jueves, 13 de diciembre de 2012

Durmiendo con la Guardia Civil


Hay vivencias anecdóticas de juventud que marcan las inclinaciones que uno irá consolidando a lo largo de la vida. Una de ellas resultó bastante insólita por la época y las circunstancias en que se produjo. 

Temerariamente me había lanzado a atravesar la península en diagonal, para pasar las vacaciones de Navidad en familia, conduciendo un viejo 600 que ésta ya había desechado. No recuerdo el tiempo que me llevó, pero sí la aventura en que me vi envuelto.

Circulaba por un paraje desolado de la meseta central, en una tarde de un frío mortal, y paré en una tronada gasolinera para repostar. Yo me resguardaba dentro del coche mientras el empleado llenaba el depósito cuando, inesperadamente, aparece por la ventanilla el rostro mostachoso de un Guardia Civil, con su tricornio y toda la impedimenta. Asustado, bajo el cristal y, con un marcial saludo, me pregunta en qué dirección voy. Se lo digo y me vuelve a preguntar si tendría inconveniente en llevarlo hasta una población que me cogía de paso. Insólito era encontrarse con un Guardia Civil haciendo autostop, pero el caso es que el hombre usaba este medio para disfrutar de su permiso navideño. Desde luego no pude menos que aceptarlo como copiloto y, al ocupar el espartano asiento, pude percibir que lo desbordaba con su robusta figura.

Manteníamos una intermitente y educada conversación mientras veíamos con inquietud un alboroto de nubes que no presagiaban nada bueno. Efectivamente no tardó en ponerse a llover, cada vez con más intensidad e, incluso, aparato eléctrico. En ésas estábamos cuando pasó algo que era de prever, dada la precariedad mecánica de mi viejo vehículo. El caso es que empezó a traquetear y a salir humo del motor, hasta que se paró. Fuimos a abrir el capó, amorosamente amparados ambos en el capote del guardia. Pero pronto llegamos a reconocer que ni uno ni otro teníamos solución para el percance. Seguro que el pobre hombre ya pensaría que en mala hora me había escogido como transportista.

Única tabla de salvación nos pareció un caserío no muy distante. Allá nos dirigimos precariamente resguardados por el capote. El campesino que nos abrió la puerta se llevó un buen susto al encontrarse con un Guardia Civil en tal estado. Por supuesto, no tenía teléfono y, ya de noche y con la tormenta, no sería posible llevarnos con el tractor hasta el pueblo, cosa que se ofreció a hacer por la mañana. Podríamos pasar la noche en un cuarto de arriba. “Pasa el tiro de la chimenea, así que no tendrán frío y podrán secar la ropa”. Subimos pues junto con una jarra de leche caliente y una botella de aguardiente.

Al Guardia Civil se le veía nervioso y cabreado, más contra los elementos adversos que conmigo. Enseguida se puso a quitarse la ropa e irla extendiendo junto a la pared por la que llegaba el calor. “¡Joder, estamos empapados!”. Yo me había quedado inmóvil, boquiabierto ante su rápido desvestir. Llegó a estar solo con los amplios calzoncillos –de esos antiguos–, mostrando un torso peludo y abundante en carnes.
 
Pero exclamó: “¡Hasta esto está húmedo!”, y se los bajó de un tirón irritado. La visión del culazo y de un sexo bien cargado me electrizó, como si me hubiera alcanzado un rayo de los que caían por el exterior. Entonces, aún con la prenda en la mano, me miró, como si solo ahora se percatara de mi presencia. “¿Piensas quedarte así? No te dará vergüenza…”. “No, es que descansaba un poco”, repliqué tontamente. “Igual te asusta un tipo tan gordo y peludo como yo”, añadió riendo. No dije ya nada y me fui desvistiendo, pero conservé los calzoncillos, no tanto por pudor como para que mi excitación no me delatara. “Los míos están secos…”, creí necesario justificar. Entretanto había llenado dos vasos de leche y, con la botella de aguardiente en la mano, comentó: “Solo hay dos vasos; así que lo echo también… Para entrar en calor”. Y añadió dos buenos chorros. Mientras bebíamos –yo lo notaba fortísimo, pero lo disimulé–,  miró la única cama que había, y no muy ancha. “¡Anda que a estas alturas dormir con un tío…! Al menos nos daremos calor”. Juntos y desnudos ¡qué maravilla y qué pánico!, pensé.
 
“¡Bueno, pues a dormir!”. Se metió en la cama y apagó la luz. Aunque los frecuentes relámpagos mantenían casi constantemente la estancia iluminada a través de la ventana. Aproveché que me daba la espalda para quitarme los calzoncillos, que en realidad estaban humedecidos y él podría notarlo. Entré por el otro lado de la cama, que ocupaba en gran parte. Casi hube de amoldarme a su contorno trasero para no caerme, pero con cuidado de que el roce no fuera excesivo. Porque en mi situación, con el calor que desprendía su corpachón tan próximo, me había empalmado casi dolorosamente. Tenía ya unas ganas locas de hacerme una paja, pero el movimiento podía delatarme. Incluso llegué a esperar que, si sus ronquidos denotaban un sueño profundo, tal vez podría aliviarme con cuidado. Pero, con una respiración normal, nada indicaba un cambio de estado. Al cabo de un rato, me sorprendió preguntando: “¿Duermes?”. “No”, respondí con voz tenue. Nuevo silencio y, de pronto, echa un brazo hacia atrás y me toca la polla. “Me lo temía”, comentó. Quise que me tragara la tierra en ese momento. Pero el caso es que la mantuvo cogida unos segundos. La soltó y volvió el brazo hacia delante. Entonces dijo algo que apenas podía creer. “Oye ¿me harías una mamada?”. Y todo seguido añadió: “Luego, si quieres, te hago yo una paja”. Expresé mi total aceptación arrimándome a él. Pero enseguida apartó la ropa de la cama y se puso boca arriba. Verlo a media luz sobándose la polla y pellizcándose un pezón casi me da vértigo. Cuando acerqué la cara a los bajos, me dejó vía libre y ocupó las manos con sus tetonas, mirando al infinito. Su verga estaba solo morcillona sobre los rotundos huevos. Para acceder mejor al conjunto le separé un poco los muslos. Acaricié todo aquello con deleite y hundía los dedos en el espeso pelambre. Pero tenía claro cuál era su deseo y no lo demoré. Lamí la verga intentando levantarla y de pronto la sorbí. Oí que emitía un “¡uhhh!” que expresaba el grato efecto causado. Chupé lentamente, salivando en abundancia, y bajando con la lengua la piel que cubría a medias el capullo. Éste adquiría solidez a medida que todo el miembro se endurecía. Ya con la boca llena, succioné con un ritmo variado y me encantaba percibir cómo hacia vibrar todo su cuerpo. Sus “¡ohhh!”, “¡sííí!”, denotaban una entrega al placer que le daba y que me estimulaba a esmerarme. Cuando exclamó: “¡Joder, tío, cómo mamas!”, me colmé de morboso orgullo. Pero mi persistencia acercaba el orgasmo. Tensó el cuerpo y su respiración se convirtió en resoplidos. Un prolongado “¡ahhh!” coincidió con la inundación de mi boca. Fui desacelerando la chupada, al tiempo que me pasaba por la garganta la abundante leche. Como mantenía la polla en la boca mientras él se distendía, preguntó con curiosa incredulidad: “¿Te la has tragado?”. “¡Claro, bien rica!”, respondí satisfecho. “Si tú lo dices…”, y quedó en total relajación.
 
Mi excitación estaba in extremis,  así que, cumplida mi misión, me puse a meneármela. Pero en cuanto se dio cuenta, intervino para frenarme. “¡Ssss! Había un acuerdo ¿no?”. Se puso de lado y me apartó la mano. Sin embargo, tras palpar mi polla, exclamó: “¡Coño, qué tiesa la tienes!”. Y como reflexionando con ella en la mano preguntó muy serio: “¿Tú has dado por el culo alguna vez?”. Mi respuesta fue ambigua, pero prosiguió: “Dicen que da mucho gusto…”. “Sí que lo dicen, sí”, apostillé para ver a dónde quería llegar. “Pero dolerá ¿no?”. Ya me envalentoné: “Con el culo que tienes, no creo que seas demasiado estrecho”. “¡Joder, casi que probaría! ¿Te parece?”. “Por probar…”, contesté disimulando las ganas que me habían entrado. Para disipar sus dudas añadí: “Tranquilo, que no será una violación. Poquito a poco y, si no te gusta, paro y acabas de hacerme la paja”. Rio nervioso y aceptó: “Vale. Pues tú dirás cómo lo hacemos”. Me produjo un extraño mareo la visión fugaz de la concatenación de acontecimientos que me habían llevado a convertirme en introductor a la sodomía nada menos que de un Guardia Civil. Su docilidad y disponibilidad me llegaban, por lo demás, a emocionar. Como la tempestad iba amainando y dominaba la oscuridad, decidí encender la luz. Ahora fue él quien pareció avergonzado. Me permití bromear: “Así apuntaré mejor”.

Empecé a darle instrucciones. “Ponte de rodillas y échate hacia delante apoyado en los antebrazos”… “Así. Separa un poco las piernas”… “Relájate ahora… Tienes un culo magnífico”. Adulación que me salió del alma, al contemplar la gorda y compacta superficie ornada de vello. Acariciarlo me enervó y él, al sentir mi contacto, aún expresó sus miedos: “A ver cómo lo tratas, eh”. “Te lo voy a comer un poco. Verás lo que te gusta”. Acerqué la cara y pasé suavemente la lengua por la raja. Profundicé un poco más y aproveché para ensalivarle el ojete. “¡Sí que es agradable, sí!”, reaccionó. “Ahora vamos a ello”. “Vale, pero con cuidado”. Me sobé la polla que, con los preliminares, había perdido algo de consistencia; pero el deseo que me embargaba me puso en forma enseguida. Nada más rozarlo con ella dio un respingo. “¡Relájate, hombre, que no muerde”. “Ya, ya… ¡Venga, dispuesto!”. El roce se convirtió en una cierta presión tanteando la raja. Encontré el camino y apreté poco a poco. “¡Huy, parece que va entrando!”, y le temblaba la voz. Efectivamente la dificultad no era demasiada y no tardé en tenerla toda adentro. “¡Uf, uf!”, iba resoplando, pero aguantaba. “¿Ves como no era para tanto?”. “Algo duele…”. “Pues ahora empieza la follada”. Me moví, primero despacio y luego más rápido. “¡Oh, oh, qué sensación más rara!”. “¿Pero buena?”. “No sé…”. Pero la cosa fue evolucionando… “¡Sí, sí, no te vayas a parar ahora!”…Y marchaba. “No aguantaré mucho sin correrme”, avisé. “Vale, pero no te salgas”. Que le hubiera cogido gusto me excitó todavía más y ya no tardé en vaciarme. Retuve dentro la polla hasta que empezó a aflojarse y caí sobre su espalda. “¡Coño, no me imaginaba que esto pudiera ser así!”. “Pues te diré que me ha encantado follarte”. Apagamos la luz y me dormí con su peludo pecho por almohada. Él me pasaba su brazo por encima.
 
Nos despertaron los ruidos de la mañana y, afortunadamente, el día estaba despejado. Mientras nos vestíamos, se mostró callado y taciturno, lo cual yo respeté. A saber cómo estaría procesando su mente lo sucedido aquella noche.

El campesino nos acercó al pueblo en su tractor. Allí pude contratar una grúa para recoger mi coche. El Guardia Civil había de procurarse un medio de transporte más seguro. Así que tocó despedirnos. Se cuadró e hizo el saludo reglamentario llevándose la mano al tricornio. El apretón de manos que me dio a continuación pareció decirme muchas cosas.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Oferta morbosa


Me dejó intrigado el mensaje que me enviaste: “He quedado con unos amigos para que me toquen y si quieres verlo, pues ningún problema…”. Me extrañó que dieras  a conocer tu ligue con quienes supuse –como efectivamente era– habrías contactado por la web, pero lo que más me sorprendió fue tu ofrecimiento de veros en acción. La verdad es que la propuesta me interesó mucho y la entendí mejor cuando me la explicaste. Se trataba de una pareja que buscaba un tipo como tú y que presumía de cerrada y de que solo tenía relaciones si eran con los dos. Tú les dijiste que también tenías un amigo y que, aunque no encajara en sus gustos, querrías que al menos estuviera presente. Como no pusieron inconvenientes, de ahí tu invitación. Aunque ya habíamos hecho algún trio e, incluso, cuarteto, siempre había sido con conocidos de los dos, y con participación de todos. Precisamente, una de mis fantasías es la de verte actuar por tu cuenta, con elegidos por ti y sin mi intervención. Ahora no se iba a tratar de observar más o menos subrepticiamente, sino de una presencia consentida. Esto me excitaba sobremanera y acepté encantado, quedando claro que, para evitar interferencias, en todo caso me mantendría en un segundo plano.

Te habías citado en casa de la pareja. Solo conocías de ellos alguna foto y las frases subidas de tono que os habías intercambiado. Tras las presentaciones, enseguida quedó claro el terreno de juego. Ellos solo estaban interesados en ti, como hombre grande, rollizo y velludo. Pero a su vez, el que ellos no ejercieran un especial atractivo para mí facilitaba las cosas. De todos modos confirmamos que mi papel consistiría en ver, oír y callar, sin pretensión participativa alguna. Ni siquiera me aligeraría de ropa. Desde el primer momento me fijé en las miradas libidinosas con que la pareja te repasaba. Seguro que se congratulaban de haberte ligado. A ti se te notaba la excitación de sentirte deseado e incluso de exhibirlo ante mí.

Por lo que se refiere a los anfitriones, uno era más bien joven, delgado y lampiño. Se declaró preferentemente pasivo. He de reconocer que tenía un buen cuerpo. El otro, mayor, no mucho más grueso, algo velludo y canoso. Lo que más llamaba la atención era que tenía una polla bastante grande. Todo esto lo capté cuando, en unos preliminares algo fríos, os fuisteis  desnudando, para enseguida pasar al dormitorio, que sería el teatro de operaciones. Por supuesto, os seguí y me acomodé en una butaca hacia un rincón. Evidentemente eras la novedad y, por lo que a mí respecta, pese a tenerte bien conocido, el que más me interesaba. Recordé la frase de tu mensaje “…para que me toquen…”, pero no dudaba en que habría mucho más.
 
Con una estudiada pasividad ofreciste tu cuerpo a la pareja. El joven empezó a acariciarte el pecho y la barriga para, a continuación, aplicar la boca a tus pezones. Siempre teatral, emitías sonoros gemidos acompasados a las chupadas que te daba. Ya te crecía la polla y el joven se puso a sobártela. Mientras, el mayor, a tu espalda, te tocaba el culo y llegó a ponerse en cuclillas para darte lametones en la raja. En cuestión de pollas, así como la del joven mostraba tan solo una discreta media erección, la del mayor iba alcanzando un considerable volumen. Cuando la viste, llegasteis a ofrecer una atractiva imagen plástica: te inclinaste para chuparla y el joven, sentado en el suelo por debajo, te la chupaba a ti.
 
Te propusieron que pasarais a la cama y tú, siguiendo tu tendencia natural, te tumbaste bocabajo, removiendo el culo provocativamente. Pero ellos, cada uno a un lado, tenían ganas de disfrutar de tu cuerpo. Te hacían girar hacia uno y hacia el otro besándote en profundidad; a veces las dos lenguas se hundían juntas en tu boca. Simultáneamente se redoblaron las caricias y el sobeo, en las que tomabas parte, pellizcando y chupándoles las tetillas. El joven fue bajando para llegar a tu polla. Te la sorbía y lamía los huevos, lo que volvía a arrancarte gemidos. El mayor, entonces, se arrodilló junto a tu cara ofreciéndote la suya. Lo miraste sonriendo y la alcanzaste con la boca. Así pude verte mamado y mamando, y me excité por lo que había de venir.
 
Trabajada por la boca del joven, tu polla se hallaba en máxima tensión. Entonces aquél  dijo: “Habías hablado de que querías follarme ¿verdad?” (Supuse que sería uno de los temas que habrían salido en el chat). Sonreíste con picardía y le pediste que se pusiera bocabajo. Él te advirtió: “Cuando vayas a penetrarme, avisa”, y mostró un condón que puso a la vista. El mayor os dejó espacio y quedó sentado en una esquina. Tuviste a tu disposición ese cuerpo liso y de culo resaltado que se te entregaba. Primero te echaste sobre él y te restregabas descargando tu peso. Le pediste al mayor si tendrían aceite y te alargó un frasco. Ibas rociando la espalda y los glúteos, y volvías a restregarte con más vehemencia. Echándote aceite en la mano se lo extendiste por la raja. Cuando le metías algún dedo, el joven daba un respingo. Te incorporaste sobre tus rodillas y te untaste la polla endurecida. Entonces fue el mayor quien se encargó de colocarte el condón. Cogiéndotela con una mano tanteaste dos o tres veces el agujero y por fin empezaste a entrarle. Al ver la excitación reflejada en tu cara congestionada, me di cuenta de que era la primera vez que te veía follar así. Conmigo siempre soy yo el activo y, si en algún zafarrancho entre varios lo habías hecho, estaría yo demasiado ocupado para fijarme. Ahora, en mi posición de observador, verte actuar con tanta vehemencia me puso muy cachondo.
 
El joven, al principio, te recibió quieto y silencioso (ya debía estar habituado a una polla grande) pero, cuando volcado encima, te movías con golpes de cadera, empezó a emitir murmullos de placer. Esto te enardeció y aumentabas la intensidad de las embestidas. Me gustaba ver las contracciones de tu culo acompañando el bombeo. Exaltado, quisiste que la penetración fuera más intensa, salvando el tope que hacía tu barriga. Hiciste que el joven se elevara sobre sus rodillas y tú, más en vertical, volviste a acoplarte. El joven acusaba la mayor contundencia de tus acometidas con quedos gemidos, mientras tu excitación iba llegando a la cima. Poco a poco fuiste ralentizando tus movimientos hasta derrumbarte sobre el joven, quien quedó aplanado a su vez. Tu polla fue saliendo, arrastrando consigo la bolsa repleta del condón. El joven se liberó de tu peso y te impulsó a ponerte bocarriba. Al tiempo que te daba un profundo beso, te ofreció una toallita para que te limpiaras al quitarte la goma.
 
Tanto el mayor como yo no perdíamos ni un detalle de vuestros actos, e incluso llegamos a cruzar alguna mirada cómplice. Claro que nuestras actitudes habían de ser muy distintas. Por su parte, él sobre la cama también, desnudo y estimulando su erección, daba rienda suelta a un disfrute morboso de la posesión de su pareja por un extraño. En tanto que yo, fiel a lo convenido, me mantenía en una discreción absoluta, aunque llevara mi excitante procesión por dentro.

Quedaste relajado y despatarrado. Se te notaba la satisfacción por lo realizado. Pero el mayor estaba ya muy caliente y exhibía su gorda polla bien dispuesta. Estaba claro lo que pretendía, y que tú también lo deseabas para completar tu placer. No hicieron falta palabras para que te dieras la vuelta ofreciéndote. Mientras el mayor te acariciaba la espalda y el culo, el joven se encargó de ponerle un condón. Antes de proceder, te roció la raja con aceite y hurgó para lubricarte. La entrada de los dedos la acompañabas con sonidos guturales. Ya listo, el mayor dirigió su polla a tu agujero y fue metiéndotela con cuidado. No escatimabas los gemidos y los murmullos de incitación. Una vez adentro del todo, te hizo separar los muslos con sus rodillas e inició un mete y saca in crescendo que iba haciendo tus delicias. Tú mismo, en un arrebato, elevaste la grupa y metiste un cojín bajo tu barriga. Facilitabas así la penetración que tu partenaire reforzaba asiéndote de las caderas. Tenía bastante resistencia y tú te quejabas falsamente (Bien sé que eres insaciable). “¡Me corro!”, exclamó al fin el mayor apretándose a tu culo con fuerza. Tuvo varios espasmos y fue saliendo, para quitarse el condón a continuación. Aún apoyó unos segundos el grueso miembro sobre la raja. Te dejaste caer derrengado y él preguntó: “¿Qué? ¿Bien?”. Al volver a ponerte bocarriba respondiste: “Espero que también para vosotros”.
 
Desde luego se notaba que habías colmado sus expectativas y tú te complacías en ello. Hasta el punto de que, en ese momento en que cabía preguntarse ¿y ahora qué?, flanqueado por los dos, te llevaste las manos a la polla. Te la sobabas como al descuido y empezó a engordar. Entonces ellos aplicaron sus bocas a cada uno de tus pezones, que chupaban con agrado. Pasaste del sobeo a la masturbación, sin prisas pero sin pausas, con los ojos cerrados y expresión beatífica. En este placentero estado, unos borbotones lechosos acabaron expandiéndose sobre tu capullo.
 
Aunque los furores sexuales parecían haber amainado, mi observación no decayó cuando pasaron al baño. Sentado en la tapa del wáter, di fe de los retozos a que os entregasteis los tres en la amplia ducha. Más con mimos que con lujuria, la pareja ponía todo su entusiasmo en dejarte limpio como una patena. Dejabas con liberalidad que las manos enjabonadas recorrieran tu cuerpo y facilitabas la tarea apoyando los brazos en la pared y separando las piernas. Esa provocadora actitud dio como resultado que el mayor, quien se había empalmado de nuevo entre frote y frote, llegara a deslizarte la polla por la raja espumante y se clavara con toda facilidad. Te retorciste voluptuoso, agradecido de la sorpresa. El agua fue al fin diluyendo el jabón y los juegos.
 
Una vez que te vestiste, la pareja, que se había limitado a ponerse toallas en la cintura, no concretó ningún acuerdo de futuro (ya lo apañarían en el chat). Así que nos despedimos (Y en esto me incluyo, porque también recibí los besos protocolarios). Ni tú ni yo hicimos comentarios… en ese momento. Lo que sí dijiste fue: “Cuando lleguemos a casa me follas otra vez”. Y vaya si tenía yo ganas, después del calentón que había acumulado.