sábado, 16 de diciembre de 2017

Papá Noel sale del armario (1)

1 – Los elfos se divierten

Este año Papá Noel decidió salir del armario. Estaba harto de ir siempre haciéndole carantoñas a los niños y eso, con los tiempos que corren, podría dar lugar a malintencionadas habladurías ¡De él, que lo que le había gustado en toda su larga vida eran los tíos grandotes y peludos! Por ello convocó a sus elfos. Los de verdad, no esos enanitos asexuados de los que hablan las leyendas. Sí que tenían las orejas puntiagudas, pero aparte de eso los había ido reclutando a lo largo de los años de acuerdo con sus gustos, y de similares aficiones para evitar conflictos entre ellos. Hasta había tenido que llamarlos al orden algunas veces porque, distraídos en meterse mano unos a otros, ponían en riesgo la puntualidad de las entregas.

La consigna que les dio fue que, sin abandonar su misión de infundir dulces sueños a niños y niñas, que era algo en lo que estaban encasillados y que constituía el grueso de su negocio, se ocuparan también a partir de ahora en inspirar otro tipo de sueños. Papá Noel les habló, entre otros, de esos hombres maduros como ellos que, durmiendo junto a sus indiferentes esposas, agradecerían una ensoñación lo más realista posible de un revolcón con su jefe, el marido de su cuñada, su suegro… ¡Qué mejor regalo para ellos en la noche de Navidad! Como los elfos mostraran cierta inquietud por su falta de práctica en esta nueva misión, Papá Noel les informó de que, llegado el momento, conocerían un caso del que se estaba ocupando él personalmente…

(Hay que hacer notar que, en ese mundo mágico, no rigen las dimensiones de espacio y tiempo que conocemos, de modo que pueden estar pasando cosas diferentes a la vez. Así que es posible que Papá Noel esté de jolgorio con sus elfos y simultáneamente haga soñar a sus elegidos)

La convocatoria a los elfos, además de tener la finalidad de impartirles las nuevas directrices, también obedecía a la gran cena anual que precedía el inicio de los trabajos de reparto. Y en esta ocasión Papá Noel estaba decidido a que fuera sonada, para celebrar su liberación de prejuicios ancestrales. Iba ataviado con sus mejores galas: una casaca de terciopelo rabiosamente rojo y festoneado de piel blanca, que ceñía sobre su prominente barriga un ancho cinturón negro de hebilla plateada, y unos amplios calzones con las perneras remetidas en unos acharolados botines. NI siquiera le faltaba un gorro a juego, también bordeado de piel y con una borla que caía hacia un lado. De su rostro, poblado por una esponjada barba blanca apenas resaltaban unos vivarachos ojos.

Los elfos, a su vez, también debían cuidar su indumentaria, sobre todo porque Papá Noel les pasaba revista antes de que accedieran a la cena. Con su gorro rojo puntiagudo, a juego con sus orejas, tenían barbas rubias, oscuras o canosas, o bien lucían mofletes sonrosados. El resto de su vestimenta, que había sido diseñada a gusto de Papá Noel, tenía como elemento esencial unas mallas, que luego se llamaron leotardos y fueron derrotados por los más internacionales leggins, a rayas horizontales rojas y blancas. Todo encajaría en una cierta tradición si no fuera porque los elfos reales engullían en tan ajustada prenda sus generosas carnes. Ello les otorgaba un aspecto de lo más sexy, marcando los orondos culos y los robustos muslos y, por supuesto, realzando los cargados paquetes. Se completaba con una chaquetilla verde que ceñía el macizo torso y tan recortada, para que no tapara las mallas, que algunos mostraban el ombligo peludo.

Papá Noel se tomaba muy a pecho la revista a sus fieles servidores. Más que riguroso se mostraba ‘detallista’, y le gustaba comprobar cómo lucían sus enjundiosas figuras. Pasaba lentamente ante la fila que formaban, debiendo cada uno dar un giro en redondo para la inspección. “Ese paquete te queda torcido”, le decía a uno, y él mismo se lo ajustaba. A otro: “Siempre llevas bajas las mallas y enseñas media raja… Luego te quejas de que quieran darte por el culo”. “Mira estos dos, juntitos y empalmados… Habréis estado metiéndoos mano… Ya os podíais haber controlado un poco más”. Así iba observando y corrigiendo manualmente pequeños desajustes en la armonía del conjunto, lo que los afectados acogían agradecidos por la atención prestada.

Todo apunto ya para la cena, Papá Noel ocupó un sillón especialmente ornamentado en la cabeza de la larga mesa. Todos daban cuenta con gusto de los abundantes y exquisitos manjares, regados con no menos selectos vinos. Ni siquiera la invasiva barba constituía un obstáculo para que Papá Noel engullera como el que más. Igualmente disfrutaba con los chistes y chascarrillos subidos de tono que se cruzaban los alegres elfos, ya que creaban el ambiente más propicio para la sorpresa que les tenía reservada aquella noche.

Cosas de la magia, la gran mesa quedó despejada en un instante y el sillón de Papá Noel  se elevó hasta quedar al mismo nivel. Los elfos guardaron un silencio expectante al ver que su señor se ponía de pie majestuosamente. Su imponente estampa se reflejaba como en un espejo sobre la bruñida madera oscura de la mesa. Empezó a sonar una música de ritmo sincopado y Papá Noel dio unos pasos adelante tanteando con los pies. Poco a poco empezó a moverse con picardía al compás de la melodía, que cualquier humano habría identificado inequívocamente como típica de un striptease. A no otra cosa parecía que se iba a entregar el sicalíptico Papá Noel.

Con hábil gracejo, que contrastaba con la solemnidad del atuendo, empezó abriendo la hebilla plateada del cinturón que le ceñía la oronda tripa. Una vez quitado el cinturón lo volteó en el aire por encima de su cabeza y lo lanzó llevándose consigo el gorro de un elfo, que sin embargo rio divertido. A continuación fue soltando lentamente los botones bajo la tira de piel blanca que festoneaba el gabán. Éste se abrió y asomó su cuerpo velludo que, al desprenderse del todo de la prenda, se concretó en un provocador torso tetudo y barrigudo, que exhibió con orgullo. Se pavoneó dando vueltas, siguiendo la música, a lo largo de mesa, arrullado por los susurros y la emoción contenida que le venían del entorno. Dio unos gráciles pasos de baile para hacer salir los acharolados botines, calcetines incluidos, en que se remetían las perneras, y que arrojó de sí con danzarinas patadas. Eran recogidos por otros elfos como trofeo. Y siguió adelante… Los anchos calzones se sujetaban fruncidos por una cinta y el insólito stripper deshizo el lazo sujetando todavía la cintura. Hizo insinuadores amagos de dejarlos caer y la animación creció. Cuando al fin los calzones cayeron, aparecieron unos impolutos calzoncillos blancos que le cubrían hasta medio muslo,  lo que aumentó las risas y los aplausos. Pateó para sacarse los pantalones por los pies y los desplazó hacia un lado. Solo con esos calzoncillos, sus piernas recias y velludas iban completando la exposición del rotundo cuerpo.

Incrementó el ritmo de la danza a la vez que los gestos se hacían más y más explícitos. Se manoseaba las tetas e iba bajando las manos sobre los calzoncillos, tensándolos para marcar el paquete. Se daba la vuelta y ponía el culo en pompa sobándose las nalgas. Todo esto lo hacía además Papá Noel acercándose a los elfos sentados a uno y otro lado de la mesa convertida en pasarela. Dejaba que le dieran toques, agachándose para acercarles las tetas o arrimándoles el culo. Así iba subiendo la excitación de aquéllos, aunque se contenían para no interferir en la continuidad del espectáculo. Así, cuando se puso a tontear con la cinturilla de los calzoncillos, sembró la duda de si sería la última prenda que le quedaba. La estiraba y miraba con sonriente picardía a su interior. La bajaba por un lado mostrando parte de una nalga, hasta que, de un rápido tirón, los calzoncillos cayeron abajo. Lo que surgió ahora fue objeto de gran alborozo. Un minúsculo tanga rojo apenas contenía el abultado paquete, perdiéndose en su voluminoso y varonil corpachón, agitado por indisimuladamente lascivos pasos de baile. Al volverse de espaldas, la fina tira de sujeción se le hundía en la raja, de modo que sus gruesas y velludas nalgas, que él se encargaba de agitar y palmear, se mostraban sin recato.

Fue retrocediendo hasta el extremo de la mesa donde estaba su sillón y, sin ponerse de frente, soltó el diminuto broche que mantenía tersa la cinta del tanga y éste cayó a sus pies, con entusiastas aplausos. Aún se mantuvo de espaldas y, así, llevó una mano a la cabeza y se quitó el gorro, desvelando un cabello tan blanco como la barba. El gorro le sirvió a Papá Noel, al darse ya la vuelta, para que sujetado a dos manos, con su forma cónica invertida y la borla blanca colgante, le mantuviera oculto el sexo. Como la música había cesado, hubo la impresión de que tal vez con ello acababa lo que Papá Noel estaba dispuesto a mostrarles. Pero, con su expresión sonriente y satisfecha, lo que pretendía era justo lo que ocurrió. Que un sector enardecido de los elfos, desbordando la respetuosa contención que habían mantenido y dando palmadas en la mesa, pidieran insistentes: “¡Más, más!”, “¡Todo ya!”.

Papá Noel se dispuso entonces a complacerlos y, sin necesidad de acompañarse ahora con música, en un primer gesto provocador se volvió de nuevo de espaldas y flexionó las rodillas con las piernas separadas, de modo que, bajo el culo en pompa, se le veían los huevos colgantes. Entonces hizo balancear el gorro invertido que seguía sujetando por delante para que la bola que lo remataba le fuera bailando entre los muslos. Este impúdico juego levantó muchas risas. Pero cuando apremiaron de nuevo con el “¡Todo ya!”,  el gorro cayó al suelo y el stripper se puso de frente con brazos y piernas en forma de aspa. “¡Tachán!” soltó al lucir su completa desnudez. Una polla gruesa y para nada encogida destacaba en el pelambre de la entrepierna. Respondía a los aplausos girando sobre sí mismo con saltitos de autómata, que hacían que la polla se le balanceara. Concluyó la exhibición, o al menos esta parte,  con un sentido “¡Feliz Navidad!”.

Papá Noel todavía hizo una ronda triunfal para saludar a sus elfos a uno y otro lado de la mesa. Se inclinaba para estrechar las manos que le tendían, aunque algunos preferían acariciarle las piernas y los más osados incluso le daban algún que otro toque más arriba. Papá Noel lo aceptaba todo sonriente y sin disimular que tantas atenciones le estaban provocando una erección. Al volver ante su sillón, se sentó relajado. Al tiempo que la mesa desaparecía y el sillón quedaba al nivel del suelo, resultaron patentes los efectos que la exhibición de Papá Noel había producido en los alborotados elfos. Había  chaquetillas abiertas por la fogosidad de algunos, que aireaban las peludas tetas y los barrigones, e incluso mallas bajadas que liberaban las pollas comprimidas. También empezaba a haber desinhibidas metidas de mano. Esta relajación no molestaba ni mucho menos a Papá Noel, que lo contemplaba todo con satisfacción.

Pero el ritual navideño no había concluido todavía. Porque los elfos también tenían previsto un regalo sorpresa para su señor. Tras llamar al orden con autoridad, el más centenario de ellos, un vejete rechoncho, avanzó para hacer entrega de un paquete primorosamente envuelto a Papá Noel. Éste, gratamente sorprendido, extrajo un consolador vibrador de bastante buen tamaño. “¡Cómo me gusta! Tendré que probarlo ¿no os parece?”, exclamó blandiéndolo para que todos lo vieran. Hubo risas, pero también un acuerdo entusiasta de que procediera a hacerlo. Papá Noel no los iba a defraudar. “Vamos a ver cómo funciona”, dijo examinando el aparato, que contaba hasta con un mando a distancia. Alzó ambas piezas en las mano y las activó. El zumbido que se oía iba acompañado de unos temblores y unas rotaciones que variaban a medida que cambiaban las marchas. Los elfos, en semicírculo, lo observaban encantados y más todavía cuando empezó a pasárselo por las tetas, lo bajó sobre la barriga y terminó aplicándoselo por la entrepierna. “¡Uf! Si da tanto gusto por dentro como por fuera, lo voy a disfrutar”, declaró Papá Noel.

Se levantó del sillón y, tras quitar el mullido cojín, dejó los aparatos sobre la madera. Quiso obsequiar a sus servidores con una de sus procaces gracias e, inclinándose hacia delante con el gordo culo en pompa, les mostró la raja estirando hacia los lados las nalgas con las dos manos. “¿Creéis que me cabrá?”, preguntó burlón. “¡¡Sí¡¡”, fue la respuesta casi unánime de los elfos. Papá Noel rio. “¡Cómo lo sabéis, eh, pillos!”. A continuación asentó el vibrador, que se mantenía vertical sobre la base formada por dos medios huevos. Dándose la vuelta, fue tanteando con el culo el extremo del aparato y, una vez en el punto exacto, se dejó caer poco a poco, asido a los brazos del sillón para hacer más presión. A medida que su cuerpo descendía y el vibrador iba entrándole, Papá Noel emitía un continuado silbido con el rostro contraído. “¡Uuuhhh!”. Cuando llegó al tope, emitió un fuerte resoplido y notificó orgulloso: “¡Todo dentro!”.

Tras los aplausos de los elfos, dijo: “Ahora viene lo más divertido”. Cogió el mando a distancia y empezó a manipularlo. Con un zumbido cambiante, aunque ahogado por las nalgas que lo oprimían, las pulsaciones en el mando iban cambiando el modo y la intensidad de la vibración. La cual hacía que temblaran los muslos de Papá Noel, quien se había de sujetar firmemente a los brazos del sillón. “¡Oh, qué gusto da esto! ¡Qué buen regalo!”, iba proclamando. Tanto era su goce, que la polla se le iba endureciendo para deleite de los atentos observadores. Pero a la excitación de Papá Noel también contribuía que los elfos habían seguido desmadrándose y, ya despelotados del todo o en parte, no se privaban de meneársela ni de meterse mano unos a otros. El corro de elfos maduritos y robustos entregados a los placeres, en los que él mismo los había adiestrado, no dejaba de ser un acicate para el licencioso Papá Noel.

Tan eficaz resultó esa conjunción de factores que no necesitó Papá Noel ninguna otra ayuda adicional, ni siquiera la de sus manos, para que se le activara un fuerte orgasmo. Hasta a él, con toda su experiencia, le pillaron por sorpresa los chorros de leche que empezó a expeler su polla. No falló la ovación de los elfos que, por cosas de la magia, podían estar follando por algún rincón y a la vez no perder ni un detalle de las proezas de su señor. Éste, que había quedado exhausto, aún pudo darle al mando para que el artefacto parara. Pero cuando se levantó, el vibrador seguía bien encajado en el culo. Hubo de acudir un solícito elfo para tirar de él  y sacarlo con un sonido de descorche. Papá Noel comentó: “Es una maravilla este chisme… Pero donde se pone una buena verga…”. El elfo presumió de la suya, enorme y bien dura. “Ya la conozco, ya”, dijo Papá Noel, que rio mientras la palpaba, “Para otra ocasión”. Por muy Papá Noel que fuera, de momento había tenido bastante.

Una vez aliviados sus ardores, Papá Noel se dedicó a pasear relajadamente su desnudez entre los elfos que se hallaban inmersos en una auténtica orgía. Se iba deteniendo ante los que montaban números que le llamaban la atención y les gastaba amables bromas. “¿Cuántas veces te la han metido ya?”, preguntaba a uno que no paraba de poner el culo a todo el que se le acercaba. “¡Mira mi mamón preferido!”, le decía a otro cuya eficiencia sin duda había catado ya, “Te vas a emborrachar de leche”. A dos gordos que trataban de hacer un sesenta y nueve, les aconsejaba: “Tenéis que encajar bien las barrigas para poder llegar a las pollas”. “¡Vaya bocadillo  habéis hecho! Y el del medio dando y tomando a la vez ¡Qué hacha!”. “¡Tú, pajillero! A ver si eres más sociable y dejas de meneártela mirando a lo demás”… Así se divertía Papá Noel y daba alas a la lujuria de sus elfos.

Pero en un determinado momento, dio unas palmadas para pedir atención. “Ya hemos jugado todos bastante… Ha llegado la hora de que nos pongamos a repartir los regalos. Sobre todo, no olvidéis la nueva misión que os asigné de hacer soñar con las situaciones más lujuriosas, que colmen sus deseos ocultos, a hombres encerrados en su armario particular”. De modo que, antes de que todos se dispersaran por el mundo entero, con la presteza y eficacia que los ha hecho famosos, Papá Noel, tal como había anunciado, les dio a conocer con todo detalle el sueño que ya tenía en marcha para un tal Ernesto…

( Continuación en breve)

1 comentario:

  1. Increible relato, como me calento la parte en que se metia el consolador. Espero con ancias la siguiente parte.

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