jueves, 27 de octubre de 2011

El hobby del dentista

Había empezado a sentir molestias en una muela y sabía que mi dentista habitual estaba de vacaciones. Pero temí que empeorara y solicité una visita a otro de la misma clínica, al cual no conocía. Siempre pone mal cuerpo someterse a ese tipo de manipulaciones a boca abierta y, con tal ánimo, me presente a la hora pactada. Se cumplió el ritual de la enfermera que te hace sentar en el impresionante sillón, te deja medio tumbado y te pone el baberito. Mientras ella va trajinando el temible instrumental, oigo pasos que se acercan por mi espalda y, de repente, sobre mí aparece un rostro sonriente. Quedé pasmado al instante por su atractivo: cara redonda, bien rasurada y con el cabello muy corto, de hombre maduro guapísimo. Cuando, tras saludarme con aire tranquilizador, empezó a moverse a mi alrededor, pude confirmar la excelente impresión: no muy alto, algo barrigón y con unos recios brazos velludos, resaltados por las mangas cortas de su chaquetilla blanca. Siguiendo sus instrucciones, abrí al máximo la boca y se inclinó sobre mí. Las inevitables molestias de los utensilios introducidos se volatilizaban por el calor de su brazo que me rozaba con frecuencia y la presión de su barriga sobre mi codo apoyado en el sillón. Hubo de bajar un poco la altura de éste y aún subió más mi excitación. Pues ahora era su paquete el que se frotaba  con mi codo. Como si fuera un movimiento reflejo, lo saqué algo más y no se retraía en absoluto. Es más, en algún momento en que se apartaba, se recolocaba sus bajos como al descuido. Yo había ya desplazado todo el antebrazo, dejando la mano tonta. Volvió a arrimarse y se refregaba todo a lo largo. Llegué a percibir una cierta dureza y, cuando alcanzó el nivel de mi mano, no pude evitar un discreto pinzamiento con dos dedos y, realmente, lo que toqué tenía consistencia Sin dejar de sonreír, se apartó con suavidad. Y me pareció que más por la presencia de la enfermera, que trasteaba a nuestra espalda, que por rechazo.


Al fin me explicó que había hecho un poco de limpieza y reparado un empaste. Escribió durante un rato y me entregó la receta de un calmante, por si me hacía falta. Me despidió con su cordialidad característica, no sin antes encarecer que no dudara en volver ante cualquier problema. Como salí recalentado y jurándome que, con problema o sin problema, había de volver, no me di cuenta que iba otra hoja junto a la receta. Sólo al llegar a la calle las revisé y, con gran sorpresa y pese a la letra rápida, leí el mensaje: “¿Te gustaría que jugáramos los dos solos? El domingo no hay consulta, pero por la tarde estaré aquí”. No me conmocionó únicamente la propuesta sino que casi daba por hecha mi aceptación. Y vaya si acertaba, porque la oferta me resultaba tan tentadora que por nada del mundo la iba a desperdiciar.
 
Como la visita fue un jueves, aún tuve algunos días para darle vueltas al asunto. Combinaba lo de “jugar” con las características del sitio y me entraban escalofríos. ¿Me recibiría en su “look” de dentista? Todo el erotismo que su imagen me despertaba se teñía de temor al situarlo entre tan siniestros aparatos. ¿No podríamos habernos citado en un lugar más agradable? No habría habido ningún problema para traerlo a mi casa, pero no me había dejado ocasión de ofrecérselo. Tenía que ser allí. Igual nos apañábamos con la sala de espera… Así llegó la tarde del domingo y me presenté en la consulta sumido en un torbellino de emociones.
 
Llamé y nadie acudía. Llegué a pensar, con una mezcla de decepción y alivio, que allí no había nadie y que la cita había sido un fiasco. Insistí por si acaso y entonces oí por fin que manipulaban en la cerradura. Abrió y… llevaba el mismo atuendo que el otro día. Nada más verlo se me aflojaron las piernas, pues lo encontré tanto o más encantador. Pero me resultó curioso que, dándome la mano cordialmente, se comportara en plan profesional. Eso me cortó un poco y me reprimí las ganas de meterle mano. Para colmo, me hizo pasar a su santuario y hasta me invitó a ocupar el sillón. Mi titubeo le arrancó unas risas: “Ya me imaginas como el dentista psicópata de las películas, ¿verdad?”. Ya no sabía si seguirle el juego o salir corriendo, pero la insinuante socarronería de su rostro me tenía cautivado. Así que me dejé caer en el sillón para que no me fallaran las piernas.
 
Cuando sentí por la cara el roce del vello de sus brazos que me entraban por detrás, me inundó un calorcillo tranquilizador. Con parsimonia iba desabrochando los botones de mi camisa y, metiendo las manos, me acariciaba el pecho. Se desplazó hacia un lado y, activando una palanca, inclinó un poco más el asiento. Se echó sobre mí y me besó cálidamente. Se notaba que su especialidad eran las bocas. Con sus labios apretaba los míos y, con la lengua, recorría toda mi cavidad. Lo abracé y metí una mano por dentro de la chaquetilla, gozando de la suavidad de su cuerpo. Pero me tendió una trampa, porque corrió la plataforma con la bandeja para el instrumental y me dejó atrapado. Pasó adelante y se puso a abrirme el pantalón. Tiró del slip y mi polla salió bien tensa. Echó hacia abajo la ropa y me sobó con suavidad los huevos y la polla. Volvió asimismo a demostrar su maestría bucal, con chupadas y lamidas que me ponían a cien.
 
Le pedí que me permitiera también disfrutar de él y, mansamente, se colocó a mi lado. Me quedé sentado ladeado y me dejó que le fuera abriendo la chaquetilla. Por fin empezaba a acceder a esos interiores en los que tanto había soñado. Acaricié y estrujé el pecho tan bellamente piloso. Se inclinó para facilitar que le chupara los pezones, riendo mimoso. Acabé de dejarle el torso desnudo y palpé la delantera del pantalón. La dureza que encontré me trajo recuerdos de los roces furtivos del otro día. Pero ahora el objeto de deseo estaba a mi disposición. De un tirón bajé lo que me estorbaba y allí tuve su generosa ofrenda. Procuré emular el virtuosismo con el que me acababa de tratar. Parecía que lo gozaba, sujetándome la cabeza para acompasar el ritmo.
 
“Si seguimos así vamos a acabar enseguida”, dijo apartándose con suavidad. “Me gustaría que probaras mi especialidad”. Ahí me sonaron todas las alarmas: ¿qué especialidad podía ser la de un dentista que además le gustaba montárselo en su  propia cámara de tortura? Sonriendo con malicia y mucha parsimonia, me liberó de la bandeja y me ayudó a deshacerme de resto de ropa apelotonada a mis pies. Él hizo otro tanto y me condujo cariñosa pero firmemente a una salita anexa. Era una especie de depósito de material y, a un lado, había una camilla. La desplazó hacia el centro y con esmero la cubrió con unos paños. “Te voy a dar un masaje que no olvidarás. Me encanta, aunque no es lo habitual con mis pacientes… Anda, túmbate boca abajo y verás”. Más tranquilo obedecí y él, muy profesionalmente, se rodeó la cintura con un paño y a mí cubrió el culo con otro. No dejó de extrañarme tanto decoro, pero seguro que todo tendría su por qué y para qué.
 
Empezó con unos hábiles repasos por toda mi espalda hasta la cintura, francamente relajantes. De ahí pasó a las piernas concentrándose pronto en los muslos, con unas incursiones cada vez más osadas por su intersección, que rebasaban los límites del pudoroso paño, lo cual comenzó a alterar mi relajación inicial. Mientras ya descaradamente me masajeaba el culo –eso sí, con método–, mi brazo colgante por fuera de la camilla iba recibiendo el roce de su endurecido paquete.
 
Levantando el paño que me tapaba, me invitó a ponerme boca arriba y volvió a dejar caer aquél sobre mi polla ya tiesa. Sentía sus manos sobre mi pecho como suaves descargas eléctricas, que se trasmitían a mi polla haciéndola vibrar. Lo que se incrementó al afanarse con la delantera de mis muslos e ir tropezando su codo con mi protuberancia. Tras volver a manipular mi pecho unos instantes, en una maniobra de despiste me despojó del paño. Prosiguió con los masajes pero ya sus manos cada vez estrechaban más el cerco en torno a huevos y polla, que rozaba con delicadeza. Asió al fin mi duro miembro y con un dedo recogió la humedad de la punta. Me pilló por sorpresa cuando de repente aplicó su boca en una mamada deliciosa. Entretanto alargué un brazo para sobarle el culo por dentro del taparrabo.
 
Me hacía subir al cielo con sus succiones y lamidas, que se extendían a los huevos y la entrepierna. En un arrebato le arranqué el paño de su cintura y lo atraje sobre mí para besarlo frenéticamente. Me incorporé sentándome de medio lado y lo metí entre mis piernas. Seguíamos besándonos y bajé una mano para alcanzarle la polla. Pero el pasó a chuparme las tetas y se agachó para volver a mamármela y mordisquearme los huevos, mientras me acariciaba la barriga y el pecho. Volví a hacer que se levantara y salté al suelo. Entonces se colocó de bruces sobre la camilla y me presentó la tentadora perspectiva de su culo. Lo sobé, palmeé y lamí con ansia. Él se abría y me incitaba. Me eché encima para acariciarlo y abrazarlo, al tiempo que le restregaba la polla. Lo empujé para que se pusiera boca arriba y fui yo el que le hice una mamada. Me provocaba levantando las piernas por encima de mis hombros y llegó a ofrecerme de nuevo el culo. Yo pasaba con mi lengua de la polla a la raja, que llenaba de saliva. Por fin me enderecé y sujetándole los muslos separados chocaba mi polla con sus huevos. Resbalando la puse en el ojete y, entre la lubricación del aceite y la raja trabajada, no me costó nada metérsela bien hondo. Él la recibió con gula, removiéndose para un mejor encaje. Se pellizcaba los pezones mientras yo bombeaba aun ritmo pausado. Su polla se mantenía tiesa y eso me excitaba más. Nuestras miradas se cruzaban con lujuria en tanto que él se la meneaba para completar el cuadro. Di un acelerón a las embestidas agarrado a sus muslos. Él aumentaba el pajeo. Los dos empezamos a bramar hasta que nos corrimos a la vez, yo dentro y él sobre su barriga. Lo ayudé a incorporarse y, de pie, nos abrazamos y besamos tiernamente.
 
Parecía insaciable, porque no tardó en tenderse en la camilla y, de lado, me atrajo para alcanzar otra vez mi polla con su boca. Sus dulces succiones del miembro relajado, al tiempo que me estrujaba los pechos con el brazo levantado, me resultaban deliciosas. Yo a mi vez acariciaba y jugaba con el vello de su delantera. Vi que iba teniendo una nueva erección y ahora fui yo quien me lancé sobre ella y chupé con vehemencia. No paré hasta sacarle una leche tan abundante como la que había disparado antes.
 
Bromeamos mutuamente, él con mi perseverancia y yo con su capacidad de recuperación. Hubimos de dar por acabada la sesión de masaje, por llamarla de alguna forma. De todos modos, y por si acaso, procuré pasar rápido por la sala de odontología.

lunes, 24 de octubre de 2011

Complejos

En la sauna de maduros encontré también una pareja muy curiosa. No muy altos y regordetes, uno era más bastote, de tetas velludas y culo orondo; el otro, algo más esbelto, tenía unas formas y una distribución pilosa, con una barbita de pocos días, que me lo hacían más atractivo. Éste parecía controlar a su compañero a distancia y lo seguía cuando aquél se adentraba en el vapor o el cuarto oscuro. En este último, procuré acercarme al que me gustaba más y me puse a acariciarle la espalda y seguir hacia abajo por dentro de la aflojada toalla. Como se dejaba hacer, quise ampliar el sobeo y le propuse que fuéramos a una cabina. Me contestó que tenía que ser con los dos e imperiosamente avisó al otro de que viniera con nosotros.


Nada más entrar en la cabina, el más brutote se quitó la toalla y puso el culo en pompa apoyado en la cama, con una oferta muy evidente. Pero su amigo impuso orden y me despojó de la toalla. “Vamos a obligarlo a que te la chupe”. Tomó de los hombros al otro, hizo que se girara hacia mí y lo empujó para ponerlo de rodillas. Sujetándole la cabeza, la llevó a mi polla, que se metió en la boca con un efecto de succión. Mamaba de maravilla, dirigido para que llevara el ritmo adecuado. Yo, para aumentar mi excitación, le iba metiendo mano en cuanto se ponía a mi alcance al que llevaba la dirección, que seguía con la toalla a medio bajar. Cuando consideró que estaba a punto de caramelo, dio la orden de cesar en la chupada. Su hombre, obedeciendo, volvió entonces a la posición inicial y presentó el culo. Desde luego era muy tentador, de carnes prietas y peludo. El maestro de ceremonias, a dos manos, le abrió la raja para que pudiera disponer a voluntad de culo tan bien dispuesto y cuyo poseedor parecía impaciente por ser penetrado. El agujero era ancho y caliente, y daba gusto estar ahí dentro. Follé con desenvoltura animado por gruñidos voluptuosos. El otro no perdía de vista mis arremetidas, y ora acariciaba la espalda del follado, ora me cosquilleaba los huevos.
 
Me faltaba poco para correrme, pero una vez más hubo cambio de planes. “Ahora que te ha dejado el culo contento, te vas a beber su leche, ¿verdad, cariño?”. El interpelado, tras un resoplido al sacarse mi polla, dócilmente quedó a la espera de instrucciones. De buena gana, lo que yo habría hecho era cepillarme también al que más querencia me inspiraba. Pero él iba a lo suyo y ni siquiera dejó que le quitara del todo la toalla. No obstante yo persistía en echarle mano a la rabadilla y bajar todo lo posible, pues el tacto de su pelusa me provocaba. Hizo que me recostara cómodamente y llevó al otro a inclinarse sobre mi polla. “No pares hasta tragártelo todo”. Poco le costó conseguirlo porque, entre las vigorosas chupadas y lo cargado que ya iba yo, no tardé en descargar en su boca y él engullía la leche a medida que me vaciaba. Todavía relamiéndose se irguió completamente empalmado. Amorosamente su colega le ciñó la cintura con un brazo y, con la mano libre, le hizo una paja. Empezó a ronronear y acabó soltando un buen chorro sobre mi vientre. El maniobrero, para mi sorpresa, se lanzó entonces a lamer la leche que me resbalaba.
 
Aproveché ese momento para arrebatarle la toalla que había insistido en conservar todo el rato. Por fin estaba completamente desnudo y pude averiguar el motivo de su pudor. Tenía una polla pequeñita e inerte, que no se atrevía a lucir. Sin embargo lo agarré y, mientras le sobaba el culo al completo, se la meneé con dos dedos hasta hacer que se derramara en mi mano.
 
Así llegué a entender el singular reparto de trabajo con que funcionaba la pareja. El de la polla pequeña, acomplejado, se encargaba no obstante de buscar otra más idónea para satisfacer los furores de su compañero, y así disfrutaban juntos.

sábado, 22 de octubre de 2011

El placer del tacto

De vez en cuando voy a una sauna en la que predominan los hombres maduros. Una tarde me pasé por allí más por rutina que por una imperiosa necesidad de folleteo. Nada más llegar, y mientras me quitaba la ropa, asomó por el vestuario un tipo gordote, no demasiado de mi gusto por su escasez de vello corporal, pero con unas acogedoras tetas y una boca de lo más prometedora. Noté que me echaba el ojo, aunque todavía tenía que hacer mi ronda de inspección. Así que, tras ducharme, estuve un rato en la sauna seca y en la de vapor, donde ya había cierta actividad aprovechando la penumbra. No me interesó integrarme y me trasladé al llamado cuarto oscuro, con la mínima iluminación para no chocarse. Había algunos metiéndose mano y pronto me localizó el que vi al principio. Se me arrimó y empezó a besarme, bajando con su boca por mi cuerpo hasta quedarse de rodillas. Era claro lo que ambos deseábamos, de modo que se puso a chupármela con gran eficiencia.

Hago un inciso para aclarar que en la sauna abunda el tipo “mamón”. Y no utilizo en absoluto el término en sentido peyorativo, sino meramente descriptivo. Se trata de aquellos cuya satisfacción sexual se centra en chupar pollas, sin buscar el ser correspondidos. Hay variantes, como los que, mientras, se la menean o bien se conforman con ser tocados. Pero un rasgo común de su afición es que saben producir placer con maestría y perseverancia. Era el caso del que se ocupaba de mí, que me puso la polla al rojo vivo de excitación. Sin embargo le pedí que parara, pues no quería correrme tan pronto y le prometí que más tarde lo buscaría para que completara la faena.

Salí a deambular por los pasillos y recuperarme del sofoco. En estas y estas había por allí un maduro de los que me gustan a rabiar. No me era desconocido, porque en otra ocasión me había ocupado de él. Aquí procede de nuevo explicar otra modalidad que también frecuenta las saunas. Son hombres, seguramente casados, que no reconocen que les atraen los hombres, aunque sí les gusta lo que les hacen los hombres. Muestran así un talante distante, pero no es difícil captar lo que buscan. La primera vez que encontré al individuo en cuestión evidentemente me atrajo enseguida y tanteé las posibilidades que se presentaran. Entró en la sauna y al poco lo seguí. Había poca gente ese día, por lo que estábamos solos. Ya tenía desplegada su táctica, muy típica de estos casos por cierto. Sentado en un banco superior, un poco escurrido hacia delante y con los ojos aparentemente cerrados, se abría de piernas de modo que se le vieran polla y huevos bajo la toalla aflojada. A mi vez me senté enfrente en bajo y contemplé la oferta, que estaba muy clara. Me acerqué y empecé a acariciarle los muslos. Él se dejaba hacer en absoluta inmovilidad. Pasé a recorrer el cuerpo y me deleité con sus tetas. Pero resultaba evidente que su pretensión era que me ocupara de su polla. Era tan apetecible que me afané en sobarle y lamerle la entrepierna. La polla se le endureció y se la chupé muy a gusto. Sin embargo, su actitud meramente pasiva, como si la cosa no fuera con él, llegó a chocarme y neutralizó mi excitación. Por eso, aprovechando que entraba alguien, me detuve y me quité de en medio. Me sabía a poco, pero no iba a conseguir mucho más. Con ese precedente, al verlo de nuevo, me conformé por tanto con contemplar lo bueno que estaba.


Al cabo de un rato volví a inspeccionar el cuarto oscuro. Había mucha calma pero se oían unos rumores. En uno de los recovecos más discretos se notaba actividad sobre un camastro. Casi a tientas palpé y se trataba de un cuerpo de pie sobre el lecho, apoyado en la pared lateral. Bajo él, otro le chupaba la polla con ansiedad. Mi manoseo no fue rechazado sino que pareció aumentar la excitación del que estaba levantado. Por el tacto no tardé en saber que era precisamente el que me gustaba tanto. La situación me puso muy caliente y me dio alas para tocar y sobar a placer. Con ambas manos iba recorriéndolo por los muslos, el culo, la barriga y el pecho. Disfrutaba sintiendo sus carnes con el fino vello que las cubría. Le amasaba las tetas y el culo, estirando para abrirle la raja. Le cosquilleaba en el ojete y los huevos, dejándose él hacer. Cuando el que le chupaba la polla se tomaba un respiro, se la toqueteaba, dura y mojada. A mis manos que no cesaban de magrearlo se transmitían los grados en que iba creciendo su ardor. Por fin soltó algunos bufidos indiciarios  de su corrida. Al retirarse el otro, que no llegué a saber quién era, volví a coger la polla, ahora pringosa. Bajo de la cama y como una exhalación se dirigió hacia las duchas. Fui tras él y me recreé contemplando cómo se remojaba y enjabonaba. Lavaba con especial atención el instrumento del placer, aún medio hinchado, sin el menor recato ante mis miradas, sin duda consciente de mi colaboración.

Fue pues un lance en que, solo con el sentido del tacto, me había excitado de una forma tremenda. Ahora sí que me venía bien volver a encontrar a mi cariñoso “mamón”. No me costó hacerlo y enseguida se mostró dispuesto a acogerme de nuevo en su generosa boca. Los dos gozábamos a nuestro modo con sus hábiles e insaciables chupadas. Se sintió recompensado de sus esfuerzos cuando logró que lo llenara con mi leche recalentada.

viernes, 21 de octubre de 2011

Espectáculo subacuático

Después de las osadas y exitosas actuaciones en el club, que te habían convertido en el porno-star más cotizado, tú mismo diseñaste un nuevo número, éste algo menos agitado para tí, con el que completar el imprescindible y peculiar striptease integral, siempre demandado por el variopinto público. No falté a su estreno y, después de divertirme de nuevo con tu provocador baile, me dispuse a disfrutar de tu sin duda original invención.

Esta vez una cortina que ocultaba el estrado se fue alzando mientras el speaker hacía la presentación. Una gran pecera de cristal llena de agua ocupaba todo el espacio. Al principio vacía, tras un momentáneo oscurecimiento, apareciste tú dentro. El nivel del agua permitía que, de pie, pudieras mantener fuera la cabeza. Tu atuendo era un provocador slingshot que, recogiendo mínimamente el paquete, se elevaba en unos estrechos tirantes y se acababa convirtiendo por detrás en una tira enterrada en la raja del culo.


Giros y pataleos subacuáticos ralentizados, e incluso breves buceadas, permitían que te exhibieras bien. Recuperada la vertical, jugabas con los tirantes elásticos y te apretabas con descaro el sexo oculto. Con lubricidad, llegaste a sacar la polla por un lado, y ya revitalizada, iniciaste una provocadora masturbación. Como si te cogiera por sorpresa, la maniobra quedó interrumpida al zambullirse un individuo tan voluminoso como tú y con idéntica prenda. Iniciasteis un simulacro de lucha submarina cuya principal finalidad, aparte del sobeo, era arrancarse mutuamente la exigua vestimenta. Una vez desnudos os elevasteis para coger aire, pero de inmediato el intruso volvió a sumergirse y alcanzó con la boca tu polla, que aún conservaba la turgencia. La posición boca abajo y en horizontal que mantenía el enganchado a tu entrepierna permitió que se viera cómo su polla, a su vez, fuera creciendo en perpendicular. Hubo un intercambio y pasaste a ser el chupador, sin dejar de lucir también tu polla flotante. Una nueva coreografía de inmersiones, con tocamientos y achuchones escabrosos, sirvió de precalentamiento para las escenas cumbres.
 
Tu partenaire echó mano a un misterioso estuche que apareció flotando. De él extrajo un objeto que, al calzárselo en la tiesa polla, resultó ser un condón fluorescente. Amenazante trató de darte alcance y, aunque tú fingías resistirte, por fin logró atraparte por detrás y sujetarte con fuerza de la cintura. El luminoso objeto se perdió en las profundidades de tu culo, pero no dejaba de aparecer parcialmente en el enérgico mete y saca. En hábiles maniobras coordinadas, no dejabais de impulsaros hacia arriba con los pies para respirar, sin perder no obstante el acoplamiento. La follada bajo el agua mantenía con el aliento cortado al público, excitado por vuestras dramatizadas expresiones de placer. Al fin el follador se separó de ti con un elegante aleteo y se extrajo con cuidado el condón, que anudó por el extremo abierto. Subió flotando hacia la superficie lleno de una sustancia opaca que no era agua precisamente. Los aplausos y bravos se desataron.
 
Con el deber cumplido, y para dejarte todo el protagonismo, tu compañero se quedo hacia atrás, inmóvil y de espaldas, en una postura de estatua griega. Tú te exhibías nadando y sumergiéndote cual erótico sirenio. Por fin te plantaste con las piernas separadas y, mientras ostentosamente con una mano ibas sobándote y estrujándote las tetas, con la otra te manoseabas los bajos. Tu polla volvió a adquirir su máxima dimensión y se levantó mecida por el agua. Le diste unos frotes, pausados al principio y más enérgicos después. Estremeciéndote con gestos de gran goce, los de las primeras filas al menos pudieron apreciar cómo unas burbujitas blancas iban saliendo por la punta y ascendían hacia la superficie.
 
La pecera fue descendiendo hasta que los bordes llegaron al nivel del estrado y trepaste hasta salir fuera. Entre ovaciones y aplausos, aún mojado, te arrimaste a las barandas que contenían al personal, dejándote abrazar y tocar a su gusto. Desde luego, en entrega al público nadie te ganaba.

jueves, 20 de octubre de 2011

Stripper y mucho más…

Quienes duden de la verosimilitud de este relato, al menos en su primera parte, pueden dar una ojeada a los videos de Gordo Stripper en:

Siempre deseoso de novedades que te permitieran poner en práctica sin la menor inhibición tus fantasías sexuales, me comentaste que habías conseguido que te contrataran para varias actuaciones en un club muy especial y te gustaría que asistiera a una de ellas. No me diste muchos detalles sobre las características del club ni las artes de que te habías servido para que te contrataran, aunque conociéndote algo podía imaginar. Por mi cuenta busqué en Internet y averigüé que se trataba de un club de osos, hombres gordos y admiradores, pudiendo ser estos de cualquier género. Su especialidad era la de ofrecer actuaciones amateurs, aunque cuidadosamente seleccionadas, que podían llegar a un sexo explícito de exhibición. No me hizo falta indagar más para entender lo que cabía esperar si andabas tú de por medio.

La noche en que fui había bastante y variado público. Aunque predominaba el aspecto osuno y voluminoso, también se veían otros tipos de hombres y algunas mujeres, incluso en primera fila. Desde luego todos con ganas de marcha y ánimo participativo. Me hicieron gracia los carteles que te anunciaban como stripper y mucho más… La sala tenía forma semicircular frente a un estrado ligeramente elevado y separado del público por unas barras niqueladas. Iluminación y música típicas de discoteca servían para caldear el ambiente. Como yo iba recomendado pude ocupar un asiento hacia un lado de estrado, desde donde contemplar el espectáculo y las reacciones de los asistentes.

La luz se concentró en la plataforma y cesó la música. Un speaker te anunció con gran alborozo del personal. Pude comprobar luego que su permanencia en escena tenía la misión de animar, pero también controlar la situación. Apareciste muy formalmente vestido de traje y corbata. Me sorprendieron los gritos y ovaciones que levantaste, como si ya tuvieras una cohorte de fans. Algo tópico me pareció la canción que empezó a sonar: “You can leave your hat on”, de Joe Cocker. Aunque muy expresiva del tipo de espectáculo. Te movías con un ritmo insinuante y absolutamente varonil. Te repasabas el cuerpo con las manos y al girarte levantabas con estilo la chaqueta y resaltabas el culo separando las piernas. Los gritos se redoblaron. Cuando estuviste de nuevo de frente ya había caído la corbata y el botón superior de la camisa. Te fuiste despojando a continuación de la chaqueta y, al ir desabrochándote la camisa, se desató el frenesí. Ya eran visibles tu pecho velludo y tu vientre prominente. En ese momento señalaste a dos soberbios ejemplares de osos para que subieran a ayudarte, lo que hicieron con gran entusiasmo. Despojado ya de la camisa, hiciste varios pases acercándote a las barras separadoras, al alcance de algunas manos que no dudaron en sobarte la delantera. Entretanto los ayudantes se habían sentado en sendos taburetes. A ellos te encarabas metiendo sus piernas entre las tuyas abiertas y cogiéndoles las cabezas para pegarlas a tu paquete. Los invitaste a que cada uno tirara de un lado de la cintura del pantalón y se activó el truco de que éste se descompusiera en piezas que cayeron al suelo. Surgió así tu trasero en todo su esplendor, solo cruzado por las finísimas tiras de un tanga de un blanco purísimo y casi traslúcido.
 
Te cimbreabas de esta guisa exhibiendo el culo, cada vez más embravecido el griterío circundante. Fuiste levantando cada pierna sobre las rodillas de los otros dos para que te quitaran zapatos y calcetines, lo que de paso ofrecía un lucimiento mayor de tu anatomía. Ya descalzado, diste un brusco giro que permitió a la concurrencia verte tan solo con el mínimo triángulo que a duras penas contenía tu sexo. Las demandas histéricas de que te acercaras casi eclipsaban la música.
 
Era tu momento de gloria y bien que lo aprovechaste. Sin perder el ritmo y con caricias de lo más explícitas te aproximaste al máximo a la barrera. Manos de hombre, y algunas de mujer, sustituyeron ahora a las tuyas en los tocamientos. Incitador, te dejabas sobar a gusto e incluso hurgar en los límites del tanga. Sin embargo, cuando alguien más atrevido intentaba bajarlo sabías retraerte para que no se anticipara la apoteosis final del número. Para ella escogiste a dos nuevos voluntarios que casi en volandas te apartaron de la masa. Cada uno de un lado fueron bajando la cinta horizontal del tanga y, aunque el culo ya había estado casi totalmente al descubierto, el descenso hasta debajo de las nalgas era de una plasticidad excitante.
 
Te giraste hacia delante y el triángulo del tanga quedaba más flojo, dejando fuera toda la pelambrera del pubis. Con unos sensuales estiramientos hacías además que asomaran parte de los huevos, lo que provocaba una tensión expectante. Vuelta a dar la espalda y caída del tanga hasta el suelo. Hubo unos instantes de suspense, en los que parecía que los dos acompañantes te estuvieran dando los toques finales –aunque pensé que, después de tanto sobeo, no te haría falta mucho estímulo adicional–. Una contundente erección cara al público fue tu novedosa aportación al final del striptease integral. Y como tal novedad fue aclamada por el respetable. Aunque las manos se estiraban pugnando por alcanzarte, ahora te mantuviste a distancia y acompañaste con rítmicas sacudidas de la polla el final de la electrizante canción.
 
En un vertiginoso juego de luces quedó vacío el estrado. Tomó ahora protagonismo el speaker para hacer la presentación de la segunda parte del espectáculo a tu cargo. Sin duda el “mucho más…” que prometían los carteles. Pidió dos voluntarios, dispuestos a todo, para que te hicieran objeto de sus deseos. La rapidez con que se levantaron las dos primeras manos, aunque luego seguidas por otras muchas, y el aspecto de los aspirantes hacía sospechar que había truco e incluso, por la precisión con que se desarrollaría la función, ensayos previos. Los dos afortunados eran una muestra evidente del tipo de hombres a los que rendía culto el club. Uno era un ejemplar de oso fornido, peludo y barbudo, y el otro un gordito maduro de culo respingón. Con ambos habrías de habértelas en vivo y en directo… o ellos habérselas contigo. Pasaron al interior para los preparativos y, mientras el speaker caldeaba el ambiente con sus arengas, del techo se descolgaron unas anillas y un sling. Simultáneamente, del suelo surgió una cama cubierta por una satinada tela y con una ligera inclinación hacia la sala.
 
La luz de hizo más matizada y reapareciste tú entre grandes ovaciones. Esta vez llevabas una bata negra satinada que solo te llegaba hasta las ingles, lo que permitía vislumbrar la mínima pieza que velaba tu sexo. Te acercaste al personal y te dejaste arrebatar la bata. Lo que quedó fue un jock-strap que tapaba algo más por delante, pero que dejaba el culo al aire. No te sustrajiste a algunas caricias más o menos atrevidas, pero pronto volviste al centro del estrado. Surgieron por cada lado los dos partenaires seleccionados, únicamente ya con jock-straps similares a los tuyos. Los tres resultabais a cual más apetitoso, aunque en desinhibición y osadía te llevabas la palma. Formasteis una piña y, sobándoos los culos, os fundisteis en un intenso besuqueo a tres, haciendo bien visible el entra y sale de lenguas. Una tensa expectación dominó el ambiente, pendiente del sexo en vivo que se empezaba a ofrecer. Ello permitió a su vez que pudiera llegar a oírse la música sicalíptica que acompañaba al espectáculo. Sin deshacer del todo el abrazo, te fuiste deslizando hasta quedar de rodillas frente al oso. Te encaraste con la delantera del jock-strap hundiendo el perfil y mordisqueándola. Mientras tanto el gordito aprovechaba para restregarte su paquete por la espalda y  la nuca.
 
Te apartaste de los dos y agarraste las argollas que colgaban. Separando las piernas, en posición de aspa, te removías incitante. El oso te abordó entonces por delante para estrujarte las tetas y morderte los pezones. El gordito aprovechó para ponerse a lamerte el culo y a meter una mano entre tus muslos sobándote la delantera. Haciendo que soltaras las argollas, el oso te sujetó los brazos a la espalada en una llave de lucha libre y te acercó al público. El gordito empezó a sobar y estrujar tu paquete hasta que el elástico tejido fue estirándose a causa de tu empalme. Se oyeron gritos: “¡Fuera! ¡Fuera!”, y no es que pidieran que saliera nadie, sino que animaban al gordito a destaparte. Inmovilizado como estabas, fingiendo vergüenza, parecías resistirte, pero de un tirón el jock-strap cayó hasta el suelo y tu polla apareció tan insolente como al final del striptease. No por ello fue menor el delirio del personal.
 
Cuando lograste desasirte de la llave del oso, el gordito trató de huir, pero, tras una vodevilesca persecución polla en ristre por tu parte, lograste atraparlo y lo tiraste de bruces sobre la cama, que fue moviéndose para una adecuada visión del redondo culo y de lo que había de venir. El oso ayudó manteniéndole sujetos los brazos, mientras dabas palmadas que le arrancaban cómicos quejidos. “¡Que lo folle! ¡Que lo folle!”, surgió del inmisericorde público. No te hiciste de rogar y, blandiendo la polla como si brindaras la faena, la restregaste en varios pases por la raja del culo. Pero el público insistía con mayor vehemencia, así que te clavaste al fin cogido a las caderas del gordito para hacer fuerza. Bombeabas y el inicial lamento del follado se fue tornando en murmullos de gusto. No era cuestión sin embargo de llegar a las últimas, de manera que, cuando la concurrencia pareció darse por satisfecha, sacaste la polla tan tiesa como había entrado.
 
Liberado el gordito, había de tomarse la revancha. Con el oso ahora de nuevo de su parte, te atraparon mientras saludabas. Te voltearon entonces sobre el sling y, entre los dos, levantaron brazos y piernas ligándolos por muñecas y tobillos a las cuatro correas laterales. Quedaste con la cabeza colgando y, por el lado opuesto, con la raja del culo levantada y coronada por los huevos y la polla que seguía inhiesta. El sling iba girando para que pudieran contemplarse bien todas las fases de lo que, sin duda, constituiría el plato fuerte del espectáculo. Se fue produciendo un silencio expectante, cubierto por un redoble de tambores anunciando el más difícil todavía. El gordito, que en ningún momento se llegó a desprender de su jock-strap, se cogió de tus pantorrillas y se puso a mamártela cadenciosamente. A su vez el oso se colocó detrás de ti, se quitó el calzón y, sujetándote la cabeza, te metió la polla en la boca. Cuando estuvo bien encajado, pasó las manos a tus tetas para pinzarte los pezones. Iba moviendo la pelvis y tú chupabas con fruición. Como la polla adquiría la dureza conveniente, el gordito cambió de tarea y se centró en jugar con tu raja, abriéndola y cerrándola en plan demostración y, de paso, dándole lametones. Hubo al fin un intercambio. El gordito se puso detrás para hacer de tope y el oso ocupó el espacio entre tus piernas. Primero, esgrimiendo su polla, la acercó a la tuya como comparando. Lo que la de él tenía de más larga la tuya lo tenía de mas gorda. Pero el momento culminante llegó cuando la fue resbalando y de un solo impulsote la metió entera. Ver a su ídolo así ensartado desató la locura en el público. Contaban coralmente las arremetidas que ibas recibiendo: “una…, dos…, tres…”. Y si el sling no salía disparado era por la firme sujeción del gordito. Tal fue la excitación que embargó a toda la sala que el propio oso, probablemente fuera del guión, dio todos los síntomas de haberse corrido. Al salir, algo atribulado en medio de las ovaciones, recuperó su jock-strap.
 
Desde luego, una vez follado, no te iban a dejar allí colgado. Así que gordito y oso te soltaron y te ayudaron a saltar del sling. Y la gloria fue completa para ti exhibiendo tu cuerpo tan intensamente trabajado. Parecías contagiado de la exaltación reinante y querías elevarla al máximo concentrada en ti. Acercado a las  barras separadoras te ponías de espaldas y te inclinabas luciendo la raja de culo, tan recientemente profanado. No te importó, sino que más bien lo buscabas, que te manosearan, hasta el punto de que tu polla, algo alicaída después de lo sufrido, se volvió a endurecer con tanto contacto cariñoso.
 
Pero aún te faltaba ofrecer un último gesto de entrega. Subido de nuevo al estrado para quedar bien visible, te pusiste a meneártela ostentosamente, lo cual fue acogido como el esperado bis de un recital. Te sobabas el pecho dando al acto una mayor lubricidad y hacías paradas en la masturbación para aumentar la expectación. Resoplabas en una escala ascendente, hasta que el bufido final coincidió con los generosos chorros de leche que disparabas en varios espasmos. Atronaron los aplausos, los gritos y los requiebros, y tú flotabas en una nube.

No sé cómo transcurriría el espectáculo otras noches, pero la vez en que yo asistí fue algo que excedía de cualquier cosa imaginable.

sábado, 15 de octubre de 2011

Experimento futurista

Con frecuencia tengo sueños calientes a tu costa y este que relato me pareció de tanta complejidad interpretativa que, nada más despertarme, me esforcé en transcribirlo de la forma más fiel posible. 

Era un sueño sin sonido. Estabas tendido en una especie de camilla de quirófano bajo un potente foco, desnudo y como dormido. En la penumbra a tu alrededor, sobre un estrado, se encontraban hombres y mujeres de diversas edades y aspectos, cubiertos con batas blancas. Otros dos hombres, con unos pijamas verde claro como de cirujanos, se hallaban junto a ti. Uno maduro y robusto, otro algo más joven y también fornido. El mayor hablaba a la concurrencia, señalándote de vez en cuando. A una indicación suya, el más joven se puso a darte unos suaves cachetes en las mejillas. Parecías reaccionar y abrías los ojos, aunque aturdido por la fuerte luz. Tal vez para evitar esto, el joven te colocó un antifaz negro. A continuación, te cogió cada uno de los brazos y los dejó apoyados por las muñecas en sendas perchas que había a los lados. Te dejaste así poner en cruz con toda docilidad. También te separó las piernas hasta los límites de la camilla.

Al quedar tú dispuesto de esta manera, el mayor empezó a actuar sobre tu cuerpo, sin dejar las explicaciones. Te palpó los brazos levantándolos ligeramente y mostrando los músculos que lo formaban. Al rozarte las axilas, tuviste un leve estremecimiento, que el otro controló sujetándote los pies. El orador  se colocó luego frente a tu cabeza y, casi apoyando la barriga en ella, llevó las manos a tu pecho. Removía el vello que lo cubre y hacía copa en ambas tetas presionándolas. Particular atención le dedicó a los pezones. Frotaba la punta con un dedo y los pellizcaba, hasta hacer que se endurecieran. En ese momento tu pene, hasta entonces inerte, adquirió mayor volumen. Él lo señalaba como si fuera un efecto reflejo. Pasó a manosear el vello de la barriga y metió un dedo en el ombligo. Pero esto, así como los roces por tus costados, te provocó nuevos temblores, que hubo de controlar el que te asía de los pies. Para asegurar mejor las manipulaciones, ahora ya ligó tus muñecas a las perchas, pues iba a ocuparse de tus partes más sensibles. En efecto, llevo las manos a tu pubis y revolvía el encrespamiento piloso, como si comprobara su textura. Cogió con delicadeza la polla, que se hinchaba a ojos vista, y la mantuvo pegada al vientre. Hizo que el ayudante lo sustituyera en la sujeción y él se dedicó a manipular los huevos. Los sopesaba y levantaba para que fueran bien visibles para los observadores. Asimismo estiraba la piel para separarlos y marcar las dimensiones de ambos. Tras este repaso testicular completo, quedó liberada tu polla que, ya del todo tiesa, fue objeto de especial atención. Disertaba sobre ella y la cogía con la mayor soltura. Ceñía los dedos al capullo y lo apretaba para resaltar el orificio. Aunque hasta ahora se te notaba relajado con esas manipulaciones, debía llegar el punto más delicado, pues el joven se volvió a apostar a tus pies para asirlos firmemente. Así inmovilizado, el que se suponía el jefe, sin parar de hablar, empezó a frotar tu polla, primero suavemente y luego con más energía. Tus sacudidas quedaban neutralizadas por las sujeciones mientras él detenía y reanudaba la operación. En un momento dado, con el índice de la mano libre señaló tu capullo e inmediatamente brotó de él un potente chorro de semen. Como si de un exitoso experimento científico se tratara, los asistentes batieron palmas alborozados. Liberadas de nuevo tus piernas pudiste dar ya los últimos estertores.
 
Los circunspectos observadores rodeaban ahora al maestro. Entretanto, el ayudante, tras limpiarte el vientre con unas gasas, soltó las ligaduras de tus brazos, que pudiste alinear con tu cuerpo. Pero, a cambio, pasó las perchas hacia delante, te levantó las piernas y las dejó sujetas por las corvas, como si fueras una parturienta. Lo que quedó entonces expuesto frente al estrado fue tu culo alzado, con la polla y los huevos volcados sobre la barriga. Un foco proyectaba una clara luz sobre la zona. Los preparativos se completaron colocando una banda de parte a parte de la camilla que te dejaba los brazos pegados al cuerpo.
 
Una vez reintegrados al estrado los concurrentes, el oficiante mayor reanudó el discurso al tiempo que manoseaba tu parte expuesta. Presionaba las nalgas y repasaba las zonas más pilosas. Las separaba abriendo la raja y señalaba su punto más oscuro. El colaborador le entregó entonces un guante de látex y lo ayudó a calzárselo. Lentamente fue introduciendo un dedo en el ano y siguió con una frotación interior. Te estremeciste un poco y apretaste los puños. Sacó el dedo y ahora juntó dos metiéndolos con más energía. Los hacía girar y tus temblores y crispación de manos aumentaron. Pero el intenso masaje que te aplicó a continuación llegó a provocarte una nueva erección. Miró a los espectadores satisfecho por el logro obtenido.
 
El subalterno se dirigió hacia una puerta e hizo entrar a un individuo alto y musculoso. Estaba también completamente desnudo, encapuchado y con las manos atadas a la espalda. Fue conducido al centro de las operaciones donde lo mantenía sujeto el ayudante. El conferenciante inició en él unos tocamientos similares a los que te había realizado antes. Palpaba los pechos y la barriga, bastante velludos. Pero pasó con más rapidez a ocuparse de la polla. La levantaba y valoraba sus dimensiones para, a continuación frotarla con decisión, logrando así ponerla dura. Señalaba asimismo hacia la tuya, que se mantenía tiesa, como si las comparara.
 
No obstante, una vez cumplido su objetivo, el recién llegado fue colocado ante tu camilla, en el espacio entre tus piernas alzadas y colgantes. Mientras el más joven lo mantenía sujeto, el mayor le hizo bajar la cabeza hasta que quedó sobre tu polla. Presionó para que le entrara en la boca y, al principio, agarrado por el cabello, forzaba las subidas y bajadas. El sometido llegó a coger su propio ritmo y, a medida que chupaba, tú te ibas agitando. La sujeción de la cabeza volvió a repetirse, cuando diste indicios de máxima tensión. Sólo tras tu nuevo vaciado acabó la presión y la boca se separó de la polla ablandada.
 
La mamada fue observada con gran atención por los asistentes, cuyo interés no decrecía, pendientes de que continuara la demostración. El hombre fue apartado y expuesto otra vez frente al público. Mientras el ayudante accionaba una manivela para ajustar la altura de tu camilla, el jefe volvió  a someter a aquél a una enérgica masturbación. Conseguida la erección deseada, se lo enfrentó con tu culo, cuyo orificio quedaba bien expedito. El manipulador enfiló la punta de la polla y el otro empujó por detrás. Así quedaste ensartado y, agarrado por las caderas el que te había penetrado, era forzado a moverse. Como había ocurrido con la mamada, la arremetida llegó a volverse más espontánea y tú palmeabas sobre la camilla. Al apreciarse un temblor en las piernas del follador, fue obligado a salirse y su leche se derramó sobre tus huevos y tu polla. Cumplida su misión al parecer, el encapuchado despareció por donde había venido. El ayudante, a continuación, te limpió cuidadosamente y dejó que te relajaras.
 
Se creó una gran expectación acerca de lo que había de venir. Tras una consulta a los observadores por parte del maestro, éste dio instrucciones de que se te destaparan los ojos y se te hiciera descender de la camilla. De momento te costaba sostenerte sobre tus piernas y hubo que estabilizarte. Aunque con la mirada como perdida, pareció que el hecho de ser escrutado por aquella concurrencia te produjo efecto. Tu polla empezó a endurecerse, ahora no a causa de manipulación alguna, sino por sí misma. Esto impresionó al personal, y aún más cuando fuiste empujado para que te acercaras al estrado y algunos se atrevieron a palpar su consistencia.
 
Sin duda, que hubieras pasado de la anterior posición yaciente a otra más vivaz y próxima alentó el interés en un escrutinio de mayor calado. Quisieron ahora examinar tu parte trasera que, en vertical, ofrecería una nueva perspectiva. Moviéndote como un autómata, te giraste bien cerca para que pudieran palpar la turgencia de tus glúteos.
 
Cuando te inclinaste hacia delante, les encantó ver que aparecieran las pelotas colgando entre tus muslos. Al apretártelas con la mano uno más osado, dejaste mansamente que se recreara y llegara a alcanzar, pasando entre los muslos, la polla que seguía tiesa.
 
No tardó el director en hacer que te apartaras del grupo y dejarte en un compás de espera mientras conversaba con su ayudante. Los gestos iban siendo cada vez más autoritarios, pues el subordinado parecía disconforme. A su vez los presentes discutían entre sí, hasta que finalmente el interpelado asentía resignado. En consecuencia empezó a despojarse de su verdosa vestimenta, con gran alborozo del personal. Llegó a quedar completamente desnudo, mostrando un cuerpo recio poblado por abundante vello rojizo. Su jefe lo instó entonces a que se encarara a ti. Sin duda se trataba de comprobar tu reacción ante el hombre que se te ofrecía.
 
Aunque con movimientos algo mecánicos no tardaste en aproximarte a él. Retrocedió con temor, pero la indicación imperiosa del jefe le hizo parar sumiso. Entonces pusiste tus manos sobre él y empezaste a palparle todo el cuerpo, que se mostraba tenso. Te entretuviste acariciando el vello dorado del pecho y, al rozar los pezones, tu boca los buscó y se fue acoplando a ellos para succionarlos. Tus manos se deslizaron hacia la polla de tu partenaire, que al firme contacto fue adquiriendo volumen, lo que suscitó expresiones de asombro y admiración en los observadores.
 
Ante la consumada erección, te agachaste para tomar la polla con tu boca. Las chupadas que le dabas hicieron salir de su actitud pasiva al ayudante, quien había posado sus manos sobre tu cabeza y cuyo rostro mostraba el deleite que sentía. No menor era la expectación que la hazaña suscitaba.
 
Cuando el director verificó que la operación inicial había llegado al resultado deseado, te hizo una indicación para que liberaras la polla de tu boca. Como si supieras ya lo que correspondía hacer a continuación, te giraste para dejar bien resaltado el culo, que quedó disponible para la siguiente fase. No le costó nada al de la polla tiesa seguir las instrucciones del su jefe para que te penetrara. Se clavó en ti, quedándose quieto de momento. Tú te pusiste entonces a moverte para alentarlo y ya no dudó en darte cada vez más fuertes acometidas. En un momento dado, quedó rígido y sus piernas temblaron. La intervención se había consumado y, como demostración exhibió su polla goteante a los presentes.
 
Habías restado inmóvil tal y como te dejó el follador. Los asistentes al cónclave abandonaron su contención y rodearon al maestro y su ayudante, quien todavía daba signos de conmoción. El experimento había sido todo un éxito, según el entusiasmo mostrado. Una vez calmados los ánimos e iniciada la dispersión, el director accionó un mando a distancia y te desplomaste blandamente al suelo como un juguete roto.

lunes, 10 de octubre de 2011

Portero y jardinero

Tuve que trasladarme por una temporada a otra ciudad. Alquilé un ático en una finca antigua con una bonita terraza, adornada con muchas plantas. Como no tengo buena mano para cuidarlas, quedé con la dueña en permitir que el portero, de toda confianza –según me dijo–, se encargara de ello en mis ausencias. Que fuera de confianza aún no me constaba, aunque di credibilidad a la valoración de la dueña, pero lo que sí capté desde el primer momento fue la buena pinta del individuo en cuestión: maduro y regordete, pelo canoso y expresión risueña, siempre muy activo y de una gran amabilidad. Ya el día en que me instalé se puso a mi disposición y me ayudó solícito con los bártulos. Con su bata gris que, como empezaba el verano, llevaba sin camisa debajo y arremangada, daba una buena muestra de su robustez y pilosidad.


Pude comprobarlo de forma más viva una mañana en que bajé antes de lo habitual y no lo encontré en su puesto. Como tenía que darle un recado, me atreví a llamar a la puerta de su vivienda anexa y me identifiqué. Contestó que pasara, pues la puerta estaba abierta, y allí lo vi sentado con una camisa abierta y pantalón corto. Como se tomaba un café, me invitó a acompañarlo. Me senté frente a él y no podía evitar que la mirada se me escapara hacia el paquetón que marcaba. Y tenía la sospecha de que él era consciente de mi interés, manteniendo los muslos bien separados para mi solaz. Como debía marcharme, algo nervioso le di mi recado y las gracias por su acogida.
 
Aquel acceso a su intimidad despertó en mí una morbosa curiosidad, hasta el punto de que, si pasaba por delante de su mostrador y él no estaba, procuraba fisgar subrepticiamente por la puerta entreabierta de su vivienda. Con suerte, llegaba a verlo adormilado solo con su sucinto pantalón corto.
 
Con regularidad, una vez que yo me ausentaba, subía a mi piso para regar las plantas. Su celo no quedaba ahí pues, en más de una ocasión, me encontraba la cocina recogida o la cama hecha si, por las prisas, no me había dado tiempo. No dejaba de agradecérselo, aunque le insistía en no tenía que tomarse esas molestias. Pero el me replicaba que ahora, en verano, faltaban muchos vecinos y eso le servía de distracción. La verdad es que me excitaba imaginarlo pululando a su aire por mi piso.

En una ocasión regresé a casa bastante antes de lo habitual. Al pasar por la entrada no estaba el portero, por lo que pensé que tal vez lo encontraría en mi piso. Esa posibilidad me estimuló y opté por actuar con sigilo para sorprenderlo en plena actuación. No era porque no me fiara de él, sino por la retorcida idea de que también estuviera ligero de ropa y así no darle tiempo a recomponerse.  Pero la sorpresa fue mía, y mucho mayor de lo que cabía esperar. Al abrir la puerta, procurando hacer poco ruido, oí sin embargo el de un grifo abierto proveniente del baño. Y al asomarme lo que vi me dejó boquiabierto. Fregoteaba el fondo de la bañera completamente desnudo e inclinado hacia delante, de manera que mostraba en primer plano su culazo, con huevos y polla colgantes incluidos. El sonido del agua le impedía percatarse de mi presencia y su exhibición me dejó paralizado.
 
No obstante, me dio corte hacer notar que lo había pillado de esa guisa, por lo que retrocedí e hice el paripé de volver a entrar, esta vez pulsando el timbre. Me quedé en la sala y, alzando la voz, dije en tono jovial: “¿Qué, de limpieza?”. Oí que cerraba el grifo y al poco apareció ciñéndose con una toalla y, apurado, explicó: “No se piense que estaba usando su baño. Es que para limpiarlo me había puesto cómodo. Pero ya he acabado”. Pensé que más cómodo imposible y me mostré magnánimo: “Puede usarlo como le venga bien. Está usted en su casa”.
 
Halagado me contestó: “Pues muchas gracias. Ya me visto y me marcho”. Volvió hacia el baño y no me resistí a seguirlo con discreción. A través de la puerta entreabierta llegué a verlo de espaldas despojado de la toalla. El espejo, sin embargo, me delató y él miró esbozando una media sonrisa. Me azoré al ser descubierto y me aparté para dejar que se vistiera en paz.
 
Estaba enrabiado por no haberme atrevido a seguir mi impulso de echarle mano al culo, hasta que me percaté de que tardaba más de la cuenta en salir, ya que su ropa de faena debía ser bastante simple de poner. Me decidí a dar una voz: “¿Algún problema?”. Y aquí vino lo inesperado, aunque no menos deseado, pues entró en la sala no solo sin haberse vestido sino también mostrando una evidente erección. Con la mirada baja se me mostraba como invitándome a sacar conclusiones.
 
Para despejar sus dudas, me acerqué y, antes de tocarlo, le cogí una mano y la llevé a mi bragueta. Sonrió al comprobar que algo se endurecía allí y, una vez demostrada la mutua excitación, me agaché para amorrarme a su polla. Se dejó hacer de momento, aunque enseguida tiró de mí para que me levantara. Pensé que querría que me desnudara también, pero aprovechó para escurrirse hacia el baño y vestirse rápidamente. “Será mejor que me vaya”, y sin darme tiempo a reaccionar salió del piso. Me quedé desconcertado y con un calentón frustrado.

No paraba de darle vueltas a la actitud del portero. Estaba claro que se sentía atraído por mí, y su salida del baño desnudo y empalmado era una prueba evidente. Pero a la hora de la verdad se retraía y me dejaba con la miel en los labios. No me pareció buena táctica tratar de abordarlo en su territorio, así que habría de aguardar un encuentro más propicio en mi piso. Ello me exigía paciencia, a pesar de las ganas de meterle mano que me quemaban, y dejar pasar un tiempo prudente.
 
Me tomé un día de vacaciones e hice que coincidiera con uno en que subiera a regar las plantas. Por supuesto no informé a portero. Salí a la terraza y me tendí en una tumbona a tomar el sol desnudo, con la esperanza de que aparecería en algún momento. Y acerté, porque no tardé en oír que abría la puerta y entraba canturreando. Me consumía la intriga por conocer su reacción al encontrarme de esa manera, al tiempo que procuraba fingirme adormecido. Esperaba que acabara de trajinar por el piso y saliera finalmente a la terraza. En efecto, con la discreción que permitían mis gafas oscuras, vi que tiraba de una manguera, vestido solo con un pantalón corto.
 
Seguí inmóvil sin dar la menor señal de haberme percatado de su presencia, pero percibía que, estupefacto, me miraba atentamente. Reaccionó una vez más de forma curiosa. Moviéndose con sigilo, soltó la manguera y se quitó el pantalón. A continuación ocupó una tumbona enfrente de la mía. Se puso a acariciarse la polla y los huevos con gran delectación, y no tardó en tener una fuerte erección.
 
Fue el momento que escogí para simular que me despertaba y, para evitar intimidarlo, dije inmediatamente: “¡Vaya, qué grata sorpresa!”. Se quedó paralizado y sin encontrar palabras, y yo aproveché para empezar a meneármela a mi vez. Poco tardé en tenerla tan tiesa como él pero, cuando vi que él reemprendía su masturbación, tercié: “Mejor acompañados que solos”. Me levanté entonces y me acerqué a él. Aunque ardía en deseos de hacerle una comida, opté por plantarle mi polla delante de su cara. Ahora sí que aceptó el reto y la absorbió como un émbolo. Mientras liberaba mi tensión dentro de su boca, que operaba ansiosamente, le sobaba la verga dura y vibrante.
 
Aunque la terraza quedaba a salvo de miradas indiscretas, como el asunto ya iba en marcha, preferí trasladarnos a un ambiente más recogido. Así que lo levanté y, sin dejar de acariciarlo, lo conduje hacia el interior. Cuando quedó sentado en la cama, aún mostraba perplejidad, pero su excitación no decrecía.
 
Me arrodillé ante él y ya pude disfrutar a placer, con chupadas y lamidas, de tan deseado trofeo. Él gozaba totalmente entregado al fin, hasta llegar a avisarme de que no me asustara porque tenía muchas reservas acumuladas. En efecto, cuando empezó a vaciarse su leche desbordó mi boca y me fue resbalando por el pecho. Tras limpiarme cuidadosamente, su disponibilidad fue ya completa. Por propia iniciativa se tendió boca abajo en una oferta sin palabras. Sobé, saboreé y ensalivé bien su magnífico culo. Lo penetré con gran deleite, arrullado por sus murmullos. Su interior, apretado y caliente, fue haciendo su efecto hasta que experimenté un intenso derrame. Dejé caer todo mi cuerpo sobre el suyo y me correspondió girando la cara con una amplia sonrisa.

Cuando la dueña del piso me hizo una visita, quedó admirada de que nunca las plantas de la terraza habían estado tan frondosas. Y no pude menos que alabar el buen hacer del portero.


jueves, 6 de octubre de 2011

El tendero reciclado

Uno de mis primeros relatos –“El tendero de la esquina”– terminaba con que no lo había vuelto a ver solo en la tienda. Así parecía quedar cerrada la estructura clásica de presentación, trama y desenlace. Efectivamente no volví a verlo en la tienda ni solo ni acompañado. Pero…

Al cabo del tiempo estaba yo haciendo unas gestiones en la oficina de Correos y me pareció verlo entrar. Lo encontré más guapo y apetitoso si cabe, lo me movió a intentar aprovechar la casualidad. No obstante, por si le podía poner en una situación violenta, obré con mucha cautela. Me acerqué a donde estaba, fingiendo ignorar su presencia pero, en una mirada furtiva, capté que él también me había reconocido. Lo saludé discretamente con la cabeza y se me acercó de forma más abierta. Mi dio la mano y parecía que el encuentro le agradaba. Me acordé que se llamaba Enrique y le pregunté qué era de su vida, pues no había vuelto a verlo por el barrio. Respondió que dejó de tener relación con el negocio y que se había divorciado no mucho después de mi visita a la tienda. Esto último lo dijo con sorna y bromeé con que esperaba que no hubiera sido por mi causa. No dio más detalles, pero añadió que había dado un cambio radical. Ahora vivía en pareja con otro hombre quien, por cierto, se parecía mucho a mí, precisó. Aunque me hizo gracia lo del parecido, también pensé que la noticia restaba posibilidades a un nuevo ligue. Sin embargo, y para mi sorpresa, comentó que, ya que se había producido este reencuentro, sin duda a su amigo le haría gracia conocerme, pues le había hablado de nuestra aventura. Me hizo saber además, algo enigmático, que la relación que mantenían era un tanto especial y dejó caer, como para darme una pista: “¿Te acuerdas lo que te pedí que me hicieras con la tablilla?”. Enseguida me vinieron a la mente los azotes que tanto había disfrutado. Así que la invitación que a continuación me hizo para que un día fuera a su casa despertó en mí una curiosidad morbosa, unida al deseo de volvérmelas a tener con mi antiguo vecino.

Cuando llegué me extrañó que estuviera solo el amigo esperándome cubierto por un batín de estar por casa. Se presentó como Ignacio y enseguida me aclaró que Enrique había salido a un recado y no tardaría en volver. Desde luego éramos bastante semejantes, los dos con barba canosa, aunque él algo más grueso. Me preguntó si me apetecería un güisqui, pero preferí esperar a que estuviéramos todos. Me hablaba de su pareja con una condescendencia cariñosa e ironizó con que ya sabía que yo había sido uno de sus corruptores gracias a los cuales había acabado cayendo en sus manos. Pero de momento solo sus expresivas miradas y las aberturas al descuido de su batín daban a entender la deriva sexual que tendría la cita.

A los pocos minutos efectivamente apareció Enrique. Lo primero que me sorprendió fue que la actitud decidida y vitalista que lo había caracterizado había cambiado por completo a otra de sumisión. Pues, tras un tímido saludo, se quedó parado ante nosotros indeciso. Hice el gesto de levantarme para corresponder al saludo, pero Ignacio me retuvo y ordenó: “Anda, bésanos y sé complaciente con nuestro invitado”. Me chocó el tono imperativo, pero ya intuí de qué iba la “relación especial”. Obediente, Enrique primero besó en la boca a Ignacio, quien le metió largamente la lengua, y luego se me ofreció y actué de igual manera. Pero aún se recreó echándome los brazos al cuello y yo me ceñí a su cintura desde el sillón donde me encontraba, ante la mirada complaciente de Ignacio. Cuando nos soltamos y Enrique se incorporó, Ignacio le metió mano en la entrepierna: “Seguro que ya se te ha puesto dura”. Me integré en el juego y también toqué. En efecto, noté la tensión que se marcaba en la bragueta, pareja a la que yo empezaba a sentir en la mía. Todavía me daba corte actuar por mi cuenta, así que miré a Ignacio, quien tácitamente otorgó. Bajé la cremallera a Enrique y le saqué mi antigua conocida, ya en todo su esplendor. Así quedó de momento, porque Ignacio intervino: “Estás a punto para traernos unos tragos”. Como un autómata y dejándose la polla fuera, Enrique fue hacia la cocina. Ignacio me dijo entontes: “¿Qué te parece si nos desnudamos? Yo lo tengo fácil. Luego se lo haremos a él”. Se quitó la bata y mientras yo me desvestía me observó atentamente. Pude confirmar la buena impresión que me había causado, y más al ver que su bastante considerable verga se le iba alegrando. Como la mía ya apareció en buena forma, no se abstuvo de darme, divertido, unos toquecitos.
 
Regresó Enrique portando una bandeja con dos vasos de güisqui con hielo. Seguía con la polla asomando por la bragueta y era evidente que le excitaba la situación. Pregunté si él no bebía, pero Ignacio replicó que tenía mejores cosas que hacer. Se nos acercó y, manteniendo la bandeja en alto, se ofreció para que le abriéramos la camisa y le bajáramos los pantalones. Confirmé lo buenísimo que estaba y aproveché para sobarlo un poco. Ignacio sin embargo tenía otros planes: “Danos los vasos… y ya sabes lo que tienes que hacer”. Una vez dejada la bandeja, Enrique acabó de quitarse la camisa y los pantalones y, arrodillándose ante nosotros, se puso a mamárnoslas alternativamente mientras saboreábamos el güisqui. El morbo que me daba aquello era tremendo y no dejaba de admirarme de la transformación que había experimentado el antiguo tendero. “Ya que estás agachado enseña el culo. Seguro que a nuestro amigo le trae buenos recuerdos”, intervino Ignacio. A cuatro patas se giró y mostró su generoso trasero; solo que revelaba una poco natural coloración bajo la suave pelusilla. Evidentemente tenía arraigado el gusto por los azotes. No me resistí a acariciarlo y palpar los huevos colgantes.
 
“Ya va siendo hora de que participes en algunos de nuestros juegos favoritos”, me dijo Ignacio. Los tres nos dirigimos a una habitación con aspecto de trastero y con un gran espejo en una de las paredes. Como precalentamiento, nos metimos mano y besamos un rato, ahora sin hacer distinciones. A continuación pusieron en marcha su numerito. Enrique, mansamente, se dejó colocar unas esposas forradas de piel e Ignacio tomó el extremo de una gruesa cuerda que corría por una polea sujeta al techo y lo enganchó al medio de las esposas; fue tirando del otro tramo de la cuerda hasta dejar suspendido a Enrique solo apoyado en el suelo por el antepié. Lo curioso era que su expresión denotaba satisfacción y que su erección se mantenía firme. Ignacio, cuya manipulación también lo había alterado, pues su verga no estaba menos peleona, me atrajo entonces y dijo: “¿Te parece que lo pongamos cachondo metiéndonos mano tú y yo? Luego nos ocuparemos de él”. La verdad es que, además del deseo que me inspiraba Enrique en su estado de entrega, también me apetecía catar la voluminosa polla de Ignacio. Así que, tomándole la palabra, lo agarré de las caderas y se la atrapé con la boca, donde apenas me cabía entera. Me sujetó la cabeza controlando mis chupadas, hasta que me hizo subir y cambiamos posiciones. Ahora me excitaba aún más al ver cómo Enrique se tensaba con el espectáculo y las gotitas en la punta de su polla humedecida. Realmente lo habíamos puesto a tono y estaba a la espera de que nos ocupáramos de él.
 
Reconfortados con la mutua mamada, dimos ya rienda suelta a nuestros juegos con el colgado. Ignacio me cedió la delantera y se puso detrás para sujetarlo. Pero lo sujetó hasta tal punto que, por el estremecimiento en el cuerpo de Enrique, tuve claro que, sin más preámbulo, le había clavado el pollón en el culo y así se quedó, agarrado de la cintura, como un buen tope para facilitar mis manejos. Ahora pude liberar las ganas que le tenía a Enrique quien, acomodado ya a la intrusión trasera, se ofrecía a mis sevicias. Quise hacerle un repaso general con manos y boca. Le estrujaba las ricas tetas arremolinándole el vello y disfrutaba endureciéndole los pezones con mis succiones. Jugueteaba con la lengua sobre la oronda barriga y la metía en el ombligo provocándole cosquillas. Su bajo vientre, que enmarcaban los recios muslos tensados por el equilibrio que había de hacer sobre la punta de los pies, se me aparecía como una delicia. Con una mano sujetaba la polla dura y mojada, mientras con la otra apretaba los huevos. Por fin me la metí en la boca saboreándola con fruición. Que Ignacio siguiera ahí detrás, con ligeros movimientos de bombeo, daba más emoción a mis chupadas. Enrique se agitaba al recibirlas y, aunque de buena gana tanto él como yo hubiéramos llegado al final, una vez más terció Ignacio: “Vamos a salirnos y que se quede con las ganas. Aún lo necesitamos enterito”. Se apartó del culo con un sonido de descorche y Enrique se derrengó, con lo que lo solté de mi boca.
 
Ignacio hizo girar a Enrique y me lo presentó de espaldas: “¿Te apetece trabajarlo? El muy vicioso lo está deseando y así descanso yo”. Sacó una tablilla mucho más profesional que la que yo había utilizado en aquella lejana ocasión pues, aparte de la forma de raqueta alargada, la madera estaba cubierta por una capa de caucho con rugosidades. Si no hubiera sido porque recordaba que él mismo me instó a que lo azotara, ahora me habría apiadado de ese hermoso culo ya señalado por recientes asaltos. Pero como entonces, la forma en que, pese a su equilibrio inestable, se esforzó para resaltar su trasero poniéndomelo disponible me libró de cualquier miramiento. Bajo la libidinosa observación de Ignacio, comencé las descargas. Enrique se balanceaba emitiendo suspiros. Sin embargo, a medida que subía la rojez de los cachetes e incluso aparecían puntitos aún más marcados, flaquearon mis fuerzas y no pude continuar. El incorregible Ignacio terció riendo: “Me temo que te gusta demasiado su culo y preferirías follártelo”. En verdad me había adivinado el pensamiento. “Pues entonces vamos a cambiar de ambiente. Ya hemos estado aquí bastante. Además todos hemos cargado mucho el depósito y necesitamos una buena corrida”. Entre tanta verborrea Ignacio iba descolgando y liberando de las esposas a Enrique quien, tambaleándose, buscó apoyo en mí.
 
Con los últimos acontecimientos yo me había aflojado bastante, cosa que no le escapó a Ignacio cuando llegamos al dormitorio y enseguida hizo su planificación: “Verás qué pronto te animas”. Enrique hubo de ponerse boca arriba en la cama con medio cuerpo fuera, en tanto que yo también subido pero erguido y con un pie a cada uno de sus lados le mantenía levantadas las piernas sujetando los tobillos. Todo para que Ignacio tuviera a su alcance a la vez el culo de Enrique y mi polla. No tardé en volver a excitarme al ver cómo Ignacio se ponía a frotar su potente verga sobre los huevos y la polla de Enrique, que también empezó a animarse. A su vez, con un decidido gesto dio alcance con la boca a la mía, que respondió a su húmedo calor. Deslizó su tranca hasta alcanzar el agujero de Enrique donde se clavó de golpe, como ya había hecho antes. Al mismo tiempo que bombeaba me iba chupando la polla y, entre las succiones y ver como entraba y salía del culo de Enrique, llegó a ponerme a cien. Viendo el resultado, Ignacio me indicó que soltara las piernas de Enrique, que por la inercia siguieron levantadas dobladas por la rodilla, y que bajara de la cama. Se salió del culo y me cedió el puesto. “Te lo he dejado calentito”. Yo iba tan salido que no dudé en meter la polla, con unas ganas enormes de correrme ya. Ignacio, a mi lado, se la meneaba, excitado viendo cómo me follaba a su hombre, que a su vez parecía disfrutar con tanto trasiego en su culo. Con mi cabeza entre los muslos de Enrique en los que me apoyaba, mientras su polla y sus huevos saltaban por mis arremetidas, me vacié sintiendo un gran alivio. Nada más terminar yo, Ignacio hizo girar a Enrique para que quedara boca abajo y volvió a clavarse en él. Tras un enérgico bombeo ya no tardó en correrse.
 
¡Pobre Enrique!, pensé, con el culo dolorido por fuera y lleno de leche por dentro merecía una compensación. Y se la dimos. Tumbado como seguía en la cama, Ignacio se subió y arrodillado detrás de su cabeza se inclinaba para morrearlo y comerle las tetas. Entretanto yo tomé posesión de su polla que, al entrar en mi boca, se fue dilatando. Alterné chupadas y masturbación, hasta que le salió un chorro que se expandió sobre su barriga.
 
Lo curioso del fin de fiesta fue que, una vez los tres desfogados, Enrique se reconvirtió en el hombre afable y echado para adelante que había conocido, incluso cuando le encontré en Correos. Reponiéndonos los tres sobre la cama, radiante de satisfacción me susurró: “Ya ves cómo Ignacio realiza mis fantasías. Por eso lo quiero tanto”.