Paseaba por un paraje
solitario entre campos de cultivo y, al ir a pasar por un ajado puente sobre un
cauce seco, observé que había alguien apoyado en el pretil. Se trataba de un tipo
sesentón con una buena barriga y unos brazos peludos en su camisa de manga
corta. Por su aspecto algo rudo, pensé que se trataría de un campesino que se
tomaba un descanso. Pero al fijarme mejor y hallarse el hombre un poco de medio
lado, pude ver perfectamente que tenía la bragueta abierta y le salía la polla
echando un potente chorro. Avancé algo más y me detuve haciendo ver que me
interesaba en el paisaje. Pero él me miró y captando mi atención me sonrió. Se
dio unas aparatosas sacudidas y se dejó la chorra fuera. Oí que decía: “¿Te
gusta?”. “No está mal”, contesté. “¿Te gustaría ver más?”, volvió a provocar.
“A nadie le amarga un dulce”, repliqué. Señaló un cobertizo abandonado: “Allí
te lo puedo enseñar todo… ¿Vamos?”. Se guardó la polla, pero no se molestó en cerrar
la bragueta. Lo seguí y me avisó: “No es que vayamos a echar un polvo. Solo
quiero que me mires… sin tocar. Es lo que me pone. Pero si te apetece puedes
hacerte una paja conmigo”. Algo rarillo me pareció la cosa, pero me pudo la
curiosidad y el tío desde luego estaba muy bueno.
Ya a resguardo me
dijo: “Anda, siéntate ahí”. Dejaba claro que mantenía las distancias. Se plantó
ante mí y, poniendo voz anhelante, preguntó: “Me lo quieres ver todo ¿verdad?”.
Asentí: “Claro”. Muy serio, y con la mirada un tanto perdida, se sacó los
faldones de la camisa fuera del pantalón y fue desabrochando los botones. Se
quitó la camisa con naturalidad y la dejó a un lado. Aunque lo pareciera, no me
daba la impresión de estar ante un striptease convencional. Acompañaba los calmados
gestos a los que se entregó, con un punto de lubricidad, de subrayados e
incitaciones que no esperaban respuesta, solo mi atenta contemplación. Un vello
recio se extendía por gran parte de pecho, barriga y brazos. Todo ello se puso
a sobárselo y estrujárselo a dos manos. “Buenas tetas ¿eh? ¿A que las
lamerías?”. Dos rosetones cárdenos, de puntas más oscuras, asomaban entre el
pelambre. Se chupó los dos índices y los pasó por los pezones. “Me gusta
ponerlos duros, estirarlos y pellizcarlos”. Cosa que hizo con recia lascivia,
poniéndome los dientes largos. Luego se dio la vuelta, para lucir la espalda
también con vello. Se palpaba los michelines de la cintura. “Estoy hermosote ¿a
que sí?”. Aproveché para darme unos toques a la entrepierna revuelta. Volvió a
ponerse de frente y se soltó el cinturón. “Te estás poniendo cachondo ¿eh?”.
Como la bragueta se la había dejado abierta, sujetó los pantalones mientras se
quitaba los zapatos moviendo los pies. “Verás lo que viene ahora…”.
Fue bajando los pantalones.
Llevaba unos calzoncillos blancos clásicos, de bragueta con abertura delantera.
Por lo que, al agacharse e ir levantado las piernas para sacarse los
pantalones, le asomaban pelos por ella, e incluso los huevos por las anchas y
cortas perneras. Ya solo en calzoncillos, se puso a jugar con ellos. La procacidad
de sus manejos y de las expresiones que los glosaban denotaba una creciente agitación,
pese a su concentrada seriedad. Los calzoncillos algo arrugados le permitían
provocadoras insinuaciones. Se cogía el paquete y lo sacudía. “¡Lo que hay
aquí…!”. Subía las perneras hasta las ingles. “¡Mira qué muslos!”. En verdad
los tenía rollizos y velludos. “¡Uy lo que asoma!”, al salírsele de nuevo un
huevo. Se bajaba la cinturilla hasta la
raíz de la polla, mostrando el rizado pelambre del pubis. “Tengo un bosque
aquí”, y moldeaba la tela sobre la polla. “Y vaya tronco ¿eh?”. Una manchita de
humedad se formaba en el blanco tejido. “Eso que estoy haciendo esfuerzos para
no empalmarme todavía”. Metió la mano en la bragueta haciendo amago de
sacársela. “¡Qué ganas debes tener de que te la enseñe! Con lo que te gustó
verla mientras meaba…”. Siguió tocándosela por dentro de los calzoncillos.
“Pues vuelvo a tener ganas… ¡Vas a tener suerte otra vez!”.
Se puso de perfil y
sacó la polla, que se veía bastante más crecida. Sin manos, como había hecho
antes, el chorro fue a caer a una lata oxidada con fuerte sonido metálico.
Ahora sí que se la cogió para sacudirla con energía. “¡Qué a gusto se queda
uno!”. No se molestó en metérsela dentro, pero se puso de espaldas. “Te voy
enseñar una buena cosa”. Se bajó los calzoncillos hasta las pantorrillas. Desde
luego tenía un culo impresionante. Voluminoso y bien redondeado, el vello se le
espesaba en la raja. “¿Qué? ¿Impresionado? …Pues se mira pero no se toca. Que
ya imagino lo que querrías hacer con él”. Se agachó para sacarse los calzoncillos por los pies. “¿Ves
lo que me cuelga?”. En efecto entre los muslos se bamboleaban los cargados
huevos rojizos. “Gordos ¿verdad? …Luego los verás mejor”. Primero tenía que
mostrar con voluptuosidad las excelencias de su culo. Se dio varias palmadas.
“Duro como una piedra”. Después se inclinó y alargó los brazos hacia atrás para
agarrarse con las dos manos las nalgas. Tiró hacia los lados abriendo todo lo
que pudo la raja. Entre los bordes peludos, en una franja cárdena se
vislumbraba un botón oscuro. “¿Ves bien el ojete? Seguro que te gustaría
follártelo ¿eh, golfo?”. Seguí callado pero, por supuesto, me daban unas ganas
locas de lamerlo y clavarme en él. “Pues mira cómo el gusto me lo doy yo”.
Soltó un lado y llevó la mano a la boca para chuparse los dedos. Con un forzado
e insospechado giro, dado su volumen, logró meterse el índice y lo frotó.
“¡Joder, qué rico! Hasta tres dedos me caben”. Dicho y hecho, hurgó en la raja
y parecía que tuviera casi la mano entera dentro. “¡Oh, que bruto soy!”, se
increpó a sí mismo.
Fue enderezando el
cuerpo y ya erguido volví a tenerlo de frente. Bajo la orza que le hacía la
barriga, entre un crespo pelaje, el sexo sobresalía en la confluencia de los
muslos. Sobre los huevos medio ocultos por los pelos, reposaba la polla. Vista
de frente, la vi más ancha y agreste. La piel del prepucio no cubría del todo
el capullo, que brillaba más claro y húmedo. Me dejó mirar con los brazos en
jarra. Pero pareció que se excusaba. “Meterme los dedos por el culo me ha
aflojado. Pero así podrás ver cómo se me llega a poner”. Entretanto levantó la
polla y separó las piernas para enseñar los huevos al completo. “¡Qué buenas
pelotas! Por detrás parecía que me colgaban ¿a que sí? Pero ya ves que las
tengo bien pegadas”. Se los sobó. “No me caben en la mano”. Se soltó la polla y
se me acercó peligrosamente. “Ahora sin manos… Ve mirándola con atención y
verás cómo se me pone cachonda del todo”. Efectivamente, al conjuro de mis ojos
que casi se me salían, la verga iba engordando y alargándose. La piel se
retraía y el capullo llegó a asomar entero, romo y mojado. Al irse levantando,
llegó a quedar en horizontal. “¿Qué te dije? Cómo se me ha puesto solo con que
me la mires”.
Ya se la agarró. “Me
voy a hacer un buen pajón… ¿Tú no te animas a acompañarme? Seguro que te he
puesto a cien”. Hablé por primera vez. “¿Así quieres que me la saque?”. “Menéatela
mirando cómo lo hago yo”, insistió. Para más comodidad, me bajé los pantalones
y la polla me saltó liberada. Pero al hombre parecía interesarle tan solo que
fijara mi atención en su ritual masturbatorio. Lo cual, por otra parte, sería
un estímulo definitivo para mí. Con una mano se la sobaba y con la otra se
tocaba los huevos, separadas las piernas. “La tengo que me quema” decía. Unas
veces se la restregaba con el puño cerrado alrededor y otra usaba solo el
pulgar y el índice. “Variando así alargo el gusto”, explicaba. A mí, casi
automáticamente, me contagiaba el método. “¿No ves lo hinchada que la tengo
ya?”. Mostraba el capullo enrojecido. “Vaya paja me estoy haciendo ¿eh? Y la
hago aguantar”. Pausa y meneo; pausa y meneo. “Seguro que estás deseando ver
cómo me sale la leche para sacarte la tuya también”. Se dio con energía ahora.
“Ya falta poco. Estoy a punto de estallar”. Estaba sofocado mirando hacia lo
alto. “¡Me viene, me viene! … “¡Aaaaajjjj”. Empezó a expulsar chorros de leche
en varias oleadas, acompañadas con sacudidas de todo su cuerpo. Cuando los
chorros cesaron, aún siguió frotando más lentamente y apretando el capullo para
extraer las últimas gotas. Mi excitación funcionó sola y noté que tenía la mano
pringada de mi propia leche.
Se limpió la mano en
el pelambre de la barriga y se dirigió más directamente a mí. “¿Qué? Te ha
puesto cachondo verme ¿eh?”. Y volvió a explicar con toda seriedad. “Me gusta
que me mire alguien mientras me toco”. “¡Vaya exhibición que me has hecho!”,
dije con la respiración entrecortada. “Ahora te irás con las ganas de haberte
dado un revolcón conmigo… Eso también me pone”. “Y cómo has conseguido ponerme
a mí…”, concedí y me ajusté los pantalones. Aún me quedé contemplándolo
vestirse con parsimonia y expresión de haberse dado un gustazo. Se me ocurrió
preguntarle: “¿Haces esto muy a menudo?”. Contestó sin darle importancia:
“Alguno del pueblo me lo pide y a veces se juntan varios para pajearse
mirándome… Pero con un desconocido me da más morbo”. Logrado su propósito
pareció sin embargo que ya le sobraba. Así que dejé que siguiera vistiéndose y
me marché. “¡Qué tipos más raros hay por el mundo!”, pensé, “Pero que me den
muchos como éste”.
¡Muchas gracias por el relato! Por favor escribe uno con profesores...
ResponderEliminarBuen relato. La lectura te calienta y la imaginacion pide culminar, dar un paso mas y que el que mira pase a la acción. Gracias por todos tus relatos.
ResponderEliminarMe dejo un poco a medias
ResponderEliminarCómo siempre, quiero estar allí con ellos. ¡Gracias!
ResponderEliminarCorto pero directo, me encanta!!!!
ResponderEliminarUno con J 🥰
ResponderEliminar