer enorme y dan ganas de dejarse ir. Pero el pobre, entre en calor y los empujones, estaba medio ahogado y me dijo que tenía que salir. Encantado como estaba con su saber hacer, no pude menos que decirle: “Ya te pillaré luego”.
 
Yo también opté por tomarme un respiro y me abrí paso hacia la puerta. En esa zona hay un poco más de luz y pude ver que acababa de entrar un gordito que me gustó. Le eché mano y él me correspondió. Se notaba que iba muy salido y enseguida estábamos besándonos y sobándonos los bajos. Me propuso que fuéramos a una cabina, cosa que acepté encantado. En el exterior pude apreciar mejor lo apetitoso que estaba. Algo bajo, tenía unas formas redondeadas deliciosas, con más vello en brazos y piernas que en el resto del cuerpo. Cara rasurada que mezclaba seriedad y picardía. Cuando íbamos a escoger una cabina, me dijo que había venido con su pareja y si no me importaba que se añadiera. Aunque desconocía cómo sería el otro, no quise contrariarlo, así que fue a buscarlo. Era un tipo delgado no muy de mi gusto, pero en realidad intervino muy poco, limitándose a mirar tumbado e incitarme a hacer disfrutar a su hombre. Éste y yo nos quedamos de pie abrazados y besándonos con deseo. Él me ofrecía su cuerpo tan atractivo y repetía conmigo todo lo que le iba haciendo. Lo acariciaba y apretaba sus ricas tetillas que luego mordisqueaba. Me ceñía a él y alcanzaba su culo que estrujaba a dos manos. Su polla gorda y dura era toda una tentación y no me resistí a chupársela con ansia. Luego hizo que me echara recostado sobre el cuerpo de su pareja para darme una mamada. Pero mi excitación  se centraba en gozar de su cuerpo, de modo que volví a ocuparme de su polla con chupadas y frotes. Aquí intervino el otro instándome a que hiciera que se corriera y, ante su atenta mirada, lo masturbé hasta que se vació. Los dos muy satisfechos abandonaron la cabina y yo salí también en busca de una ducha reconfortante.
 
Como aún mantenía mis energías intactas, me di una vuelta por el cuarto oscuro. No había demasiada actividad pero, en un recoveco, me agarraron la polla. Antes de llegar a reaccionar, me hizo gracia la presentación: “Soy el pequeño de antes”. Sin duda se trataba del que había iniciado la exquisita felación en el vapor. Y nada podía apetecerme más en aquel momento que volver a entregarme a su boca. Para mayor comodidad le propuse que fuéramos a una cabina. Efectivamente era bajito pero muy bien proporcionado y, sobre todo, de lo más servicial. Hizo que me tumbara y retomó su sabia mamada que me subía la excitación al máximo y me ponía la piel de gallina. Avisé de que me venía y ya, con unos hábiles pases de mano, quedó rematada la faena. Por su parte, también necesitaba desfogarse y su opción fue echarse sobre mí y restregar la polla por mi vientre, que no tardó en quedar empapado. Cariñosamente me limpió con su toalla y pasamos a las duchas.
 
Habría sido un buen remate para una tarde que empecé con cierta desgana, pero la cosa no iba a quedar ahí… y sigo con el relato. Subí al vestuario y encontré, vistiéndose para marcharse, al barbudo conocido con el que sólo había contactado al principio. Se rió porque no le había escapado mi actividad de ese día, esperando que en otra ocasión le dedicara más atención. Conociendo lo salido que era, resultaba evidente que tampoco él habría estado ocioso. Charlamos un rato y, cuando se fue, me quedé vagando por las dependencias del local.
 
Inesperadamente, porque no lo había vuelto a ver y pensé que ya se habría marchado con su pareja, me tropecé con el gordito que tanto me había gustado. Una atracción mutua hizo que empezáramos a sobarnos y, a renglón seguido, nos metiéramos de nuevo en una cabina, esta vez solos. Se repitieron las caricias, achuchones y mamadas, tal vez más calmados pero no menos ardientes. Por fin me pidió que lo masturbara, cosa que hice de mil amores pues me encantaba manipular su polla mientras disfrutaba con el tacto y con la vista de cuerpo tan apetitoso. Se corrió de nuevo y ya nos despedimos, con la esperanza de volver a coincidir en el futuro.
 
Pensaba ya en marcharme, con la visita suficientemente amortizada, pero aún seguí remoloneando sin rumbo fijo. Entré en la sauna, donde sudaban los últimos en llegar. Me llamó la atención un individuo robusto de mediana edad. Ya lo había visto en otra ocasión, pero no parecí interesarle. Sin embargo ahora noté que, al sentarme cerca de él, se abrió discretamente el taparrabo y dejó ver parte de su intimidad. Como había otros en el cubículo, me limité a captar el mensaje y, sin ganas de coger demasiado calor, salí. De todos modos me quedó el gusanillo, lo que hizo que siguiera demorando mi partida.

Al cabo de un rato pasé a curiosear por el cuarto oscuro, donde apenas quedaba ya nadie. Pero de repente se me acercó una sombra que casi me aplasta contra la pared. Por su volumen no dudé de que se tratara del que se había insinuado en la sauna. Me sometió a un buen sobeo que no pude menos que corresponder. Dócil a mi destino de aquella tarde, lo invité a pasar a una cabina. Me tumbé lánguidamente a verlas venir y él, que tenía intactos sus apetitos, tras amorrarse a mi polla, se fue colocando sobre mí hasta alcanzar la posición del 69. No pude menos que corresponder con una mamada, bien agarrado a su culo. Así fuimos probando distintas variantes, que consiguieron revivirme las ganas de un nuevo desahogo. Lo supo captar porque, besándome por todo el cuerpo, me la iba meneando con suavidad pero con firmeza. Al fin me corrí y quedé exhausto. Él, por su parte, debió preferir reservarse para otra presa, por lo que dimos por acabada la sesión.

Esta vez sí, después de reconfortarme bajo la ducha, di la visita por concluida. Y pensar que esa tarde estuve a punto de quedarme en casa…
 

sábado, 9 de abril de 2011

Encuentro inesperado

El día en que una pareja de amigos me invitó a pasar una jornada divertida no podía imaginar en qué iba a consistir esa diversión. O sí… Me anticiparon que habían contratado a un profesional del que tenían muy buenas referencias. Conocedor de los gustos de mis amigos, supuse que no podía tratarse de un escort convencional, joven y estilizado. Las posibilidades entonces se acercaban más a ese círculo reducido y selecto que, más allá de tópicos, ofrece cuerpos de hombre maduro y fornido para el placer de clientes que, precisamente, desean este tipo de masculinidad. Y no me cabía duda de que mis amigos tenían que haber buscado en dicho círculo. De todos modos, aunque inmediatamente pensé en ti, y a pesar de que sois pocos los que, como tú, habéis alcanzado en ese terreno un considerable prestigio, juzgué como una casualidad excesiva que pudieras ser precisamente el contratado. Por otra parte, no dejaba de tener curiosidad por apreciar cómo se desenvolvía alguno de tus colegas en tales menesteres. Pero, por muy remota que me pareciera la coincidencia, el “y si…” no dejaba de rondarme, y me regodeaba pensando en la situación que se podía crear.

Así que, a media mañana, me recibieron mis anfitriones en su chalet de la zona alta de la cuidad. Rodeada de un sólido muro y en medio de un cuidado césped, se alza la vivienda de una arquitectura singular. De una sola planta rectangular y toda acristalada por los cuatro costados, el interior era un gran espacio único en el que sólo la distribución del mobiliario, de un gusto exquisito, marca los distintos usos.

La pareja que desde hace años conviven en lugar tan privilegiado, es de mente muy abierta, dispuesta siempre a disfrutar de todos los placeres a su alcance y, por supuesto, de una sexualidad desbordante. Mi amistad con ellos me ha permitido conocerlos a fondo y, en varias ocasiones, hemos hecho unos tríos memorables. A ello se une que no sabría decir cuál de los dos me gusta más. Desde luego resultan complementarios, tanto en carácter como en aspecto físico. El mayor, Raúl, de edad próxima a los sesenta, es alto y barrigón, con abundante vello corporal distribuido por el pecho de apetitosos pezones, el bajo vientre y las robustas piernas, que enmarcan unos gruesos testículos y un pene bien formado y jugoso. Me encanta su ancha espalda, rematada por un culo orondo que se ofrece generoso. Su cabeza, de noble calva y rostro redondeado con barba canosa, le da un aire de patricio romano.


El otro, Miguel, más joven aunque rondando la cincuentena, es un gordito delicioso de carnes prietas y un vello claro y suave que invita a la caricia. La redondez de sus tetas, sus brazos, su barriga, sus muslos y su culo resulta de lo más acogedora. Y qué decir de esos huevos bien pegados entre las ingles y esa polla gorda y lustrosa. La cara, siempre risueña, se adorna con una media barbita que enmarca una incipiente papada.
 
Cuando llegué, ellos ya llevaban unas batas de seda blanca muy fina, más por sensualidad que por pudor, ya que su largo apenas alcanzaba los muslos y cualquier movimiento permitía entrever lo que falsamente ocultaban. Con el cariño y los mimos con los que siempre me tratan me ayudaron a desvestirme entre los dos –ya empezaba a ponerme caliente– y me ofrecieron otra bata como las de ellos. Preparamos unos aperitivos y nos sentamos, como solíamos, ellos dos en un relajante sofá y yo en una butaca enfrente. Las caricias que se hacían y la visión de lo que ya las batas no alcanzaban a cubrir eran todo un ritual de provocación, en el que son tan expertos. Pero entonces sonó el interfono y la intriga que hasta entonces me había acompañado iba a despejarse pronto.

Al abrirse la cancela, a través de la cristalera te vi avanzar por el jardín aún ignorante de lo que ibas a encontrar. Yo mismo me sorprendí percibiendo tu aparición como la más lógica, más allá de cualquier cálculo de probabilidades. De todos modos había que prever las reacciones que nuestro encuentro en estas circunstancias pudiera provocar, aunque preferí concentrarme en el momento y dejar que los acontecimientos se fueran desarrollando por sí mismos. Llevabas unos shorts azules apretando tus muslos y una ligera camisa blanca abierta hasta la mitad del pecho. Si no fuera porque ya estaba enamorado de ti, te aseguro que aquella visión habría dado lugar a un flechazo fulminante.

En el momento en que entraste en la casa, tu profesionalidad brilló al más alto nivel, pues el hecho de verme junto a tus nuevos clientes no hizo mover ni un solo músculo de tu rostro. Al contrario, te acercaste a nosotros con una radiante sonrisa y, en los besos de saludo y presentación, ya empezaste a cumplir con tu misión. Tu mirada al besarme sólo denotó un imperceptible destello de extrañeza –si yo estaba en la trama o también había sido sorprendido lo habríamos de aclarar en otro momento–, que no te impidió tratarme con la misma sensualidad que a los otros. Te plantaste ante los tres con una estudiada actitud provocativa e invitadora a apreciar tus cualidades. Así que mis amigos no dudaron en abrirte completamente la camisa para desvelar tu delantera. No me quedé atrás y solté el cinturón de tus pantalones y al caer éstos el pequeño slip negro mostraba la tensión de tu polla. Casi arrancados camisa y slip, te nos mostraste en toda tu virilidad.
 
Como habías quedado en esa desnudez tan tentadora, mis anfitriones se dedicaron a palparte por todo el cuerpo para apreciar mejor la calidad de su adquisición. Acariciaban el vello de tu pecho y endurecían los pezones. Pero no me sorprendió en absoluto que dedicaran especial atención a tu soberbio culo, sobándolo y  estrujándolo como atraídos por un imán. Te hacían inclinar hacia delante con las piernas abiertas y yo aproveché para meter la mano y darte unos toques cariñosos  en los huevos y la polla colgantes.

Tuvimos que calmarnos para no precipitar los acontecimientos y entonces te ofrecieron una bata como las nuestras algo más transparente de manera que se traslucían tus pezones y el sombreado de tu vello corporal tan equilibradamente repartido. Como se acercaba la hora de comer, enseguida te ofreciste a encargarte de todo y, con el desparpajo que te caracteriza, era para ver cómo, moviéndote por la cocina o disponiendo la mesa, nos ibas ofreciendo, como quien no quiere la cosa, el espectáculo de tus poses más descaradas. Un buen aperitivo visual.
 
Una vez todo a punto, nos sentamos los cuatro en una mesa redonda de cristal, lo cual, mientras comíamos y bebíamos muy a gusto, nos permitía observar las maniobras que por debajo tenían lugar. Porque frecuentemente se levantaba una pierna que iba en busca de algún paquete con el que juguetear y que no tardaba en responder con una alegre erección. Por otra parte, cada vez que te levantabas para traer algo de la cocina o cambiar los platos, no escatimabas los roces intencionados, quedando a veces tu polla posada sobre algún brazo desprevenido.
 
Para el café y las copas nos desplazamos a una zona más relajante. Como mis amigos ocuparon su sofá habitual, yo aproveché la ocasión para reclamar dos cosas. Puesto que ellos formaban pareja, tú y yo habíamos de constituirnos también en pareja “ocasional” y, además, para estar en igualdad de condiciones,  debíamos disponer de un sofá similar al de ellos. Así que, tras un rápido desplazamiento de mobiliario, volví a situarme frente a los anfitriones, pero esta vez encantado de tenerte a mi lado para un falso fingimiento de pareja. Ellos por su lado y nosotros por el nuestro empezamos a besarnos y  a meternos mano, despojándonos ya de las batas. Una vez uno se tendía en el sofá y el otro le iba recorriendo el cuerpo de pies a cabeza con besos y lametones, que se intensificaban al pasar por los huevos y la polla y luego sobre los pezones, hasta acabar en un frenético juego de lenguas. Otra vez, el que se colocaba boca abajo recibía el peso de la pareja que restregaba su cuerpo o iba masajeando la espalda y el culo, donde se esmeraba en entreabrir la raja para lamerla dulcemente. Y el placer que hacían sentir estas destrezas se multiplicaba al verlas reproducidas por el tandem de enfrente con el que se establecía una amable rivalidad.
 
Casi imperceptiblemente en ambas bandas se iba produciendo un deslizamiento  hacia la mullida alfombra que separaba los sofás enfrentados. Hasta que los cuatro cuerpos fueron entremezclándose en un “totum revolutum”. En un momento mi cabeza se enterraba entre las ingles de Raúl, lamiendo huevos y polla, mientras éste mordisqueaba los pechos que le ofrecías inclinado para servir tu culo a la gula de Miguel, quien a su vez se agarraba con fuerza a mi polla. Los cambios de posición se sucedían vertiginosamente hasta no quedar parte alguna  de nuestros cuerpos sustraída a las manos y la boca de uno o de otro. Las cuatro pollas se hallaban en su máxima tensión y frecuentemente resbalaban por la raja de algún culo tanteando el agujero, pero sin pasar de ahí, en un deliberado y morboso aplazamiento del placer. Exhaustos y sudorosos, la tensión iba relajándose para derivar ya en suaves caricias y besos.
 
Llegados a este punto, me pareció conveniente cambiar la estrategia seguida de emparejamiento contigo. Por una parte, no quería que mis amigos pensaran que estaba acaparando el capricho que ellos habían contratado. Por otra, me tentaba la curiosidad de verte cumplir tu función de entrega a los deseos de tus clientes. Así que, sibilinamente, planteé que ya estaba bien de darte un trato de igual y que a partir de ahora había que sacarle todo el jugo a tu compromiso de disponibilidad.

La ducha que todos necesitábamos después de los revolcones sobre la alfombra la íbamos a disfrutar por etapas y, cómo no, tú serias nuestro juguete. La amplia sala de baño de la casa, que parecía la de un gimnasio, con un sofisticado sistema de chorros y mangueras, iba a ser el escenario adecuado. Te dijimos que primero te enjabonaras tú solo mientras nosotros contemplábamos tus maniobras. Y vaya cancha que le diste a nuestra libido extendiéndote la espuma con gestos lúbricos. Marcabas lentos círculos en torno a tus tetas y pellizcabas los pezones. Ibas bajando las manos sobre el vientre hacia el pubis, donde te entretenías enjabonando los huevos y aplicando suaves caricias masturbatorias a tu polla, con el capullo reluciente entre la espuma. Luego te girabas para ofrecernos la visión del lavado de tu culo. ¡Qué lascivamente te pasabas el jabón por la raja, perdiéndose tus dedos por unos instantes en sus profundidades! Y todo ello con miradas y gestos de lo más incitantes. Fingiendo que no considerábamos la higiene suficiente, nos aprestamos a completarla, así que tus manos quedaron sustituidas por otras seis que volvían a cubrir de espuma cualquier zona de tu cuerpo. Te dejabas hacer con indolencia, las piernas entreabiertas y las manos apoyadas en alto sobre la pared. Sólo te estremecías por efecto de algún pellizco o de algún dedo que hurgaba en tu interior. Casi convertido en un muñeco de nieve, pasamos al enjuague con variados chorros y manguerazos, hasta dejar tu piel lustrosa y goteante.
 
Pero no hacía falta que te secaras, puesto que ahora ibas a cumplir el deber impuesto de asearnos uno por uno. Por deferencia hacia el invitado, me ofrecieron ser el primero, cosa que agradecí no sólo porque ya estaba ansioso por entregarme a tus manos sino también porque, una vez listo, podría solazarme en plan “voyeur” con tus manipulaciones sobre los otros dos. Aunque las delicias de tu tacto me eran de sobras conocidas, simulé sorpresa por la habilidad con que ibas extendiendo el jabón por mi cuerpo, afanándote sensualmente en las zonas de mayor sensibilidad. Me aclaraste la espuma con no menos delicadeza, y al secarme con una gran toalla aproveché para atraerte dentro de ella y restregarme con tu cuerpo. Pero los amigos reclamaron su turno y, fresco y relajado, me dispuse a contemplar tu destreza sobre los otros.
 
Mucho me temí que la prudencia me había llevado a adoptar una actitud en exceso pasiva, ya que lo otros se tomaron la operación de una manera mucho más desenfadada. Así, mientras tú te afanabas en enjabonar a Raúl, Miguel se aprovechaba metiéndoos mano. Ora os sobaba el culo y te empujaba para que cayeras sobre Raúl, ora os cosquilleaba pollas y huevos. Llamado el intruso al orden jocosamente, pudiste completar tu faena con la misma dedicación que habías tenido conmigo. Cuando llegó el turno de Miguel, éste siguió con su actitud juguetona y provocadora. Te sujetaba las manos enjabonadas para llevarlas a donde más le gustara. Se balanceaba haciendo ostentación de su gruesa polla, que tú tenías que atrapar para lavarla. Se giraba y meneaba el culo redondo, exigiéndote que le metieras varios dedos. Y cuando por fin pudiste enjuagarlo e ibas a envolverle en la toalla, se agachó para comerte la polla, maniobra que interrumpimos porque no era lo que procedía en ese momento.

Mis amigos reservaban un juego sorpresa pues, en una zona contigua, se extendía sobre el suelo una gran colchoneta cuadrada forrada de un material impermeable. Su función era evidente y, aunque ninguno de nosotros éramos duchos en la lucha cuerpo a cuerpo –quizá tú tendrías alguna experiencia­–, no se nos escaparon las posibilidades eróticas del juego al que nos aprestamos a entregarnos. Así pues, completamente desnudos y provisto cada uno de un frasco con aceite aromático, nos aplicamos en una larga y sensual preparación física. Nos untábamos con lentas pasadas los unos a los otros sin que quedara ni un milímetro de nuestra piel, desde el cuello hasta los pies, que no brillara intensamente. Ni que decir tiene que tanto manoseo aceitoso resultaba de lo más excitante, de lo que daba fe la respuesta de las relucientes pollas a la escurridiza fricción. En un remedo de combate que más bien era frotamiento de cuerpos, formábamos parejas improvisadas que acababan revolcándose sobre la colchoneta resbaladiza por los chorros de aceite que le habíamos echado. A dos y a cuatro nos entrelazábamos y patinábamos por la superficie, simulando llaves de lucha agarrados a cualquier parte del cuerpo. En este escenario, tomaste conciencia de que te correspondía dar algún tipo de satisfacción a tres pollas no menos excitadas que la tuya. De rodillas e inclinado hacia delante, nos ofreciste el panorama de tu culo reluciente. Con una mano sobabas los huevos colgantes y presionabas la polla para mostrarla por debajo. Fue la señal de salida para que las nuestras se te fueran clavando sucesivamente con la facilidad que propiciaba el aceite y, cuando el impulso era muy fuerte, hacía que te desplazaras resbalando de un extremo a otro de la colchoneta. En un momento dado llego a formarse un curioso bocadillo. Miguel se introdujo debajo de ti, de manera que tu polla se le metió como con un calzador. Raúl se echó sobre ti e hizo lo mismo contigo. Esta doble follada se veía dificultada, sin embargo, por lo escurridizo de la base, así que colaboré tomando posición frente a las tres cabezas haciendo de tope y ganándome algunas chupadas. Aunque la situación era de lo más placentera, la ralentización de los movimientos no propició llegar hasta las últimas consecuencias.
 
El tránsito por las duchas había de ser ahora más calmado, pero… Después de pasarnos un buen rato recibiendo la tibia lluvia y entonando nuestro cuerpo, ¿era posible que cuatro hombres juntos y desnudos con ganas irrefrenables de marcha se limitaran a este saludable trámite? Y tú tenías además el cometido de la provocación, a la que no parecías dispuesto a dar tregua. Así descaradamente, mientras te iba cayendo el agua de la ducha, de tu polla salió un chorro dorado en un arco que crecía a medida que una nueva y fuerte erección te la iba poniendo más y más tiesa. Por unanimidad decidimos que había que castigar esa desvergüenza, así que te ordenamos ponerte en una hornacina al fondo de las duchas y te fusilamos a chorros de manguera con distintas temperaturas. Como estabas lanzado, jugabas contoneándote para esquivas el agua, con lo que tu polla tiesa oscilaba provocativamente, o mostrabas el culo para que sirviera de diana. Total, que nos excitaste tanto que, soltado las mangueras, nos abalanzamos sobre ti para comerte todo lo comible. Tú contraatacabas y así volvimos a estar todos revueltos en caricias y chupadas. De todos modos, la erección de la que seguías presumiendo constituía un reto para los que carecíamos de tu capacidad de recuperación. Así que ordenamos que te masturbaras haciéndonos una nueva exhibición. Obediente te pajeabas con mucho morbo, subiendo y bajando el  prepucio con una mano y apretándote los huevos con la otra. De vez en cuando buscabas nuestras bocas con tus dedos para recoger la saliva que extendías por el capullo. Aceleraste la frotación y, con teatrales contorsiones y gritos de placer, soltaste la leche que, abundante, al caer al suelo, se diluía en el agua de la ducha. Te secamos con mucho esmero y, casualmente, todos nos entreteníamos en la entrepierna, provocándote exclamaciones de gusto. Tú, de unos en uno, nos pagaste con la misma moneda, así que todos quedamos a punto de revista.

Lamentablemente sólo podíamos disponer de ti hasta última hora de la tarde, tal como habías pactado con mis amigos, ya que por la noche tenías un compromiso ineludible, cuya naturaleza no aclaraste.

Pero antes de que nos dejaras, aún teníamos que disfrutar un rato en el gran jacuzzi, casi piscina. Nos fuimos metiendo en el agua y enseguida dominó el espíritu lúdico. Empezaste a hacer de las tuyas y buceando buscabas las pollas flotantes para agarrarlas con la boca como si fueran un tubo para respirar. Pronto tuviste a Miguel sentado en tus hombros y restregando el paquete contra tu nuca. La cosa se ponía candente, pese a la tibieza del agua. Me senté en el borde y tú te acercaste con tu carga a cuestas para chupármela, mientras Miguel por encima me morreaba. Raúl mordisqueaba y lamía el culo de su amante que sobresalía por encima de tu espalda, a la vez que tanteaba para arponearte con su polla bajo el agua. La compleja composición humana acabó viniéndose abajo y arrastrándome consigo. Nos revolcábamos como niños, aunque nada inocentes, e íbamos remedando tus maniobras de buceo. En cuanto alguno se ponía a flotar haciendo el muerto, su polla erguida era objeto de codicia manual u oral. Verdaderamente no había quien pudiera estar tranquilo.
 
Salimos del jacuzzi, conscientes de que el tiempo apremiaba. Los tres contábamos todavía contigo y había que aprovecharlo. Lo primero era exprimir al máximo tus recursos tan potentes. Así que te hicimos tender boca arriba en una camilla de masaje observando con codicia el trofeo que se alzaba entre tus muslos. Miguel saltó para colocarse en cuclillas sobre tu cara fregándola con los huevos y sujetando tus brazos. Te metió la gorda polla en la boca y empezaste a mamársela con avidez. Raúl y yo nos turnábamos con la tuya usando solamente la boca. Cuando uno desfallecía en la frenética succión era inmediatamente sustituido por el otro, con una cierta rivalidad porque sabíamos que sólo uno acabaría recibiendo el premio de tu leche. Finalmente, y acompañado de un espasmo que sacudió todo tu cuerpo y te hizo morder lo que Miguel apretaba dentro de tu boca, fue Raúl el afortunado en recibir la abundancia que le inyectaste.
 
Quedaste exhausto por unos instantes, pero la urgencia de Miguel era tal que sacó la polla de tu boca y te hizo dar la vuelta. Se montó sobre tu culo y tras tres fuertes embestidas cayó desplomado sobre ti. Raúl lo ayudó a bajarse y con un dedo hurgaba tu agujero lleno de leche mientras se masturbaba para consolidar la firmeza. Con cierto aplomo te separó al máximo las piernas y restregó varias veces la verga por tu raja hasta clavarla en el punto exacto. Te follaba rítmicamente metiéndola hasta el fondo y sacándola casi entera. De pronto salió completamente y un primer chorro de semen salpicó tus glúteos, para volver a penetrarte de inmediato y acabar de vaciarse en tu interior.

Cuando me tocó a mí opté por cerrarte las piernas apretándolas entre mis rodillas para que tu culo quedara más resaltado. Al metértela por primera vez sentí que mi polla quedaba empapada de la leche de mis predecesores. Adopté una táctica que sabía te desconcertaba e incrementaba tu deseo. Después de unas cuantas embestidas, me salía y me masturbaba tamborileando sobre tus glúteos; volvía a entrar y repetía la operación. Miguel, que observaba atento, se aprestó a colaborar, así que cada vez que mi polla reaparecía era él quien me la meneaba. Al notar que me venía el orgasmo, con un gesto mío le indiqué que él mismo me dirigiera hacia tu interior. Después de vaciarme y al apartarme de ti, Miguel volvió a cogérmela y la limpió con su lengua, cosa que también hizo con tu agujero aún palpitante.
 
Regresamos a la casa y ya te dejamos tranquilo para que te asearas y vistieras. Cuando estuviste listo observé, no sin cierto rubor, que Raúl discretamente te hacía entrega de un cheque que completaría el anticipo que sin duda habrías ya recibido, y tal vez con una generosa propina. En la despedida, con besos cariñosos, tú y yo mantuvimos el disimulo hasta el final. Te vi alejarte por el jardín con tus shorts azules y la camisa blanca. Pensé que tu mente ya estaría ocupada con los nuevos compromisos.

Durante la cena, a base de algunas cosas que habías dejado preparadas, mis anfitriones no paraban de alabar tu buen hacer y se mostraban muy satisfechos por haber contratado tus servicios. Pero no dejó de extrañarles mi actitud un tanto ausente. No quise que pudieran interpretarla como una descortesía hacia el detalle que habían tenido al invitarme a compartirte. Como contaba con su total discreción, decidí confesarles la verdad de mi relación contigo, con sus luces, brillantes, pero también con sus sombras. Lo cual me sirvió asimismo de desahogo. Mostraron una gran comprensión y me reconfortaron con su amistad y cariño, que volcaron sobre mí el resto del tiempo que estuve con ellos.
 
Aunque insistieron en que me quedara a pasar la noche con ellos, una imprecisa intuición me impulsó a declinar su amable invitación y a decidir ya el regreso a casa. Y mi intuición no me falló, ya que tu compromiso nocturno era precisamente que te encontrara en nuestra cama. Estabas ya dormido, así que me abracé a tu cuerpo desnudo y no tardé en imitarte. Mañana ya habría ocasión de comentar nuestro encuentro inesperado.