jueves, 21 de enero de 2016

Viajando al norte


Tenía previsto un viaje a un país nórdico, en el que pretendía mezclar trabajo y placer. Un amigo muy cosmopolita, que hacía poco había estado allí, me hizo una sugerencia. “Déjate de hoteles y haz como yo, que me alojé en una casa particular que encontré por internet, para convivir con sus dueños e integrarme en sus costumbres”. A esto último le dio una entonación que no dejó de picarme la curiosidad. Él mismo me ayudó a buscar la web con la que había contactado. Vi las fotos de un loft muy bonito y otra de los dueños, un matrimonio de mediana edad típicamente nórdico, ambos robustos y rubicundos, de nombres Erik y Helka. Me llamó la atención que, aunque la foto era de cara, aparecían con los hombros desnudos. No obstante, objeté que eso de que fuera un matrimonio no me hacía demasiada gracia. Pero mi amigo insistió. “No te imaginas las sorpresas que te vas a llevar… Tú hazme caso y no me pidas más detalles”. Para convencerme añadió: “Ahora mismo voy a mandarles un mensaje hablándoles de ti… No te arrepentirás”. Ya no me fijé demasiado en las explicaciones que acompañaban la oferta, porque además la traducción era deficiente, y me decidí a mandar mis datos personales con una foto. Al poco tiempo recibí la confirmación, en que también acusaban recibo de la recomendación de mi amigo. Así pues me lancé a la aventura, intrigado por las sorpresas anunciadas.

Tomé un taxi en el aeropuerto que me llevó a la dirección de mis anfitriones. La primera sorpresa fue que me abriera la puerta una mujer en cueros vivos. “¿Helka?”, pregunté. Asintió sonriente, me hizo pasar, me besó efusiva y, en nuestra conversación en inglés, empecé a hacerme cargo de las peculiaridades que me aguardaban. Resultó que se trataba de una familia que practicaba el nudismo y esperaba que quien hospedara se adhiriera a esa costumbre. Fingí estar al tanto de la situación y me mostré dispuesto a cumplir las normas en cuanto me indicara dónde dejar mi equipaje y mi ropa. Helka, que era algo llenita, tetuda y de piel tersa, empezó a enseñarme la vivienda y pude hacerme una idea de cómo iba a ser la convivencia en ella. Era un loft amplio y diáfano, que constaba de un absoluto ambiente único. Hasta las piezas del baño estaban a la vista casi todas, con un confortable jacuzzi. La zona de dormir estaba formada por dos camas bastante amplias y situadas a distinto nivel, sin demasiada concesión a la intimidad. En la sección de vestidor se me indicó el armario donde podía colocar mis cosas. Ya no tenía excusa, ni falta que me hacía, para no ponerme a tono con las costumbres familiares. Así que me desnudé por completo y me dirigí hacia el espacio de cocina, donde estaba ahora Helka. Me miró de arriba abajo sonriente y comentó: “Creo que eres el tipo de huésped que nos gusta. Le causarás muy buena impresión a Erik y a nuestros amigos”. Me pareció muy bien que quisieran integrarme en su vida social.

Helka me ofreció beber algo y me invitó a sentarme en uno de los cómodos sofás. Ella ocupó otro enfrente del mío, sin el menor reparo en lucir el coño entre un pelambre rojizo. Me informó de que vivían en un estilo muy libre, del que solo era una muestra su afición por el nudismo. Le quise dejar claro que yo me adaptaba a todo y no tenía tabúes. No hubo tiempo para entrar en más detalles, porque se abrió la puerta y apreció el que debía ser Erik. Lógicamente iba vestido de calle y bastante abrigado, más alto y voluminoso que yo. En cuanto me vio se fue hacia mí, que me puse de pie. Abrazó con energía mi cuerpo desnudo y me dio un par de besos. “¡Cuánto me alegro de que hayas venido! …Enseguida estoy con vosotros”. Se fue rápido a la zona de vestidor y, en un periquete, volvió completamente desnudo también. Era un hombretón tipo vikingo, con abundante vello dorado y una poblada barba. Pude observar que la entrepierna, algo más oscurecida, estaba muy bien equipada. La esposa ya le había preparado su bebida y se sentaron juntos en el sofá frente a mí. Erik pasó un brazo por los hombros de Helka y la atrajo cariñosamente. Ella posó una mano en el robusto muslo de Erik. Éste me miró ahora con más detenimiento. Yo por supuesto se lo facilitaba, relajado con las piernas separadas para demostrar que era de los suyos. Y parecía que también le causaba buena impresión. Aunque de momento todo parecía muy ortodoxo. Salvo el nudismo, claro.

Helka dijo: “Antes de la cena nos gusta estar un rato en el jacuzzi ¿Querrías acompañarnos?”. No me iba a negar y los tres nos metimos en él, con su agua borbotante y buena temperatura. En el jacuzzi podían caber tres o cuatro personas pero no dejaban de producirse roces de piernas dejadas mecer por las corrientes. Llegué a notar más de un tanteo de pies por mi polla y mis huevos. Dada la mayor longitud de sus extremidades, no me cupo duda de que eran los de Erik, lo cual me provocó una agradable erección. Entre tanto Helka, que era la más parlanchina, decía: “Nuestro común amigo nos ha hablado muy bien de ti ¿Verdad, cariño?”. Erik asintió con una pícara sonrisa. “Suponemos que él también te habrá hablado de nosotros…”. Lo dijo con un tono que, pese a que contesté “¡Claro, claro!” haciéndome el enterado, aumentó mis dudas sobre el terreno que pisaba. Cuando se dio por terminado el remojón, me demoré un poco en salir para que mi polla no diera demasiado la nota. Pero quedé desconcertado cuando, al ponerse Erik de pie, lucía con toda naturalidad una erección gloriosa. Ya me preocupé menos por mi propio aspecto, aunque me preguntaba si habría sido yo el motivo de tanta alegría.

Una vez secados nos dispusimos a cenar y me alegré de que no fueran vegetarianos. Erik y Helka se repartieron las tareas entre la cocina y la mesa. Mientras comíamos me contaron que Erik era marino mercante, ya retirado, y Helka hacía un teletrabajo comercial desde casa. “Lo demás ya lo debes conocer…”, añadió Helka risueña. Pasamos luego a los sofás y me ofrecieron un reconfortante licor. Mientras Helka recogía por la cocina, Erik se sentó a mi lado, provisto de un plano de la ciudad, para orientarme en mis primeros pasos. Pero se arrimaba tanto que el roce de su muslo velludo con el mío hacía que me costara trabajo seguir sus instrucciones. Debió darse cuenta de mi inquietud porque, de pronto, su mano pasó del plano a la parte alta de mi muslo; me la presionó y me dio unos golpecitos. A continuación dijo mirándome: “Me gustas mucho ¿sabes?”. Me descolocó el alto tono de voz con que hizo esta declaración, dada la poca intimidad del espacio, aunque no pude menos que contestar: “Tú también me gustas”. A continuación me echó un robusto brazo por los hombros y, estrechándome contra él, me dio un morreo, metiéndome a fondo una lengua gruesa y mojada. En ese momento se nos acercó Helka sin dar la menor muestra de asombro. Yo, sin embargo, hice un movimiento instintivo de apartarme, pero ella dijo sonriente: “¡Tranquilo, que no me asusto!”. Ante mi expresión de desconcierto, se sentó frente a nosotros. “Parece que nuestro amigo español no te ha contado todo sobre nosotros… Somos una pareja muy libre en lo sexual… Erik, en su madurez, se ha aficionado a los hombres como él y me gusta que disfrute con ellos… Ya conocerás al amigo que tiene ahora. Seguro que te  gustará”. Hizo un mohín divertido, como si le ruborizara lo que iba a declarar a continuación. “Yo me entiendo con una chica joven… Mañana vendrán los dos. Los hemos invitado a cenar en tu honor”. Tratando de ponerme en situación, sobrepuse la cortesía al morbo: “Será un placer, desde luego”.

Se mostraron comprensivos con que yo estuviera bastante cansado por el largo viaje y propusieron que nos fuéramos a dormir. La cama que me asignaron no estaba demasiado independizada de la de ellos, pese al original sistema de distintos niveles. Aunque para mí era una novedad pernoctar en la proximidad de un matrimonio, la comodidad de la amplia cama y la tenue luz azulada con que crearon ambiente facilitaron que no tardara en conciliar el sueño. Sin embargo, no sé en qué momento noté un movimiento por mis pies. Miré sorprendido y vislumbré la voluminosa figura de Erik que avanzaba a cuatro patas y apartaba la liviana sábana, que bastaba por la fuerte calefacción. Antes de que me diera tiempo a reaccionar, ya estaba sorbiendo mi polla. Me quedé quieto y me hizo una mamada habilísima que culminó en una corrida deliciosa. Tras tragarlo todo, me susurró: “¡Gracias! Vuelve a dormirte”. Con el mismo sigilo con que había llegado se deslizó hacia su cama y se acostó junto a Helka.

El día siguiente lo tuve muy atareado con mis gestiones, que incluyó un almuerzo de trabajo. Así que hasta avanzada la tarde no pude regresar al loft. En espera de que llegaran los invitados a la cena, agradecí el relax del jacuzzi después de mi ajetreada jornada. Poco tiempo llevábamos los tres en remojo cuando se abrió la puerta y apareció una chica que no tendría muchos más de veinte años. Se acercó con toda naturalidad al jacuzzi y saludó. “Veo que ya estáis haciendo los honores al nuevo huésped… Enseguida me uno a vosotros…, si es que me hacéis un hueco”. Entretanto Helka me informó: “Es Taina. Ahora somos muy amigas ella y yo, como te dije”. Taina reapareció desnuda, con un cuerpo delgado y casi andrógino. Se introdujo entre nosotros, nos besó a Erik y a mí, y dio un intenso morreo a Helka…, para que las cosas estuvieran claras. Al quedar juntas las dos mujeres, Erik se me arrimó y no tuvo el menor reparo en echar mano a mi polla, encantado con el estado en que la encontró. No fui menos y busqué también la suya, que se endureció dentro de mi mano. Estábamos en estos escarceos cuando Helka avisó: “Deberíamos empezar a preparar la cena… Jarkko no tardará en llegar”. Supuse que se trataba del otro amante y me dio morbo pensar  en cómo sería.

Ya salimos del jacuzzi y, al secarnos, se fueron calmando los excesos de las entrepiernas. Pero la puerta volvió a abrirse y entró, con cierta precipitación, el que debía ser el tal Jarkko. “Perdonad que me haya retrasado… Ahora mismo estoy con vosotros”. Como si saludar vestido fuera una falta de educación, corrió a quedarse sin ropa. En el primer repaso visual que pude darle, me causó una excelente impresión. Casi tan robusto como Erik y de vello más oscuro, debía tener unos cincuenta años, y sus atributos eran para alardear. Cuando me besó efusivamente, en nuestras desnudas circunstancias, me estremeció el choque de su verga contra mi polla.

La cena, opípara y regada con generosos vinos, transcurrió en el marco de una corrección absoluta, salvando claro está el estado de adanismo en que todos seguíamos, y casi me ruborizaban las atenciones que tenían conmigo. Desde luego el recién llegado Jarkko no dejaba de mirarme y dirigirse a mí con simpatía, aunque yo no dejara de pensar si estaría escrutando el grado de intimidad que había tenido ya con su amante. En el zenit del ágape, no faltaron los brindis en mi honor, deseándome una muy grata estancia y una amistad perdurable. Se encargó de ello Erik, pero también quiso sumarse Jarkko, ya algo achispado. Lo más curioso del caso era que, al ponerse ambos de pie para sus cariñosos parlamentos y dadas sus tallas, el paquete al completo les quedaba justo por encima del nivel de la mesa. Aunque yo me vi en situación similar cuando me tocó expresar mi agradecimiento.

Se preveía una larga sobremesa de cafés y licores. La sorpresa fue que Helka y Taina excusaron no acompañarnos ya que tenían su abono a la ópera. Helka lo adornó: “Así los hombres estarán a sus anchas… No nos van a echar en falta”. De manera que se emperifollaron con cierta rapidez y se marcharon alegremente. Yo me sentí, a partes iguales, excitado e intimidado al verme a solas con aquellos dos vikingos tan en cueros como yo, aunque de momento la degustación de licores pareció imponerse a cualquier deriva lujuriosa. Pude confirmar el tópico de que los nórdicos son esponjas para esta afición y reconozco que yo tampoco quedé indemne al emularlos. No dejaba de extrañarme, sin embargo, que, en contraste con el deseo que me embargaba de lanzarme a chupar aquellas apetitosas pollas tan a la vista, pareciera que los otros dos se conformaran con las libaciones y risotadas propias de una convencional reunión de hombres solos. Me preguntaba qué había sido del furor de Erik metiéndome mano en cuanto tenía ocasión delante de quien fuera. Porque además Jarkko, cuya relación con Erik había sido aireada con tanta naturalidad por Helka, no tenía menos pinta de salido. A no ser que, tan liberales ellos, quisieran mantener entre sí una apariencia de fidelidad pese a todo.

Entonado como iba, decidí romper el hielo. Aprovechando que Erik había ido a la cocina, me senté en el sofá junto a Jarkko con la excusa de que me explicara la composición de una extraña y fuerte bebida que habíamos catado. Ello propició un rozamiento de muslos muy grato para los dos. Al volver Erik, se quiso sentar a mi otro lado en el no muy amplio sofá, lo que provocó un cómico reajuste de culos y que yo quedara confortablemente emparedado. Expresando una relajante felicidad, levanté los brazos y los pasé por los macizos hombros de los vikingos. Acerté en mi paso al frente, porque los dos a la vez juntaron sus caras a la mía y nos enredamos en un besuqueo a tres, enlazando lenguas e intercambiando salivas. Ya tuve vía libre para poner en práctica el deseo que me venía punzando y me deslicé hasta el suelo para tomar el mando, con las manos y la boca, de las dos pollas que tan alegres se estaban poniendo. Se despatarraban dejándome hacer mientras ellos se fundían sobándose por encima de mi cabeza. No me limitaba a chupar las pollas que iban engordando en mi boca, pues metía la lengua por debajo para lamer los gordos huevos. Hasta les subía una pierna sobre mi hombro y llegaba al ojete. Cuando se dieron por satisfechos por el momento, tiraron de mí  para que me pusiera de pie. Metido entre sus piernas, se inclinaban para chuparme ahora ellos la polla, que tenía tiesa y mojada. Se la pasaban de una boca a otra y a veces las juntaban enredando las lenguas sobre ella. Yo les iba sobando las peludas tetas y estirando los pezones.

Cuando el juego en el sofá no daba más de sí, a Erik se le ocurrió preguntar: “¿Qué os parece si vamos al jacuzzi? Helka lo ha dejado caliente”. No era una mala idea que nos serviría, entre otras cosas, para despejar algo las brumas del alcohol. Mientras nos dirigíamos a él, Erik me tomó de un brazo y me preguntó educadamente si era activo o pasivo. Le indiqué mi preferencia por lo primero. “¡Tranquilo!”, me dijo, “Nosotros hacemos de todo”.

NI que decir tiene que las cálidas aguas burbujeantes estimularon nuestra voluptuosidad. Nos dejábamos arrastrar por los remolinos formando revoltillos de cuerpos. El impulso de una mano bajo mi culo me hacía flotar y mi polla emergente se volvía  objeto de dulces chupadas, cuando no era yo quien impulsaba o chupaba. Como el jacuzzi no era muy profundo, al ponerse alguno de pie, el nivel de agua quedaba rebasado por su polla erecta, que enseguida era atrapada con sobeos y succiones. En este revuelo, de pronto Erik volcó medio cuerpo por fuera del borde redondeado y presentó su culo gordo y peludo. Aunque sentí un intenso deseo de penetrarlo, el morbo de ver antes a Jarkko en acción me llevó a incitar a éste para que procediera. Como estaba tan dispuesto a ello como yo, no dudó en abordar a Erik con la seguridad que les daba la costumbre. Dejándome mecer por los remolinos, contemplé excitado el acoplamiento de aquellos dos hombretones en una sabia combinación de lujuria y delicadeza. Erik gemía con cada embate de Jarkko, que se balanceaba rítmicamente. Noté que iba frenando y se detenía, lo que me hizo pensar que se habría corrido sin aspavientos. Pero en realidad se trataba de ofrecerme el relevo y así lo confirmó Erik: “Ven tú ahora”. Entré con facilidad en el ano que había quedado bien abierto y enseguida aprisionó mi polla con su calidez. “¡Uuummm!”, murmuró Erik complacido, mientras Jarkko sonreía generoso. Pese a que bombeé con mesura, muy pronto sentí que no podría aguantar. Avisé: “¡Estoy ya muy caliente!”. “¡Sigue, sigue!”, me animó Erik. Me corrí bien a gusto y me dejé caer sumergiéndome en el agua. Cuando refloté, ya estaban Jarkko y Erik besándose abrazados. Parecía que no tuvieran la urgencia que yo acababa de aliviar. Pero lo que sucedió fue que Jarkko, de un impulso, se sentó en el borde del jacuzzi con los muslos separados y la polla endurecida. Erik se le fue acercando en un remedo de natación y se la metió en la boca. Ahora la mamada iba a ser definitiva, porque la constancia de Erik la reforzaba Jarkko sujetándole la cabeza. Éste acabó sacudiendo su rotundo cuerpo y dejó libre a Erik, que lamió ya los restos de leche que aún salían del capullo. En fase de recuperación, me acerqué a ellos que me echaron los brazos al cuello como afectuoso descanso.

Ya no me sorprendí demasiado cuando se abrió la puerta. Helka venía sola y se acercó como si tal cosa al jacuzzi. “¿Aún estáis así?”, comentó risueña. “Ya íbamos a salir”, dijo Erik con la misma naturalidad. Mientras nos secábamos, ella no dejó de cumplir el ritual de desnudarse. Al volver explicó: “He llevado a su casa a Taina, porque mañana temprano tiene que coger un avión”. Educadamente le pregunté: “¿Qué tal la ópera?”. “Preciosa, pero seguro que no tan emocionante como la velada que habréis tenido aquí”, contestó divertida.

Mientras tomábamos un reconfortante caldo caliente, se dio por hecho que Jarkko se quedaría a dormir. Vivía algo lejos y no podía coger el coche después de lo que habíamos bebido. Al haber solo dos camas, aunque amplias, Helka me preguntó si tendría inconveniente en que aquél la compartiera conmigo. Por supuesto que me pareció muy bien y Jarkko me lanzó una cálida mirada. Llegó la hora de acostarse y los dos nos metimos en la cama. Jarkko me dio un cariñoso beso de buenas noches y se giró de espaldas. No pude resistirme a acariciar su recia y suavemente velluda espalda, …y algo más abajo. Entonces él buscó mi mano y tiró del brazo para que le ciñera el pecho. Abrazado así a su cuerpo, y con el calor que desprendía, empecé a excitarme de nuevo. Al notar el roce de mi polla endurecida, llevó una mano hacia atrás y la palpó. A continuación estiró una nalga para darme acomodo en su raja. Qué iba a hacer yo sino empujar poco a poco hasta tener la polla firmemente clavada. Removió el culo incitándome a que me activara. Lo follé con ansias renovadas, en silencio los dos, y me corrí por segunda vez aquella noche. Sin embargo, mi capacidad de asombro todavía no se había agotado en esa casa porque, al tiempo en que estábamos en acción, pude percibir nítidamente, y supongo que Jarkko también, que en la otra cama no muy apartada, Erik se estaba follando a Helka ¿Se consolarían así mutuamente de no poder estar haciéndolo con sus respectivos amantes?

Qué más decir de los días en que me aloje aún con ellos que no resulte ya reiterativo. Solo añadir que tuve más encuentros con Erik y Jarkko, juntos o por separado, y sin obstáculos ni ocultación, como imperaba en aquel loft tan peculiar. Si los negocios que sirvieron de excusa para el viaje no resultaron demasiado fructíferos, a quién le importa…

jueves, 14 de enero de 2016

Mi serie de televisión


Sigo una serie de televisión de acción y bastante distraída. Pero un aliciente añadido para mí es un personaje que, sin tener un papel esencial, aparece con frecuencia como guardaespaldas fiel de una pérfida liante. Robusto y siempre elegantemente vestido, al estilo gánster, se muestra devoto de su jefa, con una sonrisa medio perversa medio sensual. En alguna ocasión aparece en mangas de camisa, que lleva arremangadas y permite ver unos brazos fuertes y velludos.

Tras una persecución por los sótanos de un edificio, logra poner a salvo a su jefa y, en una actitud heroica, planta cara a los pistoleros sicarios que tienen el encargo de eliminarlos. Allí está él con su elegante traje siempre bien abrochado, las piernas separadas en actitud desafiante y la pistola ya sin balas. Los pistoleros lo acorralan. Son tres tipos imponentes y de aspecto patibulario. El que lleva la voz cantante dice a los otros: “¿Debemos matarlo ya o se lo llevamos al jefe?”. Se pasa a otra secuencia y en pocos minutos acaba el capítulo.

Aunque evidentemente la pretensión será la de arrancarle por las malas dónde está su jefa, mi imaginación vuela por otros derroteros aún más retorcidos y me monto mi propia película, dándome permiso para cualquier fantasía…

Mi actor aparece en otro sótano suspendido de una tubería por las esposas y con los pies que apenas puede apoyar en el suelo. Lleva la boca tapada por una cinta adhesiva, pero su traje se mantiene impoluto. Con ojos desafiantes mira a los sicarios que lo rodean, ya sin armas. El que manda le dice fanfarrón: “Debes agradecernos el estar aún con vida, pero no sé si te compensará… Son muchas las cuentas que has acumulado con nuestro jefe y se va a querer divertir contigo”. Los sicarios intercambian miradas burlonas y otro interviene. “Es una lástima  que tu jefa se haya gastado tanto en llevarte siempre tan bien vestido… Pero ahora, ahí colgado, no te debe resultar  muy cómodo ¿verdad?”. Es la señal para ponerse a despojarle de su correcta vestimenta. Primero le arrancan lo más accesible: corbata, zapatos y hasta calcetines. Luego, a desgarros e incluso esgrimiendo una temible cizalla, van apedazando chaqueta, chaleco y camisa hasta dejar al desnudo el robusto y velludo torso del que se agita indefenso. También los pantalones son objeto de un encarnizado troceo, que hasta afecta al cinturón. Finalmente los calzoncillos son asimismo desgarrados. El hombre pende ya de lo alto en completa desnudez, con los restos de su ropa desperdigados por el suelo.

(Desde luego me imagino al actor tal como desearía verlo, truculencias aparte. Como en esos recortables que, quitando sucesivas capas, se le va desnudando. Fortachón y con sobrepeso, que se manifiesta en la redondeada barriga, que sustenta unas moldeadas tetas. Brazos y piernas macizos, como su orondo culo. El vello se le distribuye por el cuerpo con simetría y realzando las zonas más eróticas. El sexo, con sus huevos bien cargados y una polla que, aun en reposo, resulta desafiante y promete delicias)

Mi actor queda solo y hace grandes esfuerzos para tratar de liberarse. En su agitación, el cuerpo se le cimbrea y pone en movimiento sus carnosas formas, con la polla golpeando en uno y otro muslo. Todo inútil porque pronto entra en escena otro personaje conocido. Es el gran capo, cuya hegemonía peligraba por la traición de su colaboradora más estrecha. Hombre de unos sesenta años y cabello plateado, casi tan robusto como mi actor, viste con no menos elegancia. Observa en silencio y con sonrisa sardónica al colgado que, pese a su humillante estado, le sostiene la mirada desafiante. Al fin habla el capo mientras se le acerca. “Yo te saqué del arroyo y te hice el hombre que eres. Siempre habías sido mi favorito, por tu fidelidad pero también por otros motivos… Pero no me gusta mezclar el trabajo con las pasiones, así que te respeté ¿No es cierto?”. Ante el obligado silencio de mi actor, continúa: “Sin embargo la lagarta traicionera te sedujo y caíste bajo su dominación, pasando por alto todo lo que me debes”. Casi rozándolo ya, lo toma por el mentón. “¡Mira cómo te ves ahora! No vales nada y mis esbirros te van a torturar luego hasta que confieses dónde se esconde tu jefa…”. De pronto la mano baja del mentón para agarrarle con fuerza el paquete. “Pero antes me gusta tenerte así y ya no tengo ningún motivo para respetarte ¿No es así?”. Aprieta más y desliza la otra mano por el pecho. “¿Por qué no voy a disfrutar de ti, como siempre había deseado, antes de que te conviertan en una piltrafa?”.

El capo se separa y, tomando cierta distancia, empieza a quitarse la ropa con parsimonia. “¡Quién sabe! Si en su momento no hubiese tenido tantos escrúpulos y hubiera hecho lo que ahora voy a hacer contigo, tal vez seguirías siendo un perro fiel para mí”. Provocador, el capo ya ha dejado al descubierto un torso que casi me haría cambiar de preferencias. Tetudo y barrigudo, el vello que lo puebla se adorna de algunas canas. Se descalza antes de dejar caer los pantalones, que se saca apoyándose en una mesa. Queda tan solo con un eslip de un blanco impoluto bajo la desbordante barriga y que ciñe los robustos y velludos muslos. Se gira para desprenderse del eslip y, en sus manejos, para sacárselos por los pies, si yo fuese el cámara estaría enfocando el orondo culo en pompa, también velludo y  de oscura raja, de la que cuelgan unos lustrosos huevos. Completamente desnudo se encara a mi actor y hace alarde de una gruesa polla semierecta. Mi actor se agita tratando de descargar el peso en los pies sobre el suelo. Pero el capo se le acerca y le palpa descaradamente las tetas. “¡Qué gordo te has puesto con la buena vida! Pero hasta me gustas más… Mira lo cachondo que me pones”. Se arrima más y, juntando su polla, que ya está tiesa, a la decaída de mi actor, las frota con una mano. “Lo notas ¿verdad?”. Sin soltarlas,  se restriega contra él todo lo que permiten las barrigas. “No me importa que estés sudando… Me gusta tu olor a macho”. Le llega a dar un lametón en el  peludo sobaco. “Todavía se nota el perfume que la zorra te compra”, comenta. Por sorpresa le arranca la cinta adhesiva y le da un beso en los labios. Entonces mi actor reacciona escupiéndole. Pero el capo ríe y relame la saliva. “Es un detalle por tu parte”, ironiza.

Ahora se aparta y mira la polla inerte de mi actor. “No me darás una alegría ¿verdad?”. Decidido, le pone una mano bajo los huevos y, con la otra, manosea la polla y le descubre el capullo. Mi actor, que sigue sin decir una palabra –nunca lo he visto demasiado elocuente en toda la serie–, se mueve convulso tratando de zafarse. Pero el capo le hace separar las piernas y el tirón de su cuerpo colgante lo deja inerme. El capo vuelve a agarrarle la polla. “¡Cómo podríamos haber disfrutado!”, exclama, “Pero nunca es tarde y me vas a dar tu leche como sea”. De nada le sirven a mi actor sus intentos de resistirse, porque el capo lo sujeta fuertemente pasándole un brazo por detrás y usa la mano libre para frotar la polla. Solo el calor desprendido por el persistente manoseo logra que la flacidez se altere ligeramente. Introduzco aquí una morbosa licencia, consistente en que mi actor, como medida defensiva, empieza por sorpresa a lanzar un potente chorro de orines. El capo se aparta, pero no se arredra en su lujurioso designio. “¡Mea, mea, que aún te tiene que salir otra cosa!”, se burla.

Mi actor parece momentáneamente relajado, pero cuando el chorro cesa, el capo reanuda su intento de masturbación. Sin embargo, al no conseguir el engorde de la polla, impaciente y enfebrecido, se agacha en cuclillas y, con las manos sobre los muslos de mi actor, presiona para mantenerlo pegado a la pared. Entonces acerca la boca a la polla y la sorbe. El capo chupa ansioso y de forma constante. El cuerpo de mi actor tiembla inmovilizado y su rostro se congestiona; encoge los ojos y resopla. El ritmo de la mamada va decreciendo hasta detenerse y quedar la cabeza del capo fijada en la entrepierna de mi actor. Al fin se aparta y levanta la cara con una sonrisa de triunfo y leche resbalándole de los labios. Al levantarse el capo, se ve la espléndida polla de mi actor todavía tiesa y goteante.

Ahora el capo, ya de pie, exhibe una magnífica erección y se encara a mi atribulado actor. “¿Creías que ibas a poder negarme este tributo? …Pues ya ves que de ti puedo conseguir todavía lo que quiera”. Se agarra la polla y la sacude obscenamente. “Me queda algo por hacer ¿no te parece?”, dice desafiante. Mi actor, instintivamente, busca protección en la pared de ladrillos que tiene detrás, como si ésta lo fuera a proteger del ataque que teme. Pero el capo se le abalanza y, manipulando la cadena que liga las esposas a la tubería, consigue retorcerla y así poner de espaldas a mi actor. El capo contempla con lujuria el gordo y velludo culo, que muestra enrojecimiento por el roce de la pared. “¡Qué a gusto te lo voy a desvirgar!”, exclama el capo, “Porque eres virgen por ahí ¿verdad?”. Soba y da tortazos a las orondas nalgas, que mi actor contrae para mantener cerrada la raja. Pero el capo se la recorre con la palma de la mano. “¡Ya puedes apretar, ya, que no te libras!”. El capo se sujeta la endurecida polla y la proyecta hacia la raja. Da un fuerte golpe de pelvis y se clava despiadadamente. Mi actor aplasta una mejilla contra la pared con el rostro contraído por el esfuerzo de ahogar un grito. Ahora queda eclipsado el culo de mi actor por el orondo del capo quien, para afirmar el bombeo en el que se afana, se sujeta con las manos a los flancos de aquél. Más que hablar, brama: “¡Sí, traidor, traga! ¡Qué caliente me pones! ¡Te voy a inundar!”. Mi actor crispa los dedos sobre la pared por encima de las esposas y su expresión es de una mezcla de dolor y rabia por la violación que está sufriendo. El capo se agita aún más y ruge con unas descargas violentas. Se separa de mi actor y su polla cae a plomo. Queda a la vista el cuerpo derrengado de mi actor y de su raja cuelga un hilillo lechoso.

El capo se sacude la polla, ya en retracción, y dice irónico: “Espero que te haya gustado tanto como a mí… ¡Lástima que probablemente sea la primera y última vez!”. Mi actor ya no puede verlo, de espaldas como está y aún más en tensión por el retorcimiento de la cadena de la que cuelga. El capo empieza a recoger su ropa. “Ahora vendrán mis muchachos para hablar contigo…”. Tras una risotada, y dándole una fuerte palmada en el culo, añade: “En la postura que haces, seguro que les apetece meterte algo menos agradable que mi polla”.

A este nivel de mi invención, no puedo menos que apiadarme de mi actor. Por lo demás, sé que en la serie le queda todavía papel. Así que, al poco de quedarse solo, se oye un estruendo de disparos cruzados. No tarda en irrumpir un grupo de agentes especiales de la policía, con sus impresionantes uniformes negros y armados hasta los dientes. Probablemente ha habido un chivatazo interesado en el juego de traiciones. Ya solo encuentran a mi desvalido actor y cortan con una cizalla la cadena que lo mantiene colgado. La escena siguiente es en la calle, donde, en un barullo de coches policiales y camillas con cadáveres, mi actor está sentado, envuelto con una manta térmica, en la trasera de una ambulancia. Lo flanquean dos fornidos agentes y el poli protagonista, de paisano, le dice con un tono irónico: “Creo que vas a tener mucho que contarnos”.

jueves, 7 de enero de 2016

El apaño


Miguel era un cincuentón que, en su ya larga vida de casado, había ido adquiriendo peso y una oronda barriga. Un día se encontró por casualidad en la calle a Antonio, viejo amigo de los tiempos juveniles y con el que había dejado de tener contacto. Algo mayor que Miguel, Antonio también había desarrollado un cuerpo robusto y lucía una muy digna calva. A ambos les costó reconocerse mutuamente, pero se llevaron una gran alegría y no desperdiciaron la ocasión de irse a un bar para ponerse al día de sus peripecias vitales. Lo primero que comentaron fueron  los cambios físicos producidos. “¡Quién te ha visto y quién te ve!”, dijo Miguel, “Si ahora pareces un gran señor… con lo golfo que eras”. “Pues anda que tú”, replicó Antonio, “Con ese barrigón de bon vivant que has echado”. Empezaron a contarse cómo les iba la vida y no tardaron en retomar la confianza que, en otra época, habían tenido entre ellos para entrar en los aspectos más íntimos. Así Miguel explicó: “Desde hace un tiempo a mi mujer no le apetecen las relaciones sexuales. Ya las últimas y pocas veces que lo hacíamos no le ponía el menor entusiasmo y me llegaba a desanimar. Ni chupármela quiere ahora… Si le digo que voy a buscarme algo,  no se lo toma en serio y me contesta que ya estoy mayorcito para aventuras. La verdad es que eso de ir de putas nunca me ha convencido y acabo matándome a pajas”. La situación de Antonio en ese tema no era más halagüeña: “Pues qué te voy  a contar yo, viudo desde hace dos años y viviendo en casa de mi hija y su marido. Tampoco me como una rosca y, como tú, solo me queda darle a la mano”. Cuando ya llevaban un par de gin-tonics cada uno, empezaron a tomarse con humor su desastrosa vida sexual, hasta el punto de que Antonio tuvo la ocurrencia de soltar: “Si deberíamos apañarnos entre nosotros dos…”. “¿Con eso sales a estas alturas?”, se rio Miguel, “¡Vaya dos gordos metiéndose mano!”. Antonio no se arredró: “Pues no creas, que un compañero de trabajo, que ya no está, me tiró los tejos una vez”. “No me digas que te dejaste querer”, se burló Miguel, “¡Uy, uy, uy!”. “Entonces no me atreví”, contestó Antonio, “Pero, con la sequía que estoy pasando ahora, a lo mejor lo habría probado”. A pesar del ambiente jocoso en que tenía lugar esta conversación, la franqueza de Antonio llegó a inducir cierta desazón en Miguel, quien prefirió cambiar de tema. Pero ya la charla decaía y cada uno tenía sus quehaceres. Así que se dieron una nueva cita para los próximos días, deseosos de que su amistosa relación no volviera a interrumpirse.

Cuando Miguel volvió a su casa se sintió excitado, lo cual atribuyó a los efectos del alcohol ingerido. Miró a su mujer y supo que de ella nada iba a obtener, por lo que decidió masturbarse en la ducha, como en tantas ocasiones. Sin embargo, mientras se la meneaba ansioso, le venía a la mente la inesperada sugerencia que había dejado caer Antonio. Se preguntaba si éste hablaba mínimamente en serio y, en tal caso, si sería una opción aceptable. Dos hombres ya maduros entrando en una dimensión desconocida… El caso es que tuvo una corrida de lo más intensa y la conversación con su amigo no paró de darle vueltas en la cabeza.

Volvieron a encontrarse en el mismo bar y Miguel no tardó mucho en lanzar la pregunta que le rondaba desde el otro día: “¡Oye, Antonio! ¿Aquello que dijiste de nos podíamos consolar mutuamente era de verdad?”. A Antonio le cogió por sorpresa y dijo: “Creía que se te habría olvidado ¿Es que te molestó?”. “No es eso, no”, contestó Miguel, “Es que no me lo esperaba…”. “Y has estado pensando en ello ¿no?”, dijo Antonio con una sonrisa. “Bueno, sí… Está uno tan liado”, admitió Miguel. Antonio lo miró durante unos segundos y al fin dijo: “A mí no me asustaría probarlo… Total, hay confianza entre nosotros y, si no funciona, pues no funciona”. Ante el silencio de Miguel, añadió: “¿A ti qué te parece?”. “No sé qué decirte”, dudó Miguel, “¿Pero cómo lo haríamos?”. Antonio quiso aliviar la tensión con una broma: “¡Hombre! No es cuestión de que nos metamos mano aquí en el bar… Tendríamos que pensar en un sitio más íntimo”. “Un hotel o algo así me daría demasiado corte”, dijo Miguel,  “Tú no vives solo, pero yo…”. “Tú tienes a tu mujer ¿no?”, lo interrumpió Antonio. “Sí, pero este fin de semana se va al pueblo a pasarlo con su madre y me quedo solo”, explicó Miguel. “¿Estás ofreciendo tu casa?”, preguntó Antonio algo sorprendido. “Si estamos decididos a probarlo, no sería mal sitio”, admitió Miguel. “Pues te agradezco la confianza. Por mí no hay inconveniente”, dijo Antonio. Intercambiaron ya teléfonos, por si surgía algún problema, y Miguel le dio su dirección a Antonio. “Así que te espero el sábado por la tarde”. Se despidieron con una cierta solemnidad, cada uno concentrado en el paso que se disponían a dar.

El sábado, ya solo en su casa Miguel, iba de un lado para otro comido por los nervios. A ratos se arrepentía de la cita y a ratos lo dominaba el morbo de lo desconocido. Antonio se presentó con puntualidad y trajo una botella de whisky. “Por si nos hace falta”, dijo risueño, aunque no menos nervioso que Miguel. Plantados uno delante del otro como pasmarotes, Miguel preguntó al fin: “¿Cómo lo hacemos?”. Antonio, que parecía tener más iniciativa, sugirió: “Creo que, para empezar, será mejor que nos desnudemos… Así nos vamos familiarizando”. “¡Vale! ¿Pero lo hacemos aquí mismo o nos vamos cada uno a una habitación?”, dijo Miguel pudoroso. “Si nos andamos con vergüenzas, mal va a ir la cosa”, alegó Antonio, “¡Venga, no lo pensemos más y a quedarnos en cueros!”. Ambos se decidieron ya y procedieron mirándose de reojo. La eliminación de los calzoncillos requirió el mayor arrojo. De nuevo quedaron frente a frente, ahora completamente desnudos. Miguel, tetudo y barrigudo, era moderadamente velludo y su sexo, encogido entre los gruesos muslos, quedaba casi oculto por el pelambre. Antonio, por su parte, era también gordo y bastante peludo, aunque su polla estaba más visible. Se examinaron con detenimiento y optaron por recurrir al humor para vencer el nerviosismo. Miguel comentó: “Con el poco pelo que te queda en la cabeza, por el cuerpo lo compensas ¿eh?”. “Pues tú estás bien llenito… Como para cogerte en brazos”, replicó Antonio. Tras unos instantes de indecisión silenciosa, éste tomó la iniciativa de nuevo. “Ya que nos hemos visto en pelotas y ninguno ha salido corriendo ¿por qué no acortamos distancias?”. “¿Para tocarnos, quieres decir?”, preguntó tontamente Miguel. “¡Hombre, ya que estamos…! A no ser que prefieras que nos las meneemos cada uno por su cuenta”, respondió Antonio con ironía. Miguel calló, pero instintivamente, sin apenas conciencia de ello, se llevó una mano a la entrepierna para hacer resaltar más la polla que tenía tan encogida. Enseguida dejó caer los brazos a los costados en espera del acercamiento de Antonio. Éste le puso las manos sobre los hombros. “¡Uf, qué frías las tienes!”, comentó Miguel con voz temblorosa. “Así me las caliento contigo”, replicó Antonio haciendo acopio de control de la situación. Fue resbalando las manos y las detuvo sobre las  salidas tetas. Las palpó diciendo: “¡Cuánto tiempo sin tocar algo así!”. “No te confundas, que soy un tío”, protestó Miguel. “No hay confusión posible con este vello… Pero me gusta manosearlas ¿Tú no sientes nada?”, preguntó Antonio. “¡Joder! Me estás poniendo la piel de gallina”, reconoció Miguel, que añadió: “Te voy a tocar yo también ¿vale?”. Llevó directamente las manos al pecho de Antonio y jugueteó con los dedos por el abundante vello. “Lo tienes muy suave… Pero los pezones se te han puesto duros”, comentó. “Con los frotes que les das…”, musitó Antonio. Así se entretuvieron unos momentos sobándose las tetas, hasta que Antonio observó: “La cosa no va nada mal ¿no te parece?”. Miguel asintió y se apartó un poco para poder ver más hacia abajo. “¡Ostia, si te estás empalmando!”, exclamó. “Ya lo he notado, ya. Pero no quería decírtelo”, casi se excusó Antonio. Miguel entonces llevó una mano a su polla, como si lo avergonzara tenerla aún tan inerte. Antonio, al verlo, dijo decidido: “¡Déjame a mí!”. Se la cogió y la frotó suavemente. Miguel resopló y comentó: “Nadie diría que eres inexperto en tocar pollas”. “Pues es la primera, te lo aseguro… Y mira cómo se te está poniendo”, contestó Antonio. En efecto la polla de Miguel había engordado ostensiblemente, en contraste con el encogimiento mostrado hasta el momento. Miguel volvió a resoplar y dijo: “¡Oye! Se me están aflojando las piernas con tu toqueteo… ¿No estaríamos mejor si nos echamos en la cama?”. Antonio se extrañó: “¿En la que duermes con tu mujer?”. Miguel fue categórico: “¡Para lo que me sirve…! Además, ella tiene la culpa de esto”. Antonio corroboró: “Tal como va la cosa, igual tendremos que estarle agradecidos…”.

Pasaron al dormitorio y se dejaron caer sobre la cama, uno al lado del otro. No sabían muy bien lo que vendría a continuación, pero lo que tenían claro era que sus pollas, bien duras, les pedían de todo menos tregua. Entonces Miguel se decidió a preguntar: “¿Te atreverías a chupármela?”. Su polla, gruesa y no muy larga, se elevaba medio descapullada sobre los huevos. Antonio la miró algo aprensivo y antes de aceptar volvió a manosearla. “¡Vale! Pero tú me lo harás también ¿no?”. “¡Claro, claro!”, contestó Miguel, que ya estaba ansioso. Antonio descapulló del todo la polla y acercó la boca. El contacto de los labios con la tersa y húmeda hinchazón le produjo escalofríos de momento. Pero avanzó deslizándolos hasta que polla estuvo en gran parte dentro de su boca. Miguel lo animó: “¡Así, así!”, y añadió: “¡Coño! Mejor que mi mujer… cuando me lo hacía”. Antonio daba sorbetones subiendo y bajando para deleite de Miguel, que muy a gusto se habría dejado ir. Pero Antonio interrumpió la mamada para reclamar su parte del acuerdo. “¡Ahora tú a mí!”. Miguel, algo a regañadientes por cortar su placer, se avino a cumplir. Intercambiaron posiciones y Miguel se enfrentó a la polla circuncisa de Antonio, menos gorda que la suya pero más larga. La cercó con la mano e hizo un esfuerzo para dar un lametón al capullo. “¡Uy, lo tienes muy mojado!”, exclamó con un cierto rechazo. Antonio lo apremió: “¡No vengas con remilgos y chúpamela de una vez!”. Miguel cerró los ojos y se metió la polla en la boca. La repasó con la lengua y apretó los labios. “¡Sigue, sigue! ¡Joder, qué gusto!”, decía Antonio. De pronto Miguel tuvo una idea: “¿Por qué no nos las chupamos a la vez?”. Antonio accedió: “Bien, pero yo me echaré encima, que peso menos”. Así pues se colocaron a la inversa y Antonio, desde arriba, clavó de nuevo la polla en la boca de Miguel, mientras se la volvía a chupar a éste. Miguel, con su gordura aplastada por la de Antonio y su polla hundida hasta la garganta, no estaba en condiciones de avisar lo que le estaba viniendo. De modo que, por sorpresa, la boca de Antonio se fue llenando de leche, que se vio obligado a tragar a medias. “¡Ostia, tú!”, exclamó cuando pudo hablar, “Esto ha sido a traición”. Ya se salió de la boca de Miguel y buscó algo para limpiarse la cara. Miguel por su parte, despanzurrado aún sobre la cama, soltó con una sonrisa beatífica: “¡Uf, qué a gusto me he quedado!”.

Se crearon unos momentos de desconcierto, con Miguel satisfecho y Antonio confuso por la corrida en la boca sin previo aviso. Además la accidentada mamada de Miguel lo había dejado a medias y con sed de revancha. Se arrimó a Miguel y lo zamarreó. “¡Ponte bocabajo, gordo, que quiero verte el culo!”. Miguel se resistió alarmado: “¡No estarás pretendiendo algo raro ¿eh?!”. Y hasta ofreció: “Si quieres, te la chupo y te saco también la leche… ¡Pero eso no!”. “No seas cagueta, hombre, que solo te lo voy a acariciar”, lo engatusó Antonio. Miguel pecó de buena fe y accedió a darse la vuelta. Antonio en efecto se limitó de momento a manosear y estrujar las nalgas. “¡Vaya culazo que tienes! ¡Y qué suave!”. “¡Uf, qué sobón! A que no me lo lames”, lo provocó imprudentemente Miguel. Antonio vio que le abría una vía para lo que en último término estaba deseando hacer. Separó las nalgas y la raja apareció sonrosada y limpia de vello, con un ojete tentador. Se dijo que el fin justificaba los medios y, si ya había chupado la polla y hasta tragado la leche, por qué no pasar por ahí la lengua, lo que de paso serviría de lubricación. Así que chupeteó a fondo sorprendiendo gratamente a Miguel. “¡Uy, qué lanzado! ¡Me gusta, me gusta!”. Con la raja bien ensalivada, Antonio se puso a jugar con los dedos, con la aviesa intención de que uno se le escurriera por dentro del ojete. Miguel no lo rechazó porque recordaba que a veces en la ducha, antes de masturbarse, le resultaba placentero meterse un dedo enjabonado y darse una fricción. Es lo que le estaba haciendo ya Antonio y lo reconoció: “¡Joder, qué bien lo haces!”. Antonio fue a la suya: “Si es que te abres la mar de bien…”. “¡Cuidado con lo que estás pensando!”, lo previno Miguel. Pero éste en el fondo estaba sintiendo la morbosa curiosidad de dejarse hacer más allá de lo que los prejuicios le permitían. Antonio pareció intuirlo, porque volvió a la carga: “Si el dedo te entra tan bien, podría probar con otra cosa…”. Miguel optó por la fórmula del que calla otorga y procuró relajarse manteniendo la dignidad. El intenso deseo que dominaba a Antonio le había mantenido la polla bien tiesa y solo tuvo que empezar a tantear con ella por la raja. Cuando el capullo estuvo centrado en el ojete, empujó y la larga polla fue entrando sin mayor dificultad. No obstante, Miguel, al sentir una intensa quemazón, exclamó: “¡Cabrón, esto duele más que el dedo!”. Antonio, clavado a fondo y encantado de la elástica presión que envolvía su polla, lo calmó: “Lo peor ya habrá pasado… Ahora deja que me mueva”. A un ritmo creciente se puso a bombear y notó que la tensión de Miguel se iba trocando en gimoteos placenteros, hasta el punto que llegó a exclamar: “¡Uy qué cosa! ¡Qué gusto me está dando”. Antonio confirmó: “Y a mí… ¡Coño, qué bien tragas!”. Miguel seguía disfrutando: “¡No pares! ¡Qué bueno es esto!”. Y Antonio: “¡Qué caliente estoy! Me voy a correr”. “Aguanta un poco más”, pidió Miguel. Pero ya Antonio se estremeció soltándole una buena descarga. “¡Uf, qué polvazo!”, musitó todavía agitado y se derribó sobre Miguel. Éste asintió sofocado: “¡Y que lo digas!”.

Estirados uno junto al otro sobre la cama, se reponían de las emociones vividas. Miguel comentó: “Sí que hemos aprendido pronto…”. “¡Es que tu culo da un juego…!”, exclamó por su parte Antonio. “Quién me iba a decir que eso de que me la metan me guste tanto”, se sinceró Miguel. “Las mamadas tampoco han estado mal ¿eh?”, añadió Antonio. Miguel se incorporó apoyado en un codo y preguntó: “¿Qué hacemos ahora?”. “¿Por qué no abrimos la botella que he traído y lo celebramos?”, sugirió Antonio. “¡Buena idea!”. Miguel se levantó y volvió con la botella. “A morro ¿te parece?”, dijo como si compartirla de ese modo tuviera más morbo. Medio tumbados se fueron pasando la botella para darle tragos. Cuando a Miguel se le derramó un poco y le resbaló por el pecho, Antonio tuvo un impulso: “No lo desperdiciemos”. Le lamió la teta mojada y detuvo la lengua en el pezón. “Eso también me gusta”, reconoció Miguel. Antonio chupó y fue pasando de una teta a otra. “¡Uy, qué afición le pones!”, exclamó Miguel encantado. Pero como éste parecía que se limitaba a dejarse hacer, Antonio dijo: “Tal vez que yo sea un tío tan peludo te hace menos gracia”. “¡Qué va!”, replicó Miguel, “Me gusta que me roce tu vello”. Para confirmarlo lo abrazó estrechamente. Luego le ofreció la botella: “Echa un trago, que quiero bebérmelo de tu boca”. De este sensual modo se pasaron el whisky y sus lenguas se enredaron por primera vez. Ya lanzados, jugaron a verterse chorritos de licor por el cuerpo y lamérselos mutuamente.

La consecuencia de este voluptuoso juego fue que acabaran los dos bien empalmados de nuevo. “¡Cómo te has puesto otra vez!”, comentó Miguel. “¡Pues anda que tú!”, replicó Antonio. Con infantilismo propiciado por el alcohol se dedicaron a las comparaciones mientras se palpaban las pollas mutuamente. “La tienes bastante gorda”, comentó Antonio. “La tuya es más larga”, glosó Miguel. Éste pensó un poco y luego preguntó: “¡Oye! ¿Qué te pareció lo de que me corriera en tu boca?”. “Me pilló por sorpresa, pero no estuvo mal… Si soltaste la leche era porque te la había chupado bien ¿no?”, contestó Antonio. “¿Quieres que te lo haga yo ahora?”, ofreció Miguel. “¡Vale! Te daré la leche también ¿eh?”, aceptó Antonio. “Sí, quiero probarla”, concluyó Miguel. Antonio se despatarró y Miguel reptó entre las piernas separadas. Sin embargo, entre la trompa que llevaban ya los dos, la descarga que hacía poco había tenido Antonio en el culo de Miguel y que éste, aunque voluntarioso, mostraba cierta torpeza en el arte de la mamada, la cosa no funcionaba. Así que Antonio se dio por vencido. “Mejor que no insistas…”. Miguel preguntó compungido: “¿No te gusta cómo lo hago?”. “¡Sí, hombre sí!”, lo tranquilizó Antonio, “Pero creo que ya me debería marchar”. Pero Miguel protestó: “¿Te vas a ir ahora con lo bien que estamos? Te podrías quedar esta noche… Total, si ya estamos en la cama”. Antonio se lo pensó y se dijo que tampoco es que tuviera demasiadas ganas de ponerse en movimiento con lo mareado que estaba. Además, estaba tan bien arrebujado con Miguel… “Si te empeñas…”, dijo. “¡Claro que sí!, lo alentó Miguel, “Esto hay que seguir celebrándolo”. Y como la botella de whisky había quedado seca, corrió a traer otra que guardaba en el comedor.

El resultado de tanta celebración fue que acabaron quedándose fritos, enredados con brazos y piernas. La tregua, no obstante, duró tan solo dos o tres horas, que fueron suficientes para que Antonio, quien, en las vueltas que iban dando, se había abrazado a la espalda de Miguel, se sintiera de nuevo excitado. Y como la polla se le encajaba en la raja de Miguel, presionó con intenciones aviesas. Miguel se despertó y se limitó a preguntar: “¿Me vas a follar otra vez?”. “Tu culo me ha vuelto a calentar… Deja que te la meta”, pidió Antonio. “¡Vale! A ver si me da tanto gusto como antes”. Los dos disfrutaron de nuevo sin prisas, pero a Miguel, que no se resignaba a que la leche de Antonio le entrara siempre por el culo, se le ocurrió proponer: “Cuando te empiecen las ganas de correrte ¿por qué no te sales y me la das en la boca?”. Como Antonio estaba ya casi a punto, avisó: “Pues venga ya, que te lo debo”. En un rápido tránsito del culo a la boca de Miguel, bastó el frote de la polla que siguió dándose Antonio y la presión de los labios de Miguel para que los dos quedaran satisfechos. Miguel tragó y declaró: “Tenía yo ganas de probar tu leche… Me ha gustado”. Volvieron ya a dormirse despreocupadamente.

Bastante avanzada la mañana del domingo, los despertó el ruido de la puerta de entrada al abrirse y, a continuación, la voz de la mujer de Miguel: “¡Miguel! He vuelto a discutir con mi madre y he preferido adelantar la vuelta… ¿Dónde estás?”. Los dos hombres en pelotas sobre la cama se miraron espantados y ni siquiera se les ocurrió taparse con las sábanas. Lo cual, por lo demás, poco iba a mejorar las cosas. Porque la visión de las ropas masculinas dispersas por la sala aceleró el avance de la mujer hacia el dormitorio. Quedó estupefacta al encontrar a su marido desnudo sobre la cama alborotada junto a un desconocido en el mismo estado. Miguel entonces le echó un valor a la situación que a él mismo le sorprendió y, aprovechando la parálisis que todavía inmovilizaba a su mujer, soltó con total sangre fría: “Ya te avisé de que acabaría buscando algo por mi cuenta… Y aquí un amigo de confianza me ha ayudado”. Antonio no pudo menos que esbozar una tímida sonrisa como presentación. La reacción de la mujer no fue, sin embargo, tan virulenta como sería de temer: “¿Y tenía que ser en mi cama y con un tío gordo y carroza como tú?”. Miguel se mostró humilde: “Nos hemos puesto a beber y hemos acabado durmiendo aquí la mona. Como no estabas… Ya pensaba lavar las sábanas”. Antonio aprovechó para hablar: “Creo que será mejor que me vaya y os deje solos”. Pero la mujer lo atajó: “¡Tú de ahí no te mueves, que estáis muy guapos los dos enseñando la minga!”. “Pensaba que eso ya no te interesaba…”, dijo Miguel con ironía. “Lo que me interesa saber es de qué va todo esto”, replicó ella. Miguel se explicó: “Antonio es viudo y yo como si lo fuera para estas cosas. Estábamos probando si nos podíamos apañar entre los dos… y vas y nos pillas”. La mujer casi esbozó una sonrisa y, entre asombrada e intrigada, preguntó: “¿Y cómo ha ido la prueba?”. Miguel reconoció: “Bastante bien ¿Verdad, Antonio?”. Éste asintió y añadió por su cuenta: “Hemos quedado muy aliviados”. La mujer exclamó: “¡Qué complicados sois los hombres! Con tal de tener un sitio por donde meterla…”. Miguel preguntó desafiante: “¿Te habría gustado más encontrarme con una señora?”. “¿Qué pelandusca iba a querer estar contigo? Mejor que no te gastes el dinero en eso”, dijo la mujer con criterio práctico. Antonio entonces intervino en defensa de Miguel: “Pues con tu marido he disfrutado cantidad…”. La mujer lo miró con curiosidad y concluyó: “Sobre gustos…”. Parecía que estuviera asimilando el apaño de Miguel sin escandalizarse demasiado y prueba de ello fue que, tras pensárselo unos instantes, dijo: “Ya que estamos, os vendrá bien para la resaca un buen desayuno. Mientras os adecentáis un poco, voy a prepararlo”.

Cuando los dejó solos, Antonio exclamó admirado: “¡Joder, qué mujer más comprensiva tienes!”. “Ni yo mismo me lo creo… Aunque, si así no le sigo dando la lata con el sexo, ya le viene bien esto nuestro”. Para no tener que atravesar en pelotas el piso en busca de su ropa, Miguel se puso una bata y le dejó un albornoz a Antonio. De esta guisa se presentaron en la cocina, donde la mujer ya estaba disponiendo un apetitoso desayuno. Lo compartieron amistosamente hablando solo lo justo, hasta que Miguel se decidió a plantear la cuestión: “¿Y ahora qué?”. Su mujer no se lo pensó demasiado: “Si lo preguntas por mí, ya podéis seguir con vuestro rollo… Ya sois mayorcitos”. Pero había otro problema. “El caso es que no tenemos dónde ir…”, planteó Miguel. La mujer comentó irónica: “Así que también tengo yo que resolver vuestros problemas…”. Pero la mirada expectante de los dos hombres la conmovió. “Ya sabes, Miguel, que dos tardes a la semana salgo con mis amigas… Y otros fines de semana volveré a visitar a mi madre”. “¿Quieres decir que podemos usar la casa?”, preguntó Miguel incrédulo. “Cuando os dé el achuchón…”, respondió ella, para puntualizar a continuación: “Eso sí, lo quiero todo en orden y no ropa y botellas por todas partes… De cambiar la cama y lavar sábanas y toallas te encargas tú”. “¡Eres un sol!”, no pudo menos que exclamar Miguel. “Y vosotros unos salidos… Pero qué se le va a hacer”, concluyó la mujer. Aún tenía, sin embargo, que dar muestras de su dominio de la situación y dijo en plan maternal: “¡Hala, a ducharos, que falta os hace! Y acabemos el día en paz…”.

Miguel y Antonio pasaron un buen rato en el baño y estaban tan asombrados por el insólito curso de la situación que apenas se atrevían a hacer cometarios. Desde luego, descartaron volver a meterse mano y Antonio consideró que ya era hora de ahuecar el ala. Se encontraron su ropa recogida en el dormitorio y disciplinadamente apartaron las sábanas, que Miguel se encargaría de lavar y cambiar. Buscaron a la mujer para que Antonio se pudiera despedir y ella no tuvo el menor reparo en estamparle un par de besos, como si fuera un amigo de toda la vida.

Reconozco que este final resulta muy poco realista, aún menos que el resto del relato. Pero seguro que es una fantasía que más de un casado con amores ocultos se podría hacer.